—Ceri… —la amenazó, había entrecerrado los ojos de cabra.
—No funcionó —dije en voz muy baja, lo miraba entre el cabello mojado y desgre?ado que me cubría la cara—. Sal ahora mismo de mi cocina.
—Voy a hacerte mía, Morgan —gru?ó Al—. Sino puedo llevarte por derecho, por Dios que pienso golpearte hasta que te sometas y voy a arrastrarte, acabada y sangrando.
—?Ah, sí? —le contesté. Le eché un vistazo a la olla que había contenido mi aura. Abrió mucho los ojos, sorprendido, al darse cuenta de lo que pensaba en cuanto lo pensé. El vínculo iba en ambas direcciones. Había cometido un error.
—?Sal ahora mismo de mi cocina! —exclamé mientras soltaba la energía de la línea que me había obligado a contener a través del vínculo de servidumbre y se la tiraba a él. Me erguí con una sacudida cuando me atravesó entera y penetró en él, dejándome a mí vacía. Al dio un tropezón hacia atrás, conmocionado.
—Tú… tú… ?Canícula! —exclamó, y su imagen se desdibujó.
Se tambaleó para no caerse e invocó una línea para a?adir más fuerza.
Entrecerré los ojos y me prometí devolvérsela al instante. Fuera lo que fuera lo que me iba a enviar iba a terminar volviendo a aquella cosa.
Al se atragantó cuando percibió lo que iba a hacer yo. Sentí un tirón repentino en las tripas y vacilé, me sujeté contra la mesa cuando Al rompió la conexión directa que había entre los dos. Me lo quedé mirando desde el otro lado de la cocina, me costaba respirar. Aquello se iba a acabar allí mismo, sin esperar más, y uno de los dos iba a perder. Y no iba a ser yo. En mi cocina, no. No esa noche.
Al dio un peque?o paso atrás y adoptó una postura relajada y enga?osa. Se pasó una mano por el pelo y se lo alisó. Aparecieron de repente las gafas redondas ahumadas y se abrochó la levita.
—Esto no funciona —dijo, tajante.
—No —contesté con voz ronca—. No funciona.
A salvo en su círculo, Ceri lanzó una risita.
—No puedes hacerte con ella, Algaliarept, gran estúpido —se burló, lo que me hizo preguntarme por qué habría elegido aquellas palabras—. Hiciste que la puerta de la servidumbre girara en ambos sentidos cuando la obligaste a darte su aura. Ahora eres su familiar tanto como ella la tuya.
La momentánea expresión de placidez de Al se convirtió en cólera en un instante.
—He utilizado este hechizo mil veces para extraer auras y jamás ha pasado esto. No soy su familiar.
Observé, tensa y un poco mareada, el taburete de tres patas que apareció detrás de Al. Parecía algo más propio de Atila el Huno, con un cojín de terciopelo rojo y unos flecos de pelo de caballo que llegaban al suelo. Sin molestarse en mirar si lo tenía detrás, Al se sentó con expresión desconcertada.
—Por eso llamó Nick —dije y Al me lanzó una mirada condescendiente. Al coger mi aura, había roto el vínculo que tenía con Nick y este lo había sentido. Ah, mierda. ?Al era mi familiar?
Ceri me hizo un gesto para que me uniera a ella en el círculo pero no podía arriesgarme a que Al pudiera hacerle da?o durante el instante que le llevaría reformarlo. Aunque Al estaba muy ocupado con sus propios pensamientos.
—Hay algo que no marcha bien —murmuró—. Lo he hecho con cientos de brujas que tenían alma y jamás se ha forjado un vínculo tan fuerte. ?Qué fue lo que cambió…?
El estómago me dio un vuelco al ver que lo abandonaba toda emoción visible. Le echó un vistazo al reloj que había sobre el fregadero y después me miró a mí.
—Ven aquí, brujita.
—No.
Apretó los labios y se levantó.
Di marcha atrás con un jadeo, pero me había cogido de la mu?eca y me llevó a la isleta central.
—No es la primera vez que haces este hechizo —dijo, me apretó el dedo que me había pinchado y lo hizo sangrar otra vez—. Lo hiciste cuando convertiste a Nicholas Gregory Sparagmos en tu familiar. Oye, brujita, ?fue tu sangre en el brebaje lo que lo invocó?
—Ya sabes que sí. —Estaba demasiado exhausta para que pudiera seguir asustándome—. Estabas allí. —No podía verle los ojos pero el reflejo que me devolvían sus gafas era horrendo, pálido, con el pelo mojado y desgre?ado.
—Y funcionó —dijo Al con tono pensativo—. No solo os vinculó, ?os vinculó con tanta fuerza como para que pudieras invocar una línea a través de él?
—Por eso se fue —dije, sorprendida de ser capaz de sentir todavía dolor.
—Tu sangre prendió el hechizo del todo… —La especulación hervía en sus ojos de cabra cuando me miró por encima de los cristales. Me levantó la mano y aunque intenté desprenderme de él, me lamió la sangre del dedo con un cosquilleo frío—. Qué aroma más sutil —dijo sin aliento y sin que sus ojos abandonaran en ningún momento los míos—. Como el aire perfumado por el que ha paseado tu amante.
—Suelta —dije dándole un empujón.