—?Sienta ese culito! —exclamó el estilista cuando Quen se despidió con una inclinación de la cabeza y salió—. ?Solo tengo media hora!
Fruncí el ce?o y le lancé a la expresión burlona de Jonathan una mirada cansada, después me senté en la silla e intenté explicarle al tipo que me gustaba como estaba ?y no podría darle solo un cepillado rápido? Pero me siseó, me obligó a callar y empezó a sacar frasco tras frasco de espuma y unos instrumentos muy raros cuyo uso fui incapaz de adivinar siquiera. Comprendí que era una batalla perdida.
25.
Me acomodé en el asiento de la limusina de Trent, crucé las piernas y me cubrí la rodilla con una de las estrechas franjas de la falda. El chal que llevaba en lugar de abrigo se me deslizó por la espalda y lo dejé donde estaba. Olía a Ellasbeth y mi perfume, bastante más discreto, no podía competir.
Los zapatos eran de un número más peque?o pero el vestido me quedaba a la perfección. El corsé era ce?ido pero no apretado y la falda se me ajustaba a la cintura. La muslera que llevaba era tan sutil como la pelusilla de un diente de león, invisible por completo. Randy me había recogido el pelo y me lo había sujetado con un grueso hilo de oro y unas cuentas de época que lo convertían en un peinado elaborado que al buen hombre le había llevado veinte minutos de parloteo incesante terminar. Pero tenía razón. No me parecía en nada a mí misma y aquello tenía clase, mucha clase.
Era la segunda limusina a la que me subía en solo una semana. Quizá empezaba a convertirse en costumbre. En cuyo caso no me costaría habituarme. Inquieta, le eché un vistazo a Trent, que miraba los enormes árboles mientras nos acercábamos a la garita de la verja, donde los troncos negros destacaban contra la nieve. Parecía estar a mil kilómetros de distancia, como si ni siquiera fuera consciente de mi presencia.
—El coche de Takata es más bonito —dije para romper el silencio.
Trent se crispó pero se recuperó en un instante. La reacción lo hizo parecer todo lo joven que era.
—El mío no es de alquiler —dijo.
Me encogí de hombros y agité un pie mientras miraba por las ventanillas ahumadas.
—?Tienes frío? —preguntó.
—?Qué? Oh. No, gracias.
Jonathan pasó junto a la garita sin frenar, la barrera alcanzó el límite de altura en cuanto pasamos bajo ella y se cerró con la misma rapidez. Me revolví un poco y miré en el bolso de mano para comprobar que había metido mis amuletos, palpé el peso de la pistola de hechizos y me toqué el pelo. Trent volvía a mirar por la ventanilla, perdido en su propio mundo, que no tenía nada que ver conmigo.
—Oye, siento lo del ventanal —dije, aquel silencio no me hacía graci\1.
—Te mandaré la factura si no se puede arreglar. —Se volvió hacia mí—. Estás muy guapa.
—Gracias. —Recorrí con los ojos el traje de lana forrado de seda del elfo. No llevaba abrigo y la americana estaba hecha a medida para realzar cada centímetro de su cuerpo. Llevaba una flor, un diminuto capullo negro de rosa y me pregunté si lo habría cultivado él mismo—. Tú tampoco estás mal cuando te arreglas.
Me dedicó una de sus sonrisas profesionales pero había un destello distinto en ella y se me ocurrió que quizá tuviera un matiz real de calidez.
—El vestido es precioso —a?adí, me preguntaba cómo iba a sobrevivir a aquella noche sin recurrir a la típica charla sobre el tiempo. Me incliné para colocarme bien las medias.
—Lo que me recuerda una cosa. —Trent se giró para meterse una mano en el bolsillo—. Esto va con él. —Extendió la mano y dejó caer un par de pesados pendientes en la palma de mi mano—. También hay un collar.
—Gracias. —Ladeé la cabeza para quitarme mis sencillos aros, los dejé caer en el bolso de mano y lo cerré. Los pendientes de Trent eran una serie de círculos entrelazados y lo bastante pesados como para ser de oro de verdad. Me los puse y sentí el peso extra?o que me colgaba de las orejas.
—Y el collar… —Trent lo levantó y se me abrieron unos ojos como platos. Era una maravilla, hecho de anillos entrelazados del tama?o de una u?a y a juego con los pendientes. Los anillos se convertían en un delicado encaje que yo habría descrito como gótico salvo por su suntuosidad. Del aro más bajo pendía un colgante de madera con forma de runa celta, como protección. Dudé un instante antes de cogerlo. Era precioso pero sospechaba que aquel delicadísimo encaje podía convertirme en una auténtica fulana vampiresa.