Antes bruja que muerta

—Pero ?cómo soportas el frío? —le oí decir a Ivy antes de que la puerta se cerrara tras ellas.

 

Me empapé del silencio y la luz del atardecer. Estiré el brazo, apagué la lámpara del escritorio y el exterior pareció iluminarse un poco más. Estaba sola (y quizá fuera la primera vez) en mi iglesia. Sin compa?eras de piso, sin novios y sin pixies. Sola. Se me cerraron los ojos, me senté en la tarima, ligeramente más alta, y respiré hondo. Olí la madera contrachapada por encima del aroma a almendras de las estúpidas galletas de Ivy. Una presión suave tras los ojos me recordó que seguía sujetando la bola de siempre jamás y con un pescozón a mi voluntad, rompí el círculo tridimensional que había en mis pensamientos y la energía regresó a la línea en una cálida oleada.

 

Abrí los ojos y me dirigí a la cocina sin hacer ruido, en calcetines. No pensaba echarme ninguna siesta, iba a hacer pastelitos de chocolate y nueces como parte del regalo de Ivy. No podía competir con un perfume de mil dólares así que tenía que optar por los regalos hechos a mano.

 

Me desvié por el salón y busqué el mando. El olor a contrachapado era casi agresivo y le eché un vistazo a la ventana que Ivy había dibujado en el panel, había esbozado a pulso la vista del cementerio. Conecté el estéreo y se derramó por la sala Come Out and Play, de Offspring. Sonreí y subí el volumen.

 

—A despertar a los muertos —dije mientras tiraba el mando y entraba bailando en la cocina.

 

Mientras aquella música pegadiza me iba poniendo de buen humor, saqué la olla de hechizos abollada que ya no podía usar para hacer hechizos, y el libro de recetas que le había mangado a mi madre. Lo ojeé y encontré la receta de los pastelitos de chocolate y nueces de mi abuela escrita con lápiz junto a la receta para gourmets que sabía a cartón. Moviéndome al ritmo de la música, saqué los huevos, el azúcar y la vainilla y los dejé en la encimera de la isla central. Tenía las pepitas de chocolate fundiéndose en el fuego de la cocina y la leche evaporada medida cuando cambió la corriente de aire y se cerró de golpe la puerta principal. Me resbaló el huevo que tenía en la mano y se rompió al chocar con la encimera.

 

—?Te has olvidado de algo, Ivy? —grité. Sentí una punzada de adrenalina, miré el huevo roto y después todo lo que tenía esparcido por la cocina. Jamás podría esconderlo todo antes de que llegara allí. ?Es que esa mujer no podía estar fuera ni siquiera una hora seguida?

 

Pero fue la voz de Kisten la que me respondió.

 

 

 

 

 

21.

 

 

—Soy yo, Rachel —exclamó Kisten con la voz amortiguada por la música que tronaba en el salón. Me quedé helada, el recuerdo del beso que me había dado me impedía moverme. Debía de parecer una auténtica idiota cuando dobló la esquina y se detuvo en el umbral.

 

—?No está Ivy? —dijo mirándome de arriba abajo—. Miércoles.

 

Respiré hondo para tranquilizarme.

 

—??Miércoles?? —le pregunté al tiempo que deslizaba el huevo roto por la encimera y lo echaba en un cuenco. Y yo que creía que ya nadie decía ?miércoles?.

 

—?Puedo decir ?mierda??

 

—Joder, sí.

 

—Pues mierda, entonces. —Su mirada me dejó a mí y abarcó la cocina, después se llevó las manos a la espalda mientras yo sacaba los trozos más grandes de la cáscara del huevo.

 

—Esto, ?te importaría bajar la música un poco por mí, por favor? —dije, lo miré a hurtadillas cuando asintió y salió de la cocina. Era sábado y estaba vestido con ropa informal, con botas de cuero y unos vaqueros gastados y ce?idos. Llevaba la cazadora de cuero abierta y una camisa de seda de color borgo?a mostraba un mechón de pelo del pecho. Solo lo justo, pensé cuando la música se suavizó. Olía a su cazadora y a mí siempre me había chiflado el olor a cuero. Puede que tenga un peque?o problema, pensé.

 

—?Estás seguro de que no te ha mandado Ivy para hacerme de ni?era? —le pregunté cuando volvió y yo me puse a limpiar la baba del huevo con un trapo húmedo.

 

El lanzó una risita y se sentó en la silla de Ivy.

 

—No. —Vaciló un momento—. ?Va a estar fuera mucho rato o puedo esperar?

 

No levanté los ojos de la receta, no me gustó cómo lo decía. Había más interrogantes en su voz de los que merecía la pregunta.

 

—Ivy ha ido a hablar con Jenks. —Recorrí la página con el dedo sin ver en realidad las palabras—. Después va a cenar con sus padres.

 

—Hasta la salida del sol —murmuró Kisten y yo sentí que me saltaban las alarmas. Todas.

 

Sonó el reloj que tenía encima del fregadero y quité el chocolate fundido del fuego. No pensaba darle la espalda así que lo puse en la encimera, entre los dos, me crucé de brazos y apoyé el trasero en el fregadero. Kisten me miró y se apartó el pelo de los ojos. Yo cogí aire para decirle que se fuera pero me interrumpió.

 

—?Te encuentras bien?

 

Me quedé mirándolo sin saber de qué hablaba pero después me acordé.