Antes bruja que muerta

—?Ah! Lo del… demonio —murmuré, un poco cortada mientras me tocaba los amuletos para el dolor que llevaba al cuello—. Así que te has enterado, ?eh?

 

Sonrió solo con media boca.

 

—Has salido en las noticias. Y tuve que escuchar a Ivy tres horas seguidas, no sabes la vara que me dio con eso de que no estaba aquí cuando pasó.

 

Volví a la receta y puse los ojos en blanco.

 

—Perdona. Sí. Estoy bien. Unos cuantos ara?azos y algún golpe. Nada serio. Pero ya no puedo invocar una línea después de la puesta de sol. —No quería decirle que tampoco estaba a salvo del todo al caer la noche a menos que estuviera en terreno consagrado… cosa que no eran la cocina y el salón—. Me va a complicar bastante el trabajo —dije de mal humor mientras me preguntaba cómo iba a esquivar ese último escollo. Oh, bueno. Tampoco era que tuviera que recurrir a la magia de las líneas luminosas. Después de todo, era una bruja terrenal.

 

Kisten tampoco parecía pensar que tuviera mucha importancia, si es que su casual encogimiento de hombros significaba algo.

 

—Es una pena que Jenks se fuera, lo siento —dijo al tiempo que estiraba las piernas y cruzaba los tobillos—. Era mucho más que un gran activo para tu empresa. Es un buen amigo.

 

Arrugué la cara con una expresión desagradable.

 

—Debería haberle dicho lo de Trent cuando lo averigüé.

 

La sorpresa cayó sobre él como una cascada.

 

—?Sabes lo que es Trent Kalamack? ?No jodas!

 

Apreté la mandíbula, bajé los ojos al libro de recetas y asentí a la espera de que me lo preguntara.

 

—?Y qué es?

 

Me quedé callada, con los ojos clavados en la página. El sonido suave de sus movimientos me hizo levantar la cabeza.

 

—Da igual —dijo Kisten—. No tiene importancia.

 

Aliviada, revolví el chocolate en el sentido de las agujas del reloj.

 

—Para Jenks sí. Debería haber confiado en él.

 

—No todo el mundo tiene que saberlo todo.

 

—Si mides diez centímetros y tienes alas, sí.

 

Kisten se levantó y lo miré cuando se estiró. Con un sonido suave y satisfecho bajó los hombros y se encogió hasta volver a su tama?o. Después se quitó la cazadora y se dirigió a la nevera.

 

Di unos golpecitos con la cuchara en el borde del cazo para quitarle la mayor parte del chocolate. Fruncí el ce?o. A veces era más fácil hablar con un desconocido.

 

—?Qué estoy haciendo mal, Kisten? —dije, frustrada—. ?Por qué aparto de mí a todas las personas que quiero?

 

Salió de detrás de la puerta de la nevera con la bolsa de almendras que había comprado yo la semana anterior.

 

—Ivy no se va a ningún sitio.

 

—Eso es mío —dije y él se detuvo hasta que le hice un gesto de mala gana para que las abriera.

 

—Yo no me voy a ningún sitio —a?adió moviendo la boca con suavidad al comerse una.

 

Exhalé una ruidosa bocanada de aire y dejé caer la medida de azúcar en el chocolate. Estaba francamente guapo allí plantado y a mi no dejaban de atormentarme los recuerdos: imágenes de los dos vestidos de gala y pasándolo bien, la chispa con la que me atravesaron sus ojos negros cuando los matones de Saladan quedaron tirados en la calle, el ascensor de Piscary conmigo envolviéndolo y ansiando sentirlo y que me sintiera entera…

 

El crujido del azúcar contra el cazo hizo ruido al revolverlo. Malditas feromonas vampíricas.

 

—Me alegro de que Nick se fuera —dijo Kisten—. No te convenía.

 

Mantuve la cabeza baja pero tensé los hombros.

 

—?Y tú qué sabes? —dije mientras me metía un largo rizo rojo tras la oreja. Levanté la cabeza y lo encontré comiéndose mis almendras con toda tranquilidad—. Con Nick me sentía bien. Y él se sentía bien conmigo. Lo pasábamos bien juntos. Nos gustaban las mismas películas, los mismos sitios para comer. Podía seguir mi ritmo cuando corríamos en el zoo. Nick era una buena persona y no tienes ningún derecho a juzgarlo. —Cogí bruscamente un trapo húmedo, limpié el azúcar que había derramado y lo sacudí sobre el fregadero.

 

—Puede que tengas razón —dijo mientras se echaba un pu?ado de frutos secos en la palma de la mano y cerraba la bolsa—. Pero hay una cosa que me parece fascinante. —Se puso una almendra entre los dientes y la aplastó con estrépito—. Hablas de él en pasado.

 

Me quedé con la boca abierta. Dividida entre la ira y la conmoción, me quedé helada. En el salón, la música cambió a algo rápido y enérgico… totalmente inapropiado.

 

Kisten abrió la nevera, metió las almendras en el estante de la puerta y la cerró.

 

—Esperaré a Ivy un rato. Puede que vuelva con Jenks… si tienes suerte. Tienes cierta tendencia a pedirle más a la gente de lo que la mayoría está dispuesta a dar. —Agitó las almendras que le quedaban en la mano cuando yo empecé a farfullar—. Casi como un vampiro —a?adió mientras cogía el abrigo y salía.