Mis deportivas no hacían ruido en la sosa moqueta de los pasillos traseros de Trent. Conmigo estaban Quen y Jonathan, lo que me dejaba intentando decidir si eran una escolta o más bien carceleros. Ya habíamos serpenteado por las zonas públicas de las oficinas y salas de reuniones envueltas en un silencio dominical tras las que Trent ocultaba sus actividades ilegales. De cara al público, Trent controlaba una buena parte de los medios de transporte que atravesaban Cincinnati, llegaban de todas direcciones y en esas mismas direcciones partían: vías férreas, carreteras e incluso un peque?o aeropuerto municipal.
En privado, lo que Trent dirigía era bastante más que eso y utilizaba esos mismos medios de transporte para sacar sus productos genéticos ilegales y expandir la distribución de azufre. Que Saladan estuviera metiéndose en su negocio, y encima en su propia ciudad, seguramente tenía al tío hasta los mismísimos. Era casi como si alguien le hubiese hecho un gesto insultante sacándole el dedo. Y esa noche iba a ser toda una lección cuando Trent o rompiera ese dedo y se lo metiera a Saladan por el orificio que tuviera más a mano, o se llevase una sorpresa muy desagradable. Trent no me caía bien pero lo mantendría con vida si se trataba de lo último.
Aunque no sé por qué, pensé mientras seguía a Quen. Allí abajo no había nada, ni siquiera lucía las decoraciones festivas institucionales que adornaban la parte frontal. Aquel hombre era una babosa. Me había perseguido como un animal la vez que me había pillado robando pruebas de su sucursal, y me acaloré un poco cuando me di cuenta de que estábamos en el pasillo que llevaba a esa misma habitación.
Medio paso por delante de mí, Quen estaba tenso, vestido con aquel mono negro que se parecía un poco a un uniforme. Ese día llevaba encima una americana ce?ida verde y negra y parecía que Scotty, el de Star Treck, lo iba a teletransportar en cualquier momento. El pelo me rozaba el cuello y giré la cabeza a propósito para sentir las puntas cosquilleándome los hombros. Me lo había cortado esa tarde para igualarlo con el trozo que se había llevado Al, pero el aclarado con crema que había usado la peluquera no había hecho mucho por domarlo.
Llevaba al hombro una bolsa para ropa con el conjunto que me había elegido Kisten, recién sacado de la tintorería. Incluso me había acordado de las joyas y las botas. No pensaba ponérmelo hasta tener la certeza de que iba a aceptar aquel encargo. Sospechaba que Trent podría tener otras ideas, y mis vaqueros y la sudadera con el logotipo de los Howlers parecían fuera de lugar junto a la elegancia hecha a medida de Jonathan.
Aquel desagradable hombre permanecía a tres irritantes pasos por detrás de nosotros. Nos había recibido en las escaleras del edificio principal de Trent y desde entonces había permanecido en silencio, una presencia fría, profesional y acusadora. Medía dos metros cinco como poco y tenía unos rasgos puntiagudos y severos y una nariz ganchuda y aristocrática que parecía estar oliendo algo desagradable. Sus ojos eran de un frío color azul y su cabello negro y cuidadosamente cortado comenzaba a encanecer. Odiaba a aquel tipo y estaba intentando con todas mis fuerzas olvidar que me había atormentado cuando había sido un visón atrapado en la oficina de Trent durante tres irreales días.
Con el calor del recuerdo me tuve que quitar la cazadora mientras caminábamos, no sin cierto esfuerzo ya que ninguno de los dos hombres se ofreció a ayudarme con la bolsa de la ropa. Cuanto más nos adentrábamos, más se percibía la humedad del aire. Tenue hasta el punto de ser casi subliminal se oía el ruido de agua corriendo, traída hasta allí desde quién sabía dónde. Frené un poco cuando reconocí la puerta de la sucursal de Trent. Detrás de mí, Jonathan se detuvo pero Quen continuó sin detenerse y yo me apresuré a alcanzarlo.
Estaba claro que a Jonathan el asunto no le hacía mucha gracia.
—?Adónde la llevas? —preguntó con tono beligerante.
Los pasos de Quen se entumecieron un poco.
—A ver a Trenton. —No se dio la vuelta ni cambió el ritmo.
—Quen… —Había una advertencia en la voz de Jonathan. Yo volví la cabeza con una mirada burlona, encantada de ver que aquel rostro largo y arrugado mostraba preocupación en lugar de su eterna mirada desde?osa y arrogante. Con el ce?o fruncido, Jonathan se apresuró a adelantarnos antes de llegar a la puerta de madera arqueada del final del pasillo. El altísimo tipo se metió por delante y puso una mano encima del pesado cerrojo de metal cuando Quen fue a cogerlo.
—No la vas a llevar ahí dentro —le advirtió Jonathan.