Mister George cerró la puerta tras ella lanzando un sonoro resoplido y colocó los pesados libros sobre la mesa.
—Bueno, aquí estoy. Ya podemos empezar. Con solo cuatro miembros del Círculo Interior no estamos capacitados para tomar ninguna decisión, pero ma?ana estaremos prácticamente al completo. Sinclair y Hawkins, como era de esperar, no podrán acudir; los dos me han transferido su derecho a voto. Hoy solo se trata de fijar a grandes rasgos la dirección que seguir.
Será mejor que nos sentemos. —Falk se?aló las sillas dispuestas en torno a la mesa bajo el dragón tallado, y todos se dispusieron a ocupar sus puestos.
Gideon colgó su levita del respaldo de una silla colocada oblicuamente frente a mi asiento y se remangó la camisa.
—Reitero una vez más que Gwendolyn no debería estar presente en esta conversación. Está cansada y asustada por todo lo sucedido. Debería elapsar, y luego alguien debería llevarla a casa.
?Aunque antes alguien debería encargar para ella una pizza con doble ración de queso.? —No te preocupes, Gwendolyn solo tendrá que exponernos brevemente sus impresiones —dijo mister George—, y luego yo mismo la llevaré al cronógrafo.
—A mí no me da la impresión de que se encuentre especialmente asustada — murmuró el oscuro doctor White.
Robert, el joven fantasma, se había colocado detrás del respaldo de su silla y miraba intrigado hacia el sofá en el que estaba tumbado Xemerius.
—?Qué clase de cosa es? —me preguntó.
Naturalmente yo no dije nada.
—Yo no soy ninguna cosa. Soy un buen amigo de Gwendolyn —respondió Xemerius en mi lugar, y le sacó la lengua—. Si no el mejor. Me va a comprar un perro.
Dirigí una mirada severa al sofá.
—Lo imposible ha ocurrido —dijo Falk—, Cuando Gideon y Gwendolyn se presentaron en casa de lady Tilney, ya les estaban esperando. Todos los aquí presentes pueden dar testimonio de que la fecha y la hora de su visita se eligieron totalmente al azar. Y a pesar de eso, Lucy y Paul ya estaban allí. Es imposible que se trate de una casualidad.
—Eso significa que alguien tiene que haberles informado de la reunión —dijo mister George mientras hojeaba uno de los tomos que había traído—. La pregunta es quién.
—Más bien cuándo —dijo el doctor White mirándome.
—Y con qué objetivo —a?adí yo.
Gideon frunció el ce?o.
—El motivo está muy claro —dijo—. Necesitan nuestra sangre para poder registrarla en su cronógrafo robado. Por eso habían traído refuerzos.
—En los Anales no aparece ni una sola mención sobre su visita —dijo mister George—. Y, sin embargo, tuvieron contacto con al menos tres Vigilantes, aparte de los apostados en las salidas. ?Pueden recordar sus nombres?
—Nos recibió el primer secretario. —Gideon se apartó un mechón de la frente—. Burghes o algo así, se llamaba. Dijo que esperaban que los hermanos Jonathan y Timothy de Villiers vinieran a elapsar a media tarde, mientras que lady Tilney ya había elapsado por la ma?ana. Y un hombre llamado Winsley nos llevó en un coche de punto a Belgravia. Tendría que habernos esperado allí, ante la puerta, pero cuando abandonamos la casa, el carruaje había desaparecido. Tuvimos que huir a pie y esperar hasta nuestro salto en el tiempo.
Sentí que me sonrojaba al recordar el rato que habíamos pasado escondidos. Rápidamente cogí una galleta y dejé que el pelo me cayera sobre la cara.
—El informe de ese día fue redactado por un vigilante del Círculo Interno, un tal Frank Mine. Ocupa solo unas líneas: unas palabras sobre el tiempo, luego algo sobre una marcha de protesta de las sufragistas en la City, y menciona también que lady Tilney apareció puntualmente para elapsar.
Ningún acontecimiento especial. No se refiere a los gemelos De Villiers, aunque en esos a?os eran igualmente miembros del Círculo Interno. —Mister George suspiró y cerró de golpe el tomo—. Es muy extra?o. Supongo que todo esto sugiere un complot en nuestras propias filas.
—Y la pregunta clave sigue siendo: ?cómo pudieron saber Lucy y Paul que ustedes dos iban a aparecer ese día y a esa hora en casa de lady Tilney? — dijo mister Whitman.
—Buf —soltó Xemerius desde el sofá—, no hay quien se aclare con tantos nombres.
—La explicación es muy sencilla —dijo el doctor White, y de nuevo sus ojos se posaron en mí.
Todos se quedaron mirando al vacío con aire pensativo y sombrío; también yo.
Aunque no había hecho nada, era evidente que todos partían de la base de que en algún momento en el futuro sentiría la necesidad de revelar a Lucy y a Paul cuándo íbamos a visitar a lady Tilney fuera por la razón que fuese.
Todo aquello era muy desconcertante, y cuanto más pensaba en el asunto, más ilógico me parecía. Y de repente me sentí muy sola.