—?Es que no tienes compasión? Es degradante que me lave los platos.
—Tengo mucha compasión. —Un destello de cólera levantó las finas cejas de Ivy—. Pero la última vez que miré, no había muchas vacantes para princesas en los anuncios de empleos. ?Qué se supone que tiene hacer para darle un significado a su vida? No hay tratados que pueda hacer, ni resoluciones que considerar y la mayor decisión que puede tomar es si quiere huevos o gofres para desayunar. No hay forma de que pueda realizarse con toda esa mierda de la realeza. Y lavar los platos no tiene nada de degradante.
Me recosté en la silla, en cierto estaba de acuerdo con Ivy. Porque tenía razón, aunque no me hiciera gracia.
—?Así que tienes un trabajo? —le apunté cuando el silencio comenzó a alargarse.
Ivy subió y bajó un hombro.
—Voy a hablar con Jenks.
—Me alegro. —La mire a los ojos, aliviada. Algo de lo que podemos hablar sin discutir—. Me pase por la casa de ese hombre lobo esta tarde. El pobre tipo no quiso dejarme entrar. Las ni?as pixies habían hecho de las suyas con él y tenía el pelo lleno de trencitas. —Yo me había despertado una ma?ana con el pelo trenzado con los flecos de mi manga afgana. Matalina las había obligado a disculparse pero tardé cuarenta minutos en desenmara?arme. Daría lo que fuera por volver a despertarme así.
—Sí, ya lo vi —dijo Ivy y yo me incorporé un poco.
—?Has pasado por allí? —pregunté mientras veía a Ivy ir a buscar el abrigo al vestíbulo y regresar. Se lo puso y la corta cazadora de cuero emitió el leve frufrú de seda sobre seda.
—He pasado por allí ya dos veces —dijo—. El hombre lobo tampoco quiere dejarme entrar a mí pero una de mis amigas va a salir con él esta noche, así que a ese peque?o gilipollas de Jenks no le quedará más remedio que contestar a la puerta. Típico de cualquier hombrecito. Tiene un ego del tama?o del Gran Ca?ón.
Lancé una risita. Ceri regresaba en ese momento de la parte de atrás con el abrigo prestado en un brazo y los zapatos que Keasley le había comprado en la mano. Yo no pensaba decirle que se los pusiera. En lo que a mí se refería, podía andar descalza por la nieve si quería, pero Ivy le lanzó una intensa mirada.
—?Estarás bien un rato? —preguntó Ivy mientras Ceri dejaba caer los zapatos al suelo y metía los pies.
—Dios bendito —murmuré moviendo la silla de un lado a otro—. Estaré bien.
—No salgas del suelo consagrado —a?adió Ivy antes de hacerle un gesto a Ceri para que saliera—. No invoques ninguna línea y cómete las galletas.
—No pienso hacerlo, Ivy —dije. Pasta. Quería pasta con salsa Alfredo. Eso había sido lo que me había preparado Nick la última vez que Ivy se había empe?ado en hacerme engullir aquellas pu?eteras galletas. No podía creer que me hubiera estado metiendo azufre. Bueno, sí que podía.
—Te llamo dentro de una hora para asegurarme de que todo va bien.
—No voy a contestar —dije, irritada—. Voy a echarme una siesta.
Me levanté y me estiré, se me subieron el jersey y la camiseta y ense?é el ombligo. Como me habría ganado un silbido de admiración de Jenks, el silencio de las vigas resultaba deprimente.
Ceri se adelantó con el cojín para darme un abrazo de despedida. Me sorprendió tanto que se lo devolví con gesto vacilante.
—Rachel sabe cuidarse sola —dijo con orgullo—. Lleva los últimos cinco minutos conteniendo suficiente siempre jamás como para abrir un agujero en el tejado y ya se le ha olvidado.
—?Joder! —exclamé mientras sentía que me ponía roja—. ?Es verdad!
Ivy suspiró y se fue a zancadas a la puerta principal de la iglesia.
—No me esperes levantada —dijo por encima del hombro—. Voy a cenar con mis padres y no llegaré a casa hasta después de la salida del sol.
—Deberías soltarla —dijo Ceri mientras seguía a Ivy sin prisas—. Al menos cuando se ponga el sol. Otra persona podría invocarlo y si no lo destierra bien, va a venir en tu busca. Podría intentar dejarte fuera de combate a?adiendo algo más a lo que ya tienes encima. —Se encogió de hombros con un gesto muy moderno—. Pero si te quedas en suelo sagrado, no deberías tener ningún problema.
—Ya la soltaré, tranquila —dije con tono ausente, pensando en mil cosas.
Ceri esbozó una sonrisa tímida.
—Gracias, Rachel —dijo en voz baja—. Es agradable sentirse necesitada.
Volví a mirarla de repente.
—De nada.
El olor a nieve fría se coló en el vestíbulo. Levanté la cabeza y vi a Ivy en el umbral de la puerta abierta, esperando impaciente, la luz tenue de la tarde la convertía en una silueta amenazante envuelta en cuero ce?ido.
—A-di-ooos, Rachel —nos metió prisa con tono burlón y Ceri suspiró.
La esbelta mujer se dio la vuelta y se dirigió sin apresurarse a la puerta, se quitó los zapatos de una patada en el último momento y bajó descalza los escalones helados de cemento.