Emití un sonido profundo, apenas audible cuando me rozó con los dedos. En aquella caricia sentí que la necesidad de Kisten se convertía en una exigencia. Cerré los ojos, empecé a bajar una mano y lo encontré.
Lo sentí contra mí, me moví hacia delante y después hacia atrás. Exhalamos al unísono al unirnos. Pesados y potentes, se alzaron a la vez en mi interior el deseo y el alivio. Kisten se deslizó en lo más profundo de mí. Pronto, que Dios me ayude. Si no era pronto me iba a morir allí mismo. Su dulce aliento se alzó, dibujó un torbellino en mis pensamientos y envió oleadas que me invadieron entera, del cuello a la ingle.
Se me desbocó el corazón y Kisten me trazó el cuello con los dedos antes de posarlos en el pulso que levantaba mi piel. Nos movimos juntos, con un ritmo constante y lleno de promesas. Me envolvió con el brazo libre y me estrechó todavía más, el peso de aquel brazo me aprisionaba y me hacía sentirme segura a la vez.
—Dámelo —susurró al tiempo que me atraía todavía más hacia él y yo me sometí con gusto a su voluntad y dejé que me encontrara con los labios la marca demoníaca.
Exhalé casi con un grito. Me estremecí y cambiamos el ritmo. Me estrechó con fuerza, las oleadas de deseo se iban acumulando una tras otra. Los labios que me susurraban en el cuello se convirtieron en dientes, ávidos, exigentes. No sentí dolor y lo alenté a que hiciera lo que quisiera. Una parte de mí sabía que si no llevara las fundas puestas, me habría mordido, lo que solo me provocó un deseo todavía más frenético. Me oí gritar y las manos de Kisten temblaron y me apretaron un poco más.
Me aferré a sus hombros, loca de pasión. Estaba allí, solo tenía que cogerlo con los dedos. Se me aceleró la respiración contra su cuello. No había nada más que él, y yo, y nuestros cuerpos moviéndose al unísono. Kisten cambió de ritmo y al sentir que su pasión comenzaba a alcanzar la cima, le busqué el cuello y le clavé los dientes.
—Más fuerte —susurró—. No puedes hacerme da?o. Te prometo que no puedes hacerme da?o.
Me volví loca mientras jugaba a los vampiros con mi vampiro y me abalancé sobre él con avidez, sin pensar en lo que podía dejar atrás.
Kisten gimió estrechándome con fuerza entre sus brazos. Me apartó la cabeza con la suya y con un sonido gutural, enterró la cara en mi cuello.
Grité cuando me buscó la marca con los labios. Un fuego me incendió el cuerpo entero. Y con eso, me invadió la satisfacción absoluta con un estallido y llegué al clímax. Se alzó en oleadas, una tras otra se elevaban sobre la anterior. Kisten se estremeció y sus movimientos cesaron cuando su pasión llegó a la cima un instante después de la mía. Exhalé con un sonido de dolor y me puse a temblar, incapaz de moverme, temiendo y deseando las últimas sacudidas y cosquilleos.
—?Kisten? —conseguí decir cuando se desvanecieron en la nada y me encontré jadeando contra él.
Los brazos que me rodeaban vacilaron un segundo y después dejó caer las manos. Posé la frente en su pecho y respiré hondo, temblando, agotada y exhausta. No podía hacer nada, allí echada sobre él, con los ojos medio cerrados. Poco a poco me di cuenta de que tenía la espalda fría y que la mano de Kisten me trazaba un camino cálido por la columna. Podía oír el latido de su corazón y oler nuestros aromas mezclados. Con los músculos temblando de cansancio, levanté la cabeza y me lo encontré con los ojos cerrados y una sonrisa satisfecha.
Me quedé sin aliento. Joder. ?Qué acababa de hacer?
Los ojos de Kisten se abrieron y encontraron los míos. Eran azules y transparentes, el negro de su pupila volvía a ser normal, tranquilizador.
—?Y tienes miedo ahora? —dijo—. Un poco tarde para eso.
Detuvo la mirada en mi ojo morado, que acababa de ver en ese momento porque yo tenía los amuletos en el suelo. Me levanté pero me dejé caer de inmediato sobre él otra vez porque hacía frío. Me empezaron a temblar los brazos.
—Ha sido… muy divertido —dije y él se echó a reír.
—Divertido —dijo mientras me pasaba un dedo por la mandíbula—. Mi bruja traviesa piensa que ha sido divertido, nada menos. —No le abandonaba la sonrisa—. Nick fue un imbécil por dejarte escapar.
—?A qué te refieres? —dije, intenté cambiar de postura, pero me tenía atrapada con las manos.
—Quiero decir —dijo en voz baja— que eres la mujer más erótica que he tocado jamás. Que eres a la vez una inocente con los ojos como platos y una guarra de lo más experimentada, todo a la vez.
Me puse rígida.
—Si esto es lo que entiendes por ?charla de amantes?, no vale una mierda.
—Rachel —me engatusó, aquella intensa mirada de ternura satisfecha era lo único que me mantenía donde estaba. Eso y que tenía la sensación de que todavía no podía levantarme—. No tienes ni idea de lo excitante que es tener tus dientecitos clavados en mí, luchando por rasgar la piel, saboreando sin saborear. Inocente, experta y ávida, y todo al mismo tiempo.