—?Qué pasa? —preguntó Trent al tiempo que me hacía un gesto para que subiera yo primero las escaleras.
—Nada. —Me recogí la falda lo mejor que pude y subí la estrecha escalera enmoquetada tras el portero. El ruido de los jugadores llegaba atenuado y se convertía en un murmullo de fondo que agitaba mi subconsciente. Se alzó una ovación y pensé que ojalá pudiera estar allí abajo, sintiendo el corazón en la boca en aquella espera sin aliento hasta ver lo que decían los dados.
—Creí que nos registrarían —dijo Trent en voz baja para que el hombre que nos escoltaba no pudiera oírnos.
Me encogí de hombros.
—?Para qué? ?Has visto ese disco grande que hay en el techo? —Trent miró tras nosotros y yo a?adí—: Es un enorme amortiguador de hechizos. Como los amuletos que tenía yo en las esposas antes de que tú les prendieras fuego, pero este afecta a todo el barco.
—?No te has traído un arma? —susurró cuando llegamos al segundo piso.
—Sí —dije entre dientes, con una sonrisa—. Y podría dispararle a alguien con ella pero las pociones no harán efecto hasta que quien sea deje el barco.
—?De qué sirve, entonces?
—Yo no mato a la gente, Trent. Métetelo en la cabeza. —Aunque quizá haga una excepción con Lee.
Vi que apretaba la mandíbula y que después la relajaba. Nuestro escolta abrió una puerta estrecha y me hizo un gesto para que entrase. Me metí en la habitación y me encontré con un Lee que parecía agradablemente sorprendido cuando levantó la cabeza de los papeles que cubrían su escritorio. Intenté mantener una expresión neutral, el recuerdo de aquel hombre retorciéndose en la calle bajo los efectos de un hechizo negro que iba dirigido a mí me ponía furiosa y enferma al mismo tiempo.
Había una mujer alta tras él que se inclinaba para respirarle en el cuello. Delgada, piernas largas, vestida con un mono negro con pantalones de campana. El escote le llegaba casi al ombligo. Vampiresa, decidí cuando posó los ojos en mi collar, sonrió y me mostró unos colmillos peque?os y puntiagudos. La marca me dio una punzada y me fui tranquilizando. Quen no habría tenido ni una sola oportunidad.
Lee se levantó con los ojos iluminados y se estiró la americana del esmoquin. Apartó a la vampiresa con un empujón y rodeó el escritorio. Cuando entró Trent, su mirada se animó todavía más.
—?Trent! —exclamó mientras se adelantaba a grandes zancadas con las manos extendidas—. ?Cómo estás, viejo amigo!
Di un paso atrás y Trent y Lee se estrecharon las manos con calor. Tienes que estar de co?a.
—Stanley —dijo Trent con una sonrisa y yo terminé entonces de caerme del guindo. Stanley, y el diminutivo, Lee.
—?Maldita sea! —dijo Lee al tiempo que le daba a Trent una gran palmada en la espalda—. ?Cuánto tiempo ha pasado? ?Diez a?os?
La sonrisa de Trent vaciló, la irritación que le provocó la palmada en la espalda fue casi indetectable, salvo por una leve tensión en los ojos.
—Casi. Tienes buen aspecto. ?Todavía dándole a las olas?
Lee agachó la cabeza y una sonrisa picara lo convirtió en un pillín callejero a pesar del esmoquin.
—De vez en cuando. No tanto como me gustaría. La maldita rodilla ha estado haciendo de las suyas. Pero tú sí que tienes buen aspecto. Por lo menos ya tienes un poco de músculo. Ya no eres ese chaval delgaducho que intentaba ponerse a mi altura.
Los ojos de Trent se posaron en los míos por un instante y yo le lancé una mirada muda.
—Gracias.
—He oído que te casas.
?Casarse? ?Me había puesto el vestido de su prometida? Oh, aquello se ponía cada vez mejor.
Lee se apartó el pelo de los ojos y se apoyó en el escritorio. La vampiresa que tenía detrás empezó a frotarle los hombros con un gesto de lo más sensual, en plan puta, vamos. No me había quitado los ojos de encima ni un instante y no me hacía ni la menor gracia.
—?Alguien que yo conozca? —apuntó Lee y Trent apretó la mandíbula.
—Una hermosa joven llamada Ellasbeth Withon —dijo—. De Seattle.
—Ah. —Con los ojos casta?os muy abiertos, Lee sonrió como si se estuviera riendo de Trent—. ?Felicidades?
—Así que ya la conoces —dijo Trent de mal humor y Lee lanzó una risita.
—He oído hablar de ella. —Esbozó una mueca de dolor—. ?Estoy invitado a la boda?
Resoplé con impaciencia. Creía que habíamos ido allí para dejar unas cuantas cosas claras, no para celebrar una reunión de viejos amigos. Diez a?os antes tendrían poco menos de veinte a?os. ?En la facultad? Tampoco me hacía ninguna gracia que me ignoraran pero supuse que era la práctica habitual con el servicio. Al menos a la puta tampoco la habían presentado.
—Por supuesto —dijo Trent—. Las invitaciones saldrán en cuanto mi novia decida entre las ocho opciones a las que ha reducido el tema —dijo con sequedad—. Te pediría que fueras mi padrino si pensara que serías capaz de volver a subirte a un caballo.