—?Cómo puedes decir que el sexo no es sangre cuando tú te acuestas con cualquiera? —dije, la adrenalina endurecía mi voz más de lo que hubiera querido—. Dios bendito, Ivy, ?cuándo fue la última vez que te acostaste con alguien sin sangre de por medio?
Solo entonces levantó la cabeza y me inquietó el miedo que vi en sus ojos. Estaba asustada y no porque pensara que le había dado mi sangre a Kisten. Tenía miedo de las respuestas que le estaba exigiendo. No creo que se hubiera enfrentado a ellas jamás, ni siquiera en medio del caos en el que la habían abandonado sus deseos. Yo tuve calor y después frío. Levanté las rodillas y me las metí debajo de la barbilla, después remetí bien los talones.
—Está bien —dijo con el último aliento y supe que lo que iba a decir a continuación sería la pura verdad—. Tienes razón en eso. Por lo general mezclo sangre y sexo. Me gusta así. Es un subidón. Rachel, si solo… —dijo mientras quitaba las manos de las rodillas.
Sentí que me ponía pálida. Sacudí la cabeza y ella cambió de opinión sobre lo que iba a decir. Pareció desinflarse y la abandonó toda la tensión.
—Rachel, no es lo mismo —terminó con voz débil, con un ruego en los ojos casta?os.
Pensé entonces en Kisten. La marca demoníaca me dio una punzada que se hundió entre mis piernas y me aceleró la respiración todavía más. Tragué saliva y me obligué a desterrar la sensación. Me aparté un poco, contenta de tener la mesa entre las dos.
—Eso es lo que dice Kisten, pero yo no puedo separar las dos cosas. Y no creo que tú puedas tampoco.
Ivy se puso roja y supe que tenía razón.
—Maldita sea, Ivy. No estoy diciendo que sea algo malo que sean lo mismo —dije—. Joder, llevo siete meses viviendo contigo. ?No crees que a estas alturas ya lo sabrías si pensara eso? Pero el caso es que yo no soy así. Eres la mejor amiga que he tenido jamás pero no pienso compartir almohada contigo y jamás voy a dejar que nadie pruebe mi sangre. —Cogí aire—. Tampoco soy así. Y no puedo vivir mi vida evitando una verdadera relación con alguien solo porque pueda herír tus sentimientos. Ya te dije que no va a pasar nada entre nosotras y así es. Quizá… —Me sentí enferma—. Quizá debería mudarme.
—?Mudarte?
Fue un sonido consternado, sin aliento, y la calidez de las lágrimas me escoció en los ojos. Me quedé mirando la pared con los dientes apretados. Los últimos siete meses habían sido los más aterradores y espeluznantes de mi vida, y también los mejores. No quería irme (y no solo porque me estuviera protegiendo y evitara que otro vampiro me mordiera y me reclamara) pero quedarme allí no era justo para ninguna de las dos si Ivy no podía superar el tema.
—Jenks se ha ido —dije en voz muy baja para que no me temblara—. Acabo de acostarme con tu antiguo novio. No es justo que me quede aquí si nunca va a haber nada más que amistad entre nosotras. Sobre todo ahora que ha vuelto Skimmer. —Miré la puerta rota y me odié—. Deberíamos dejar estar las cosas de una vez.
Dios, ?por qué estaba a punto de ponerme a llorar? Yo no podía darle nada más y ella lo necesitaba con desesperación. Skimmer sí que podía; de hecho, quería. Debería irme. Pero cuando levanté la cabeza, me sorprendió ver el reflejo de la luz de las velas en una cinta húmeda que le bajaba del ojo.
—No quiero que te vayas —dijo y me creció el nudo que tenía en la garganta—. Una buena amistad es razón suficiente para quedarse, ?no? —susurró con los ojos tan llenos de dolor que se me escapó una lágrima.
—Maldita sea —dije limpiándomela con un dedo—. Mira lo que me has hecho hacer.
Me estremecí cuando estiró el brazo por encima de la mesa y me cogió la mu?eca. No pude apartar los ojos de los suyos cuando la atrajo hacia sí y se llevó mis dedos húmedos de lágrimas a los labios. Cerró los ojos y agitó las pesta?as. Me invadió la adrenalina. Se me aceleró el pulso, el recuerdo del éxtasis inducido por mi vampiro invadía mis pensamientos.
—?Ivy? —dije con voz débil, y me aparté un poco.
Me soltó. El corazón se me puso a mil cuando mi compa?era de piso respiró hondo y despacio, saboreó el aire con los sentidos, filtró mis emociones por su increíble cerebro y sopesó lo que yo podía hacer y lo que no. No quise saber cuál era el cálculo total.
—Voy a hacer las maletas —dije, asustada de que pudiera saber más de mí que yo misma.
Abrió los ojos y creí ver un leve destello de fuerza en ellos.