—No —dijo, regresaba al fin el primer indicio de su voluntad de hierro—. Ninguna de las dos valemos una mierda cuando estamos solas y no estoy hablando solo de la estúpida empresa. Te prometo que no te voy a pedir nada salvo que seas mi amiga. Por favor… —Respiró hondo—. Por favor, no te vayas por esto, Rachel. Haz lo que quieras con Kist. Es un buen hombre y sé que no te hará da?o. Solo… —Contuvo el aliento como si le fallaran las fuerzas—. Solo, ?estarás aquí cuando vuelva a casa esta noche?
Asentí. Sabía que no me lo estaba pidiendo solo por esta noche. Y yo no quería irme. Me encantaba aquel sitio: la cocina, el jardín de la bruja, lo mucho que molaba vivir en una iglesia. Que valorara tanto nuestra amistad significaba mucho para mí y después de evitar una amistad auténtica durante a?os por lo que le había pasado a mi padre, tener una amiga tan buena como ella también significaba mucho para mí. Ivy me había amenazado una vez con retirarme la protección que tanto necesitaba si me iba. Esa vez no lo había hecho. Me dio miedo buscar la razón, temía que surgiera de esa peque?a pero intensa excitación que yo había sentido cuando Ivy había saboreado mis lágrimas.
—Gracias —dijo y me quedé helada cuando se inclinó sobre la mesa para darme un abrazo rápido. El aroma a almendras y cuero llenó mis sentidos—. Si Kisten puede convencerte de que la sangre no es sexo —dijo—, ?me prometes que me lo dirás?
Me la quedé mirando. El recuerdo de Skimmer besándola despertó con un destello y después desapareció.
Satisfecha, al parecer, me soltó, se levantó y entró en la cocina.
—Ivy —dije sin aliento, demasiado aturdida y atontada para hablar más alto, sabía que podía oírme—. ?Cuántas reglas estamos violando?
Ivy apareció en el pasillo y dudó un momento con la bolsa y la espada en la mano, cambió el peso de pie y no me respondió.
—Volveré después del amanecer. ?Quizá podamos cenar tarde hoy? ?Cotillear sobre Kisten con un buen trozo de lasa?a? En realidad es un buen tío, te conviene.
Me ofreció una sonrisa incómoda y se fue.
En su voz había un peque?o matiz de pesar pero no supe si era por haberme perdido a mí o a Kisten. Y tampoco quería saberlo. Me quedé mirando la alfombra sin ver las velas ni oler el aroma de la cera y el perfume, el estrépito apagado de la puerta provocó una peque?a corriente de aire. ?Cómo se había jodido mi vida de aquella manera? Pero si yo lo único que había querido era dejar la SI, ayudar a unas cuantas personas y hacer algo con mi vida y mi título. Desde entonces había encontrado y espantado al primer novio de verdad que tenía en a?os, había insultado a un clan pixie, me había convertido en la ni?a bonita de Ivy y me había acostado con un vampiro vivo. Y eso sin contar las dos amenazas de muerte a las que había sobrevivido o la precaria situación con Trent. ?Qué co?o estaba haciendo?
Me levanté y entré tambaleándome en la cocina, con la cara fría y las piernas como si estuvieran hechas de goma. Levanté la cabeza al oír un grifo y me quedé de piedra. Algaliarept estaba delante del fregadero llenando la tetera, cuyo cobre deslustrado comenzaba a cubrirse de condensación.
—Buenas noches, Rachel —dijo con una sonrisa que mostraba unos dientes planos—. Espero que no te importe que me haga una taza de té. Tenemos mucho que hacer antes de que salga el sol.
Oh, Dios. Me había olvidado de eso.
23.
—?Maldita sea! —maldije mientras daba marcha atrás. El santuario. Si podía llegar a suelo sagrado, no podría tocarme. Chillé al sentir una mano pesada en el hombro. Giré en redondo e intenté ara?arle la cara. Se convirtió en bruma y caí hacia delante cuando se le desvanecieron las manos. Un instante después me había cogido por el tobillo y me tiraba al suelo—. ?Suéltame! —grité con la voz ronca al chocar con el suelo, después le di una patada.
Me giró y me empujó contra la nevera. Su rostro alargado adoptó una complexión exangüe y sus ojos rojos de cabra adquirieron una expresión ávida por encima de las gafas ahumadas. Me levanté como pude y él se lanzó a por mí, me cogió con la mano enguantada de blanco y me dio una buena sacudida que me hizo temblar los dientes. Me dio un empujón y fui a parar a la isla central como una mu?eca de trapo. Me di la vuelta y me apoyé en la encimera, con los ojos muy abiertos y el corazón latiéndome a toda velocidad. Era una estúpida. ?Cómo podía ser tan estúpida!
—Si vuelves a huir, me acogeré a la cláusula de incumplimiento de acuerdo —dijo con calma—. Estás advertida. Por favor, huye. Lo hará todo muchíiiisimo más sencillo.
Estaba temblando, así que me agarré a la encimera para no perder el equilibrio.
—Lárgate —dije—. No te he invocado.
—Ya no es tan sencillo —me contestó—. He tenido que pasarme un día entero en la biblioteca pero he encontrado precedentes. —Su preciso acento se hizo incluso más oficioso, se llevó el dorso de los nudillos a la levita de terciopelo verde y citó—: ?Si el susodicho familiar se encuentra emplazado en un lugar beta a modo de préstamo o acontecimiento similar, el amo puede pedirle al familiar que lleve a cabo ciertas labores?. Abriste la puerta al invocar una línea —a?adió—. Y dado que tengo una tarea para ti, estaré aquí hasta que la termines.