Se adelantó, metió el cuerpo entre mis rodillas y se apretó contra la lavadora. Alzó la mano y me apartó el pelo de los hombros.
—La mayor parte de los vampiros vivos que buscan una dosis rápida encuentran antes una pareja dispuesta cuando la excitan sexualmente. Pero Rachel, lo que se oculta tras el hecho de dar y recibir sangre se supone que no se basa en el sexo, sino en el respeto y el amor. A ti no te puede convencer con la promesa de un sexo estupendo y por eso Ivy dejó de ir por ese camino contigo tan pronto. Pero sigue intentando cazarte.
Pensé en todas las facetas de Ivy que la aparición de Skimmer me había obligado a reconocer de forma abierta.
—Lo sé.
—Una vez que supere la rabia inicial, creo que no le importará que salgamos juntos.
—Nunca dije que fuéramos a salir juntos.
Kisten esbozó una sonrisa de complicidad y me acarició la mejilla.
—?Pero si yo tomara tu sangre, aunque fuera sin querer o en un momento de pasión? —Los ojos azules de Kisten se crisparon de preocupación—. Un solo ara?azo y me ensartaría con una estaca. La ciudad entera sabe que te reclama como suya y que Dios ayude al vampiro que se ponga en su camino. Yo he tomado tu cuerpo. Si toco tu sangre, ya me puedo dar por doblemente muerto.
Me quedé helada.
—Kisten, me estás asustando.
—Y deberías asustarte, brujita. Algún día, Ivy será la vampiresa más poderosa de Cincinnati y resulta que quiere ser amiga tuya. Quiere que seas su salvadora. Cree que, o bien encontrarás un modo de matar el virus vampírico que lleva dentro para poder morir con el alma intacta, o bien que serás su sucesora para poder morir sabiendo que estarás allí para cuidarla.
—Kisten. Para.
Sonrió y me besó en la frente.
—No te preocupes. No ha cambiado nada desde ayer, y ma?ana será igual. Es amiga tuya y no te pedirá nada que no puedas dar.
—Eso no ayuda mucho.
Se encogió de hombros y tras hacerme una última caricia en el costado dio un paso atrás. El vapor de agua salió ondeando por la puerta cuando Kisten se quitó los vaqueros con un contoneo y se inclinó en la ducha para ajustar otra vez la temperatura. Lo recorrí con los ojos, desde las pantorrillas bien formadas hasta el culo prieto sin olvidar la espalda ancha, ligeramente musculada. Se desvaneció todo pensamiento sobre la ira inminente de Ivy. Mierda.
Como si sintiera que lo miraba, Kisten se volvió y me pilló comiéndomelo con los ojos.
El vapor se arremolinó a su alrededor. Las gotas de humedad de la ducha se quedaban atrapadas en su barba incipiente.
—Déjame ayudarte a quitarte la camiseta —dijo, el timbre de su voz había cambiado.
Volví a recorrerlo entero con los ojos y sonreí cuando levanté la cabeza. Mierda, mierda.
Me deslizó las manos por la espalda y con un poco de ayuda por mi parte, me empujó hasta el borde de la secadora y me quitó la camiseta. Lo rodeé con las piernas y entrelacé las manos tras su cuello antes de meter la barbilla en el hueco de su garganta. Por Dios, era guapísimo.
—?Kisten? —pregunté mientras él me iba apartando el pelo con la nariz y encontraba el punto detrás de mi oreja, donde tenía cosquillas. Empecé a sentir una sensación cálida en el estómago que brotaba de donde me tocaba con los labios y que exigía que la reconociera. Que la admitiera. Que la diera por buena.
—?Todavía tienes ese traje de motero tan apretado? —pregunté, un poco avergonzada.
Me levantó de la lavadora, me metió en la ducha y se echó a reír.
22.
Sonreí cuando terminó la música y dejó un silencio cómodo. El tictac del reloj que tenía encima del fregadero resonó en el aire perfumado por las velas. Posé los ojos en la manecilla que se agitaba por la esfera. Se acercaba a las cuatro de la madrugada y yo no tenía nada que hacer más que sentarme y so?ar despierta con Kisten. Se había ido alrededor de las tres para ocuparse de la multitud en Piscary's y me había dejado calentita, satisfecha y contenta.
Nos habíamos pasado juntos las primeras horas de la noche, comiendo sandwiches de beicon y comida basura, saqueando la colección de CD de Ivy y la mía también y después usando su ordenador para copiar nuestras canciones favoritas en un solo CD. Si lo pensaba bien, había sido la noche más divertida de toda mi vida adulta; nos habíamos reído de nuestros respectivos recuerdos y yo me había dado cuenta de que disfrutaba compartiendo con él algo más que mi cuerpo.