Ivy se apartó de la encimera. Yo me eché atrás en la silla cuando mi compa?era de piso quitó la tela, cogió la empu?adura de la fina espada y la sacó de la vaina. Salió con el susurro musical del acero, que me acarició el oído interno. Como la seda al hundirse, la postura de Ivy se fundió en una pose clásica, con el brazo libre arqueado por encima de la cabeza y el brazo de la espada doblado y extendido. No se leía nada en su rostro cuando miró la pared, con el cabello negro meciéndose hasta por fin detenerse.
Mi compa?era de piso era una pu?etera guerrera samurai vampiresa. Esto cada vez se ponía mejor.
—Y además sabes usarla —dije con tono débil.
Ivy me lanzó una sonrisa mientras se levantaba y la volvía a enfundar.
—Di clases desde quinto hasta que terminé el instituto —dijo al dejarla en la mesa—. Crecí tan rápido que me costaba mantener el equilibrio. No hacía más que tropezarme con todo. Especialmente con personas que me ponían de los nervios. En la adolescencia es cuando empiezan a notarse los reflejos más rápidos. Practicar con la espada me ayudaba, así que seguí haciéndolo.
Me lamí la sal de los dedos y aparté las palomitas. Estaba dispuesta a apostar a que en las clases había una buena parte de la lección dedicada al autocontrol. Me sentía bastante más relajada al ver que las velas parecían funcionar y estiré las piernas bajo la mesa, me apetecía un poco de café. Ivy revolvió en uno de los armarios de arriba y sacó su termo. Yo le eché un buen vistazo al café que empezaba a bajar con la esperanza de que no se lo llevara todo.
—Bueno —dijo mientras llenaba el termo de agua caliente para calentarlo—. Tienes la misma cara que el vampiro que desangró al gato.
—?Disculpa? —dije con un nudo en el estómago.
Ivy se volvió y se secó las manos con un trapo de cocina.
—?Ha llamado Nick?
—No —dije, tajante.
Sonrió un poco más, después se apartó el pelo de la cara.
—Bien. —Y después, en voz baja, repitió—: Eso está bien.
No era por ahí por donde yo quería que discurriera la conversación. Me levanté, me limpié las manos en los vaqueros y me acerqué descalza a subir el fuego bajo el popurrí. Ivy abrió la nevera de un tirón y sacó un tarro de queso para untar y una bolsa de bollos de pan. Aquella mujer comía como si las calorías no pudieran pegarse a ella.
—?Jenks no vuelve? —pregunté, aunque la respuesta era obvia.
—No. Pero sí que habló conmigo. —Había una expresión frustrada en sus ojos—. Le dije que yo también sabía lo que era Trent y que ya era hora de que lo superara. Ahora tampoco me habla a mí. —Quitó la tapa del queso para untar y extendió una buena cantidad en un bollo—. ?Crees que deberíamos poner un anuncio en el periódico?
Levanté la cabeza.
—?Para sustituirlo? —tartamudeé.
Ivy le dio un mordisco al pan y sacudió la cabeza.
—Solo para que espabile un poco —dijo con la boca llena—. Quizá si ve que ponemos un anuncio para buscar un pixie de apoyo decida hablar con nosotras.
Fruncí el ce?o, me senté en mi sitio y me repantingué, después estiré las piernas y apoyé los pies descalzos en la silla vacía de Ivy.
—Lo dudo. Sería típico de él mandarnos a hacer pu?etas.
Ivy levantó un hombro y lo dejó caer.
—Tampoco es que podamos hacer nada hasta la primavera.
—Supongo. —Dios, qué depresión. Tenía que encontrar un modo de disculparme con Jenks. Quizá si le enviara uno de esos telegramas con un payaso. Quizá si el payaso fuera yo—. Volveré a hablar con él —dije—. Le llevaré un poco de miel. Quizá si lo emborracho me perdone por ser tan burra.
—Iré a comprar un poco de camino —se ofreció—. He visto una miel de gourmet hecha de flor de cerezos japoneses.
Sacó el agua del termo y lo volvió a llenar con toda la jarra de café, después encerró aquel aroma celestial en metal y cristal.
Contuve la desilusión y bajé los pies de la silla. Era obvio que ella también había estado pensando en cómo aplacar el orgullo de Jenks.
—?Y dónde vas tan tarde con un termo de café, una bolsa de estacas y esa espada? —pregunté.
Ivy se apoyó en la encimera con la elegancia felina de una pantera negra y el bollo de pan a medio comer entre los dedos.
—Tengo que tener una peque?a charla con unos vampiros que se creen alguien. He de mantenerlos despiertos pasada su hora de acostarse. La espada es solo para impresionar, las estacas para que me recuerden y el café es para mí.
Hice una mueca y me imaginé lo desagradable que podía resultar que Ivy no te dejara irte a dormir. Sobre todo si se empleaba a fondo. Pero entonces se me quedaron los ojos como platos cuando sumé dos y dos.
—?Lo que vas a hacer es por Piscary? —dije, y supe que tenía razón cuando se volvió a mirar por la ventana.
—Pues sí.
Esperé en silencio con la esperanza de que dijera algo, pero no lo hizo. La recorrí con la mirada y observé su postura, se había encerrado en sí misma.
—?Tu padre ha encontrado una solución? —insinué. Ivy suspiró y se dio la vuelta.
—Siempre que acepte ocuparme de los asuntos de Piscary, el muy cabrón no se meterá en mi cabeza. —Miró el bollo de pan a medio comer, frunció el ce?o, taconeó hasta la basura y lo tiró.