—?Por qué está tan contento? —susurré.
Ceri sacudió la cabeza, las puntas de su cabello siguieron moviéndose después de detener la cabeza.
—Solo lo he visto así cuando descubre un secreto. Lo siento, Rachel. Sabes algo que lo hace muy feliz.
Pues qué bien.
Levantó el libro a la altura adecuada para leerlo y lo hojeó con aire de erudito.
—Puedo romper un vínculo de servidumbre con la misma facilidad con la que podría partirte el cuello. Tú, sin embargo, tendrás que hacerlo a pulso. No voy a desperdiciar una maldición almacenada contigo. Y dado que no pienso dejar que sepas cómo se anulan los vínculos de servidumbre, a?adiremos una cosita… Aquí está. Licor de lilas. Empieza con licor de lilas. —Sus ojos se encontraron con los míos por encima del libro—. Para ti.
Un destello frío me atravesó cuando me hizo una se?a para que saliera del círculo, una botellita peque?a de color morado ahumado apareció tras sus largos dedos.
Respiré hondo muy deprisa.
—?Anularás el vínculo y te irás? —dije—. ?Sin extras?
—Rachel Mariana Morgan —me ri?ó—. ?Tan mal piensas de mí?
Miré a Ceri y esta me hizo un gesto para que fuera. Como confiaba en ella, no en Al, me adelanté. Ceri rompió el círculo en ese mismo momento y lo volvió a elaborar justo detrás de mí.
Al descorchó la botella y vertió una gota reluciente de color amatista en una diminuta copa de cristal tallado del tama?o de mi pulgar. Se llevó un dedo enguantado a los labios y me la tendió. La cogí con una mueca. Se me había desbocado el corazón. No tenía alternativa.
Al se acercó con una impaciencia que me hizo desconfiar y me mostró el libro abierto. Estaba en latín y se?aló una serie de instrucciones escritas a mano.
—?Ves esta palabra? —dijo.
Cogí aire.
—?Umb…?.
—?Todavía no! —gritó Al haciendo que me sobresaltara y se me pusiera el corazón a mil—. No hasta que el vino te cubra la lengua, estúpida. ?Por dios, cualquiera diría que jamás has deshecho una maldición!
—?No soy una bruja de líneas luminosas! —exclamé con un tono más duro de lo que quizá debería.
Al alzó las cejas.
—Podrías serlo. —Clavó los ojos en la copa que sostenía en la mano—. Bebe.
Miré a Ceri. Cuando me alentó, dejé que una cantidad diminuta me pasara por los labios. Era dulce y me hizo cosquillear la lengua. Sentí cómo penetraba en mi y me relajaba los músculos. Al dio unos golpearos en el libro y baje la cabeza.
—?Umbra? —dijo sosteniendo la gota en la lengua. Aquella dulzura salvaje se agrió.
—Aghh —dije mientras me inclinaba hacia delante para escupirla.
—Trágatelo —me advirtió Al en voz baja y me sobresalté cuando me clavó una mano bajo la barbilla y me levantó la cabeza para que no pudiera abrir la boca.
Tragué el licor con los ojos llenos de lágrimas. Los latidos salvajes de mi corazón me retumbaban en los oídos. Al se inclinó sobre mí y sus ojos se convirtieron en negros, me soltó y se me cayó la cabeza. Se me aflojaron los músculos, como si se licuaran y cuando Al dejó de sostenerme, me caí al suelo.
Ni siquiera intentó sujetarme y aterricé en un montón dolorido de huesos y músculos. Choqué con la cabeza en el suelo y respiré hondo una vez. Cerré los ojos, recuperé la compostura, clavé las palmas en el suelo y me senté.
—Muchas gracias por la advertencia, joder —dije enfadada, levanté la cabeza pero no lo encontré.
Confusa, me levanté y me encontré a Ceri sentada en la mesa con la cabeza entre las manos y los pies desnudos metidos debajo del cuerpo. El fluorescente estaba apagado y una única vela blanca iluminaba con un fulgor suave la oscuridad de un amanecer nublado. Me quedé mirando la ventana. ?Ya había salido el sol? Debía de haberme desmayado.
—?Dónde está? —dije sin aliento y me puse pálida cuando vi que eran casi las ocho.
Ceri levantó la cabeza y me quedé de piedra al ver lo cansada que parecía.
—?No te acuerdas?
Me rugió el estómago y sentí en él un vacío incómodo.
—No. ?Se ha ido?
Ceri se volvió y me miró directamente.
—él recuperó su aura y tú recuperaste la tuya. Rompiste el vínculo con él. Gritaste, lo llamaste hijo de puta y le dijiste que se fuera. Cosa que hizo… después de pegarte con tal fuerza que te quedaste sin sentido.
Me palpé la mandíbula y después la nuca. La sensación era la misma, francamente desagradable. Estaba mojada y tenía frío; me levanté y me abracé con fuerza.
—De acuerdo. —Me palpé las costillas y decidí que no había nada roto—. ?Algo más que debiera saber?
—Te bebiste una cafetera entera en unos veinte minutos.
Eso quizá explicase los temblores. Tenía que ser eso. Ser más lista que un demonio empezaba a convertirse ya en costumbre. Me senté al lado de Ceri y exhalé un largo suspiro. Ivy no tardaría en llegar.
—?Te gusta la lasa?a?
En su rostro floreció una sonrisa.
—Oh, sí, por favor.
24.