Entonces me entró el pánico y el instinto se hizo cargo de la situación.
—?Ivy! ?Para! —grité. Aterrada, invoqué la línea. Ella quiso cogerme con la cara deformada por la rabia. La línea me llenó el chi, salvaje y fuera de control. Un estallido de energía me encendió las manos y las quemó porque no la había sujetado con un hechizo. Gritamos las dos cuando una lámina negra y dorada de siempre jamás se expandió por mis manos y lanzó a Ivy contra la puerta de contrachapado. Se deslizó al suelo en un torpe montón, con los brazos sobre la cabeza y las piernas ladeadas. Las ventanas vibraron con la explosión. Yo me balanceé hacia atrás y después recuperé el equilibrio. La cólera sustituyó al miedo. Ya me daba igual si Ivy estaba bien o no.
—?No me mordió! —le grité escupiendo el pelo que se me había metido en la boca cuando me incliné sobre ella—. ?Estamos? Nos acostamos. ?De acuerdo? Por Dios, Ivy, ?solo fue sexo!
Ivy tosió. Con la cara roja y jadeando, recuperó un poco el aliento. La lámina de contrachapado que tenía detrás crujió. Ivy sacudió la cabeza y me miró, era obvio que todavía no se había centrado. No se levantó.
—?No te mordió? —dijo con voz ronca y la cara en sombras bajo la luz de las velas.
Me temblaban las piernas por la adrenalina.
—?No! —exclamé—. ?Crees que soy idiota?
Obviamente desconcertada, me miró con recelo. Respiró hondo y despacio y se limpió el labio inferior con el dorso de la mano. Se me hizo un nudo en el estómago cuando sacó la mano roja de sangre. Ivy se la quedó mirando, después encogió las piernas y se levantó. Respiré un poco mejor cuando fue a buscar un pa?uelo de papel, se limpió la mano y después lo arrugó.
Estiró un brazo y yo di un salto hacia atrás.
—?No me toques! —le dije y ella levantó la mano en se?al de aquiescencia.
—Perdona. —Miró el contrachapado agrietado, después hizo una mueca y se palpó la espalda. Se tiró de la cazadora con cuidado. Sus ojos se encontraron con los míos y respiró hondo, sin prisa. A mí el corazón me palpitaba al mismo ritmo que el dolor de cabeza.
—?Te acostaste con Kisten y no te mordió? —preguntó.
—Sí. Y no, no me mordió. Y si me vuelves a tocar, me voy por esa puerta y no me ves más. Maldita sea, Ivy. ?Creí que ya lo habíamos dejado claro!
Yo esperaba una disculpa o algo así, pero lo único que hizo fue mirarme con gesto especulativo.
—?Estás segura? —preguntó—. Quizá ni te enteraras si te cortó por dentro del labio.
Se me puso la carne de gallina y me pasé la lengua por la boca.
—Se había puesto fundas —dije, me ponía enferma pensar en la facilidad con la que podía haberme enga?ado. Pero no lo había hecho.
Ivy parpadeó. Se sentó poco a poco al borde del sofá, con los codos en las rodillas y la frente apoyada en las manos. Su delgado cuerpo parecía muy vulnerable a la luz de las tres velas de la mesa. Mierda. Se me ocurrió de repente que no solo quería una relación más íntima conmigo sino que Kisten había sido novio suyo.
—?Ivy? ?Te encuentras bien?
—No.
Me senté con cuidado en un sillón, enfrente de ella, con la esquina de la mesa entre las dos. Lo miraras como lo miraras, todo era una mierda. Maldije en silencio y después estiré el brazo.
—Ivy. Dios, esto es muy incómodo.
Dio un salto al sentir el peso de mi mano en el brazo y levantó la cabeza con unos ojos aterradoramente secos. Me aparté y dejé caer la mano en el regazo, como un pescado muerto. Sabía que no debería tocarla cuando era consciente de que ella quería más. Pero quedarme allí sentada sin hacer nada era demasiado frío.
—Ocurrió, sin más.
Ivy se tocó el labio para ver si había dejado de sangrar.
—?Fue solo sexo? ?No le diste tu sangre?
La vulnerabilidad de su voz me sorprendió. Asentí con la cabeza. Me sentía como una mu?eca, con los ojos muy abiertos y la cabeza vacía.
—Lo siento —dije—. No creí que Kisten y tú… —Vacilé. No estábamos hablando de sexo, sino de la sangre que creyó que le había dado—. Pensé que Kisten y tú ya no teníais una relación formal —dije con torpeza, sin saber si era la mejor forma de expresarlo.
—No comparto sangre con Kisten salvo por alguna rara ocasión en la que lo han dejado plantado y necesita algún mimo —dijo, su voz gris y sedosa había bajado de volumen. Pero seguía sin mirarme—. La sangre no es sexo, Rachel. Es una forma de demostrar que alguien te importa. Una forma de demostrar… que lo quieres.
Apenas era más que un susurro. Se me aceleró el aliento. Sentí que estábamos en el filo de la navaja y casi me cago de miedo.