Antes bruja que muerta

Alcé las cejas y me aparté un mechón de pelo de los ojos de un soplido.

 

—Lo tenías todo planeado, ?verdad? —lo acusé—. ?Te pareció que podías venir aquí y seducirme como haces con todas las demás? —No era como si me pudiera enfadar de verdad, echada encima de él como estaba, pero lo intenté.

 

—No. No como a todas las demás —dijo, el destello de sus ojos me llegó a lo más hondo—. Y sí, vine aquí con toda la intención de seducirte. —Levantó la cabeza y me susurró al oído—. Es lo que se me da bien. Igual que a ti se te da bien eludir demonios y dar hostias.

 

—?Dar hostias? —le pregunté cuando volvió a apoyar la cabeza en el brazo del sofá. Kisten tenía una mano explorando de nuevo y yo no quería moverme.

 

—Sí —dijo y di un salto cuando encontró un punto en el que yo tenía cosquillas—. Me gustan las mujeres que saben cuidarse solas.

 

—Todo un caballero andante en su corcel, ?eh?

 

Mi vampiro alzó una ceja.

 

—Oh, podría serlo —dijo—, pero soy un hijo de puta bastante vago.

 

Me eché a reír y él se unió a mí con su risita al tiempo que me cogía la cintura con más fuerza y me levantaba con una peque?a sacudida.

 

—Sujétate —dijo cuando se levantó y me cogió en brazos como si fuera un paquete de azúcar de dos kilos. Con su fuerza de vampiro, me sujetó solo con un brazo mientras con la otra mano se subía los pantalones hasta las caderas—. ?Una ducha?

 

Le había rodeado el cuello con los brazos y lo inspeccioné en busca de marcas de mordiscos. No había ni una aunque yo sabía que lo había mordido con la fuerza suficiente como para dejarlas. También sabía sin mirar que él no había dejado ni una sola marca visible en mí, a pesar de su brusquedad.

 

—Estupendo —dije mientras él echaba andar arrastrando los pies y con los vaqueros todavía desabrochados.

 

—Te daré una ducha —dijo; yo miré detrás de mí, los amuletos, los pantalones y el calcetín que salpicaban el suelo—. Y después abriremos todas las ventanas y airearemos la iglesia. También te ayudaré a terminar de hacer el dulce de azúcar. Eso ayudará un poco.

 

—Son pastelitos de chocolate.

 

—Mucho mejor. Para eso se usa el horno. —Dudó ante la puerta de mi ba?o y yo, que me sentía cuidada y deseada en sus brazos, la abrí con el pie. El tío era fuerte, había que reconocérselo. Cosa tan satisfactoria como el sexo. Bueno, casi.

 

—Tienes velas perfumadas, ?verdad? —me preguntó mientras yo encendía la luz con el dedo del pie.

 

—Tengo dos cromosomas X —dije con sequedad cuando me dejó encima de la lavadora y me quitó el otro calcetín—. Tengo alguna que otra vela. —?Iba a meterme él en la ducha? Qué rico.

 

—Bien. Voy a prender una en el santuario. Si le dices a Ivy que la pusiste allí, en la ventana, para Jenks, la puedes dejar encendida hasta el amanecer.

 

Un susurro de inquietud me hizo erguirme y ralentizó mis movimientos cuando me quité el jersey y lo dejé encima de la lavadora.

 

—?Ivy? —pregunté.

 

Kisten se apoyó en la pared y se quitó las botas.

 

—?No te importa decírselo?

 

A él se le cayó la bota con un ruido seco junto a la pared y yo me quedé helada. Ivy. Velas perfumadas. Airear la iglesia. Hacer pasteles de chocolate para perfumar el aire. Lavarme para que no huela a él. Pues qué bien.

 

Kisten esbozó su sonrisa de chico malo y se acercó a mí sin ruido, en calcetines y con los vaqueros abiertos. Me acunó la mandíbula con la mano abierta y se inclinó sobre mí.

 

—No me importa que lo sepa —dijo y yo no me moví, disfrutaba de su calor—. Va a averiguarlo antes o después. Pero yo se lo diría poco a poco si fuera tú, no se lo soltaría de repente. —Me dio un beso dulce en la comisura de la boca. Su mano me abandonó de mala gana y se apartó un poco para abrir la puerta de la ducha.

 

Mierda, me había olvidado de Ivy.

 

—Sí —dije, distraída, al recordar sus celos, lo poco que le gustaban las sorpresas y lo mal que reaccionaba a las dos cosas—. ?Crees que se va a disgustar?

 

Kisten se volvió, sin camisa y con el agua salpicándole la mano tras probar la temperatura.

 

—?Disgustarse? Se va a poner verde de celos cuando se entere de que tú y yo tenemos una forma física de expresar nuestra relación y ella no.

 

Me embargó la frustración.

 

—Maldita sea, Kisten. No pienso dejar que me muerda para que sepa que la aprecio. Sexo y sangre. Sangre y sexo. Es lo mismo y yo no puedo hacer eso con Ivy. ?No me van esas cosas!

 

Kisten sacudió la cabeza con una sonrisa triste.

 

—No puedes decir que la sangre y el sexo son lo mismo. Jamás le has dado sangre a otro. No tienes nada en lo que basarte.

 

Fruncí el ce?o.

 

—Cada vez que un vampiro me echa el ojo en busca de un aperitivo, hay algo sexual.