No dije nada, me sorprendía que se hubiera rendido con tanta facilidad. Cuando al parecer escuchó en mi silencio una acusación que nadie había hecho, su rostro impecable se cubrió de vergüenza.
—Piscary accedió a dejarme seguir usando a Kisten como fachada —dijo—. A él le gusta la notoriedad y cualquiera que sea alguien sabrá que lo que él diga en realidad va de mi parte, es decir, de la de Piscary. Yo no tengo que hacer nada a menos que Kisten se tropiece con algo que no pueda manejar. Entonces entro yo, un poco de músculo para echarle un cable.
Volví a recordar a Kisten la noche que había dejado fuera de combate a siete brujos con la facilidad y la despreocupación de un ni?o partiendo un bastón de caramelo. No me imaginaba nada que no pudiera manejar, claro que tampoco podría enfrentarse a vampiros no muertos sin apoyarse en la fuerza de Piscary.
—?Y a ti te parece bien? —pregunté, como una estúpida.
—No —dijo cruzándose de brazos—. Pero es lo que se le ocurrió a mi padre y si no puedo aceptar su forma de ayudarme, no debería habérselo pedido.
—Lo siento —murmuré; ojalá no hubiera abierto la boca.
Un poco más aplacada, al menos en apariencia, Ivy cruzó la cocina y guardó el termo con las estacas.
—No quiero a Piscary en mi cabeza —dijo y le dio una sacudida a la bolsa para acomodarlo todo antes de cerrar la cremallera—. Siempre que haga lo que dice, no lo tendré encima, y también dejará a Erica en paz. Su sucesor debería ser Kisten, no yo —murmuró—. él quiere serlo.
Asentí con aire ausente y los dedos de Ivy se quedaron quietos sobre la bolsa, su rostro se cubrió con una sombra de dolor, el mismo que yo había visto la noche en la que Piscary la había violado en más de una forma. Me recorrió un escalofrío cuando se le dispararon las aletas de la nariz y sentí que se concentraba en otra cosa.
—Kisten ha estado aquí —dijo en voz baja.
Se me tensó la piel. Mierda. No había sido capaz de ocultárselo ni siquiera una noche.
—Eh, sí —dije mientras me erguía en la silla—. Estuvo aquí, venía a buscarte. —Hace ya medio día. Me invadió otro escalofrío más profundo cuando se concentró un poco más y percibió mi inquietud. Giró la cabeza para mirar el popurrí de la cocina. Mierda, mierda.
Ivy apretó los labios y salió taconeando de la cocina.
La silla de madera ara?ó el suelo con estrépito cuando me levanté.
—Esto, ?Ivy? —la llamé y salí detrás de ella.
Me quedé sin aliento y paré de golpe, había estado a punto de chocar con ella en el pasillo oscuro cuando salió del santuario.
—Perdona —murmuró y me rodeó con velocidad vampírica. Tenía una postura tensa y bajo la luz que se filtraba de la cocina, me di cuenta de que tenía los ojos dilatados. Mierda. Estaba en plan vampiresa.
—?Ivy? —le dije al pasillo vacío cuando entró en el salón—. En cuanto a Kisten…
Me quedé sin palabras y me paré en seco, con los pies al borde de la alfombra gris de la salita iluminada por las velas. Ivy estaba rígida y encorvada delante del sofá. El sofá en el que Kisten y yo nos habíamos acostado. Las emociones cayeron sobre ella como una cascada, aterradoras y rápidas: consternación, miedo, cólera, traición. Di un salto cuando se puso en movimiento con una sacudida y apretó el botón de comprobación de CD.
Los cinco CD salieron rodando a medio camino. Ivy se los quedó mirando y se puso más rígida todavía.
—Lo voy a matar —dijo al tocar con los dedos el de Jeff Buckley.
Espeluznada, abrí la boca para protestar pero mis palabras murieron antes de pronunciarse al ver la ira, negra y pesada, que embargaba la expresión tensa de mi compa?era de piso.
—Lo voy a matar dos veces —dijo. Lo sabía. De algún modo lo sabía.
Se me desbocó el corazón.
—Ivy —empecé a decir y oí el miedo en mi voz. Y con eso puse en juego sus instintos. Ahogué un grito y di marcha atrás, pero despacio, demasiado despacio.
—?Dónde está? —siseó con los ojos muy abiertos y una mirada salvaje; después estiró el brazo para cogerme.
—Ivy… —Choqué de espaldas con la pared del pasillo y le aparté el brazo de un manotazo—. No me mordió.
—?Dónde está?
Me invadió la adrenalina. Al olerla, Ivy estiró la mano y quiso cogerme. Tenía los ojos negros y la mirada perdida. Nuestros antiguos combates fueron lo único que evitó que me echara la mano encima, le bloqueé el brazo y me escabullí por debajo para detenerme en medio de la salita iluminada por las velas.
—?No te acerques, Ivy! —exclamé mientras intentaba no adoptar una postura defensiva, en cuclillas—. ?No me mordió! —Pero no tuve tiempo para respirar y ya la tenía encima, tirándome del cuello del jersey.
—?Dónde te mordió? —dijo, le temblaba la voz gris—. Lo voy a matar. ?Lo voy a matar, joder! Hueles toda a él.
De repente bajó la mano al borde del jersey.