Antes bruja que muerta

Lee se interpuso entre las dos.

 

—Candice —dijo mientras le ponía una mano en la espalda y la empujaba hacia la puerta—. Hazme un favor, preciosa. Tráele a la se?orita Morgan un poco de café, ?quieres? Esta noche trabaja.

 

—Solo, sin azúcar —dije con la voz ronca. Tenía el corazón a mil y había empezado a sudar. Con los brujos negros me las podía arreglar. Los vampiros hábiles y hambrientos me costaban un poco más.

 

Desprendí los dedos del brazo de Trent y me aparté. Mi compa?ero no había perdido la serenidad. Me miró a mí y luego a la vampiresa que Lee estaba acompa?ando a la puerta.

 

—Quen… —susurró.

 

—Quen habría estado perdido —le dije con el corazón empezando a recuperar un ritmo más normal. Y si aquella tipa hubiera sido una no muerta, yo también. Pero Saladan jamás habría podido convencer a un vampiro no muerto para que lo respaldara porque si Piscary lo averiguaba, sería capaz de matarlo dos veces. Había un código de honor entre los no muertos, después de todo. O quizá solo fuera miedo.

 

Lee le dijo unas cuantas palabras a Candice y la mujer se escabulló por el pasillo no sin antes ofrecerme una sonrisa astuta. Los tacones rojos fueron lo último que vi. Me dio vueltas la cabeza cuando noté que llevaba una pulsera en el tobillo idéntica a la de Ivy. No podía haber más de una como esa sin una buena razón, quizá Kisten y yo deberíamos tener una charla.

 

Sin saber lo que significaba, si es que significaba algo, me senté en uno de los sillones tapizados de verde, temía derrumbarme con el bajón de adrenalina. Con las manos agarradas para ocultar el leve temblor, pensé en Ivy y en la protección que me proporcionaba. Hacía meses que no se me insinuaba nadie así, no desde que la vampiresa de la perfumería me había confundido con otra persona. Si tuviera que resistirme a eso cada día, solo sería cuestión de tiempo que me convirtiese en una sombra de mí misma: flaca, anémica y perteneciendo a otra persona. O lo que era peor, sin due?o alguno.

 

Cuando Trent se sentó en el segundo sillón el sonido de la tela de su traje me sacó de mi ensimismamiento.

 

—?Te encuentras bien? —dijo en voz muy baja cuando Lee cerró la puerta tras Candice con un chasquido seco y firme.

 

Su voz era tranquilizadora, cosa que me sorprendió. Me obligué a erguirme y asentí mientras me preguntaba por qué le importaba tanto, o si le importaba siquiera. Exhalé y me obligué a abrir y soltar las manos.

 

Rebosante de eficiencia, Lee volvió a rodear el escritorio y se sentó. Sonreía y nos mostraba unos dientes blancos que contrastaban con su rostro bronceado.

 

—Trent —dijo y se recostó en su sillón. Era más grande que los nuestros y creo que lo levantaba varios centímetros por encima de nosotros. Muy sutil—. Me alegro de que hayas venido a verme. Deberíamos hablar antes de que las cosas se nos vayan de las manos todavía más.

 

—?Que se nos vayan de las manos? —Trent no se movió y vi que la preocupación que sentía por mí se fundía sin dejar rastro. Dejó el vaso en el escritorio, entre los dos, con una expresión dura en los ojos verdes; el suave tintineo del cristal resonó más de lo que debería. Sin apartar los ojos de la sonrisa ?o?a de Saladan, el elfo se apoderó de la habitación entera. Aquel era el hombre que mataba a sus empleados en su despacho y sin ninguna consecuencia, el hombre que era due?o de la mitad de la ciudad, el hombre que se burlaba de la ley y que vivía en su fortaleza en medio de un viejo bosque de dise?o.

 

Trent estaba enfadado y, de repente, me dio igual que no me hicieran ningún caso.

 

—Has hecho descarrilar dos de mis trenes, has estado a punto de provocar una huelga en mi flota de camiones y has quemado el activo principal de mi campa?a de relaciones públicas —dijo Trent; un mechón de su cabello empezaba a flotar.

 

Me lo quedé mirando mientras Lee se encogía de hombros. ?El activo principal de su campa?a de relaciones públicas? Pero si era un orfanato. Por Dios, ?hasta qué punto se podía ser frío?

 

—Era la forma más fácil de llamar tu atención. —Lee tomó un sorbo de su copa—. Llevas diez a?os abriéndote camino poco a poco al otro lado del Misisipi. ?Qué esperabas?

 

Trent apretó la mandíbula.

 

—Estás matando a personas inocentes con ese azufre tan potente que estás poniendo en las calles.

 

—?No! —ladró Lee al tiempo que apartaba el vaso—. De inocentes, nada. —Apretó los finos labios y se inclinó hacia delante, enfadado y amenazador—. Tú te has pasado de la raya —dijo con los hombros tensos bajo el esmoquin—. Y yo no estaría aquí, dedicándome a matar a tu clientela más débil si tú te hubieras quedado en tu lado del río, como se acordó.

 

—Fue mi padre el que llegó a ese acuerdo, no yo. Le he pedido a tu padre que reduzca los niveles que permite en su azufre. La gente quiere un producto seguro y yo se lo doy. Me da igual dónde vivan.