—?Viajes en el tiempo! ?Uf! ?Vaya amiga que me he echado! —dijo Xemerius, y por primera vez me pareció percibir algo parecido al respeto en su voz.
La sala en la que se encontraba el cronógrafo se hallaba profundamente enterrada bajo tierra, y a pesar de que hasta ese momento siempre me habían llevado y vuelto a sacar con los ojos vendados, creía tener una idea aproximada de su situación, aunque solo fuera porque tanto en el a?o 1912 como en el a?o 1782 afortunadamente había podido salir de ella sin la venda. Mientras mister Whitman me conducía hasta allí desde el taller de costura de madame Rossini, a través de una serie de pasillos y escaleras, el camino me resultó conocido con excepción del último tramo, en el que tuve la sensación de que mi guía daba un rodeo innecesario para despistarme.
—Sí que lo hace emocionante —dijo Xemerius—. ?Por qué demonios han tenido que esconder esta máquina del tiempo en el reducto subterráneo más lúgubre que han podido encontrar?
Oí que mister Whitman hablaba con alguien, y después una puerta pesada se abrió y luego se volvió a cerrar y mister Whitman me quitó el pa?uelo.
Parpadeé deslumbrada. Junto a mister Whitman se encontraba un joven pelirrojo vestido con un traje negro; parecía un poco nervioso y sudaba de excitación. Busqué a Xemerius con la mirada, y vi que para divertirse había metido la cabeza a través de la puerta cerrada mientras el resto de su cuerpo permanecía en la habitación.
—Son las paredes más gruesas que he visto nunca —dijo cuando volvió a aparecer—. Son tan gruesas como para emparedar a un elefante macho incluso puesto de través, si entiendes lo que quiero decir.
—Gwendolyn, este es mister Marley, adepto de primer grado —explicó mister Whitman—. Te estará esperando aquí cuando vuelvas para acompa?arte de vuelta arriba. Mister Marley, esta es Gwendolyn Shepherd, el Rubí.
—Es un honor para mí, miss —dijo el pelirrojo inclinándose ante mí.
—Hum... sí, yo también me alegro —repliqué sonriendo, cohibida.
Mister Whitman se concentró en una caja fuerte supermoderna con una pantalla parpadeante que me había pasado inadvertida en las últimas visitas a esa habitación. La caja estaba oculta tras una colgadura bordada con escenas legendarias de tema medieval. Caballeros con yelmos coronados por altos plumeros y jóvenes castellanas con sombreros puntiagudos y velos contemplaban visiblemente admirados a un mancebo medio desnudo que había matado a un dragón. Mientras mister Whitman introducía la serie de números, el pelirrojo mister Marley miró discretamente al suelo, aunque de todos modos no se podía ver nada, porque mister Whitman nos ocultaba la pantalla con sus anchas espaldas. La puerta de la caja fuerte se abrió con una suave sacudida, y mister Whitman sacó el cronógrafo, envuelto en un pa?o de terciopelo rojo, y lo colocó sobre la mesa.
Mister Marley contuvo la respiración impresionado.
—Mister Marley verá hoy, por primera vez, cómo se utiliza el cronógrafo — dijo mister Whitman gui?ándome un ojo, y con el mentón se?aló una linterna de bolsillo que había sobre la mesa—. Cógela. Es solo por si hay problemas con la electricidad. Así no tendrás miedo de quedarte a oscuras.
—Gracias. —Pensé en si no debería pedir también un insecticida; seguro que un viejo sótano como aquel debía de estar infestado de ara?as (?y de ratas?). La verdad es que no era nada elegante enviarme allí completamente sola—. ?Podría llevarme también un palo, por favor?
—?Un palo? Gwendolyn, no vas a encontrarte a nadie.
—Pero quizá haya ratas allí...
—Las ratas tendrán más miedo de ti que tú de ellas, créeme. —Mister Whitman había sacado el cronógrafo de su pa?o de terciopelo—.
Impresionante, ?no es cierto, mister Marle?
y—Cierto, sir, muy impresionante.
Mister Marley contempló el aparato reverencialmente.
—?Pelota! —espetó Xemerius—. Los pelirrojos son siempre unos pelotas, ?no te parece?
—Me había imaginado que sería más grande —dije yo—. No pensaba que una máquina del tiempo pudiera parecerse tanto a un reloj de chimenea.
Xemerius silbó entre dientes.
—De todos modos estos pedruscos no están nada mal —dijo—; si de verdad son auténticos, no me extra?a que guarden este trasto en una caja fuerte.
Efectivamente, el cronógrafo estaba adornado con piedras preciosas de un tama?o impresionante, que centelleaban en la superficie pintada y escrita del extra?o aparato como si fueran las joyas de la corona.
—Gwendolyn ha elegido el a?o 1948 —dijo mister Whitman mientras abría unos registros y ponía en movimiento unos minúsculos engranajes—. ?Qué acontecimiento tenía lugar en Londres en esa época, mister Marley, lo sabe usted?
—Los Juegos Olímpicos de Verano, sir —respondió mister Marley.
—Empollón —dijo Xemerius—. Los pelirrojos son todos unos empollones.
—Muy bien. —Mister Whitman se incorporó—. Gwendolyn aterrizará el 12 de agosto a las doce del mediodía y permanecerá allí exactamente ciento veinte minutos. ?Estás preparada, Gwendolyn?