Quen adoptó una expresión que era a la vez incrédula y curiosa. Sacudí la cabeza, cogí mi bolso de la mesa y fui a sentarme en el tocador que había junto al biombo.
—Verás, era el baile de séptimo y yo llevaba un vestido sin tirantes —dije mientras sacaba el maquillaje—. Mi padre no quiso dejar que mi cita me prendiera la flor así que lo hizo él. —Se me empa?ó la visión y crucé las piernas—. Se perdió mi baile de graduación.
Quen no se sentó. No pude evitar notar que se había colocado en un sitio desde el que podía verme a mí y la puerta a la vez.
—Tu padre era un buen hombre. Esta noche estaría orgulloso de ti.
Me quedé sin aliento, una punzada rápida y dolorosa. Exhalé poco a poco y mis manos regresaron a la operación de acicalamiento. La verdad era que no me sorprendía mucho que Quen lo hubiera conocido, eran de la misma edad, pero dolía de todos modos.
—?Lo conociste? —no pude evitar preguntar.
La mirada que me lanzó por el espejo fue ilegible.
—Tuvo una buena muerte.
?Que tuvo una buena muerte? Dios, ?pero qué le pasaba a aquella gente?
Enfadada, me giré en la silla para mirarlo directamente.
—Murió en una asquerosa habitación de hospital, un sitio diminuto con suciedad en las esquinas —dije con voz tensa—. Se suponía que tenía que vivir más, co?o. —No me temblaba la voz pero sabía que, no seguiría así mucho tiempo—. Se suponía que tenía que estar ahí cuando consiguiera mi primer trabajo y lo perdiera tres días después, al darle un porrazo al hijo del jefe por intentar meterme mano. Se suponía que iba a estar allí cuando terminara el instituto y después la facultad. Se suponía que tenía que estar allí para asustar a mis citas y que se comportaran, para no tener que volver sola a casa después de que el gilipollas de turno me dejara tirada cuando descubriera que yo era de las que no se dejaban. Pero no estaba, ?verdad? No. Murió haciendo algo con el padre de Trent y nadie tiene los huevos de decirme qué era eso por lo que merecía la pena joderme a mí la vida.
Tenía el corazón desbocado y me quedé mirando el rostro tranquilo y marcado por la viruela de Quen.
—Has tenido que cuidarte sola durante mucho tiempo —dijo.
—Sí. —Apreté los labios y me volví hacia el espejo mientras daba golpecitos en el suelo con el pie.
—Lo que no te mata…
—Duele. —Observé su reflejo—. Duele. Duele mucho. —El moratón del ojo me palpitó con la subida de tensión y levanté una mano para tocarlo—. Ya soy bastante fuerte —dije con amargura—. No quiero ser más fuerte. Piscary es un cabrón y si sale de la cárcel, va a morir dos veces. —Pensé en Skimmer y esperé que fuera tan mala abogada como buena amiga de Ivy.
Quen cambió de postura pero no se movió del sitio.
—?Piscary?
El interrogante de su voz me hizo levantar la cabeza.
—Dijo que había matado a mi padre. ?Me mintió? —Necesitaba saberlo. ?Le parecería a Quen por fin ?información imprescindible??
—Sí y no. —Los ojos del elfo se posaron un momento en la puerta.
—Bueno, ?sí o no?
Quen agachó la cabeza y dio un paso atrás simbólico.
—No soy yo el que debe decírtelo.
Me levanté con el corazón en la boca y los pu?os apretados.
—?Qué pasó? —le pregunté.
Una vez más, Quen miró al ba?o. Se encendió una luz y se derramó un haz por la habitación que después se difuminó en la nada. La voz de un hombre afeminado que parloteaba al parecer para sí llenó el aire de una presencia brillante. Jonathan le respondió y yo miré a Quen aterrada, sabía que no diría nada delante de Jon.
—Fue culpa mía —dijo Quen en voz baja—. Estaban trabajando juntos. Debería haber estado allí yo, no tu padre. Piscary los mató igual que si hubiera apretado el gatillo él mismo.
Me envolvió una sensación de irrealidad y me acerqué tanto que incluso noté que estaba sudando. Era obvio que se había extralimitado diciéndome tan solo aquello. Jonathan entró seguido por un hombre con un traje negro ce?ido y unas botas brillantes.
—?Oh! —exclamó el hombrecito, que se precipitó hacia el tocador con unas cajas de cebos—. ?Es rojo! Adoro el pelo rojo. Y además es natural. Se nota desde aquí. Siéntate, palomita. ?No sabes la de cosas que puedo hacer por ti! No te va ni a reconocer.
Giré en redondo y miré a Quen. Este se apartó con expresión cansada, atormentada, y me dejo sin aliento. Me erguí y lo miré fijamente, quería saber más pero también sabía que no iba a conseguir nada. Maldición. Quen era jodidamente inoportuno, así que tuve que obligarme a mantener las manos a los lados en lugar de usarlas para estrangularlo.