—Lo sé. —Tragué saliva. Sentí una calidez húmeda en los ojos. Apreté la mandíbula hasta que me dolió la cabeza. No pienso llorar.
—No puede darte lo que necesitas. —Las manos de Kisten se deslizaron hasta mi cintura—. Siempre tendrá un poco de miedo.
Lo sé. Cerré los ojos, los abrí y dejé que me atrajera un poco más.
—E incluso si Nick aprende a vivir con su miedo —dijo muy serio; sus ojos me pedían que lo escuchara—, no te perdonará jamás que seas más fuerte que él.
Noté un nudo en la garganta.
—Tengo… tengo que irme —dije—. Disculpa.
Sus manos me abandonaron, pasé junto a él y salí al pasillo. Confusa y con la necesidad de gritarle al mundo entero, entré en la cocina. Me detuve y entre las ollas y la harina vi un vacío enorme y doloroso que jamás había estado allí hasta entonces. Me rodeé con los brazos y salí tambaleándome al salón. Tenía que apagar esa música. Era preciosa y yo la odiaba. Lo odiaba todo.
Cogí el mando a distancia de golpe y apunté al equipo de música. Jeff Buckley. No podía escuchar a Jeff en el estado en que estaba. ?Quién co?o había puesto a Jeff Buckley en mi equipo de música? Lo apagué y tiré el mando al sofá. Una oleada de adrenalina me hizo erguirme de repente cuando el mando chocó, no contra el ante del sofá de Ivy, sino contra la mano de alguien.
—?Kisten! —tartamudeé cuando él volvió a poner la música y me miró con los ojos medio velados—. ?Qué estás haciendo?
—Escuchar música.
Estaba sereno y tenso como una cuerda de violín, y me envolvió el pánico al ver aquella seguridad calculadora.
—No te acerques a mí con tanto sigilo —dije, me faltaba el aliento—. Ivy nunca se me acerca sin que yo la oiga.
—A Ivy no le gusta quién es. —No parpadeaba siquiera—. A mí sí.
Estiró el brazo y se lo aparté de un empujón con un jadeo. Una gran tensión me recorrió entera cuando tiró de mí hacia él y me pegó a su cuerpo. Destelló el pánico, luego la furia. No sentí ni una sola punzada en la marca.
—?Kisten! —exclamé mientras intentaba moverme—. ?Suéltame!
—No estoy intentando morderte —dijo en voz baja, sus labios me rozaban la oreja—. Para ya.
Tenía una voz firme, tranquilizadora. No había sed de sangre en ella. Recordé de repente que me había despertado en su coche con el sonido de los monjes cantores.
—?Suéltame! —le exigí, alterada y con la sensación de que iba a pegarle o a empezar a llorar de un momento a otro.
—No quiero. Estás sufriendo mucho. ?Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que te abrazó alguien, que te tocó?
Se me escapó una lágrima y detesté que él la viera. Detesté que supiera que yo estaba conteniendo el aliento.
—Necesitas sentir, Rachel. —Su voz se hizo más suave, suplicante—. Esto te está matando poco a poco.
Tragué el nudo que tenía en la garganta. Me estaba seduciendo. No era tan inocente como para creer que no lo intentaría. Pero aquellas manos que me envolvían los brazos eran tan cálidas. Y tenía razón. Necesitaba el roce de otra persona, me moría por él, mierda. Ya casi se me había olvidado lo que era que te necesitaran. Nick me había devuelto esa sensación, esa emoción intensa, esa excitación de saber que alguien está deseando tocarte, y que quiere que tú y solo tú lo toques a él.
Había soportado más relaciones cortas que zapatos tiene según qué celebridad. O bien era mi trabajo en la SI, la chiflada de mi madre que presionaba en busca de un compromiso o que atraía a gilipollas que solo veían a las pelirrojas como muescas en potencia en su escoba. Quizá fuera una zorra, una chiflada que exigía confianza sin ser capaz de confiar a su vez. No quería otra relación unilateral pero Nick se había ido y Kisten olía muy bien. Con él sentía menos el dolor.
Relajé los hombros y él exhaló cuando notó que dejaba de luchar contra él. Con los ojos cerrados posé la frente en su hombro, había cruzado los brazos y eso dejaba un peque?o espacio entre los dos. La música era lenta y suave. No estaba loca. Era capaz de confiar. De hecho, confiaba. Había confiado en Nick y él se había ido.
—Te irás —dije sin aliento—. Se van todos. Consiguen lo que quieren y se van. O se enteran de lo que sé hacer y entonces se van.
Los brazos que me rodeaban se tensaron un instante y después se relajaron.
—Yo no me voy a ninguna parte. Me diste un susto de muerte cuando derribaste a Piscary. —Enterró la nariz en mi pelo y aspiró su aroma—. Y sigo aquí.
Arrullada por la calidez de su cuerpo y sus caricias, me fue abandonando la tensión. Kisten alteró mi equilibrio y me moví con él. Nos movíamos, nos movíamos apenas, cambiábamos de pie y aquella música lenta y seductora me iba envolviendo para que me meciera con él.