—Sí, y se alegra solo de pensarlo —dije—. Porque está realmente agotada.
—Telefonearemos a tu madre y le explicaremos que, como máximo a las diez, te llevarán a casa —dijo mister George.
?A las diez? Adiós al pollo asado. Apostaría cualquier cosa a que a esa hora mi hermano peque?o ya se habría zampado mi parte.
?When you're through with life and all hope is lost?, cantó la gárgola, y se deslizó, medio volando medio trepando, por la pared de ladrillo, para aterrizar graciosamente a mi lado en el empedrado.
—Diremos que aún tienes clase —a?adió mister George, hablando más para sí mismo que para mí—. Y tal vez sería mejor que no le hablaras de tu excursión al a?o 1912; ella opinaba que debíamos enviarte a 1956 para elapsar.
Habíamos llegado ante el cuartel general de los Vigilantes. Desde allí se controlaban, desde hacía siglos, los viajes en el tiempo. La familia De Villiers descendía supuestamente en línea directa del conde de Saint Germain, uno de los más famosos viajeros del tiempo en la línea masculina.
En cambio, nosotros, los Montrose, constituíamos la línea femenina, lo que para los De Villiers parecía significar básicamente que en realidad no contábamos.
El conde de Saint Germain era la persona que había descubierto los viajes en el tiempo controlados con la ayuda del cronógrafo, y también el que había dado la extravagante orden de registrar como fuera a cada uno de los doce viajeros del tiempo en el cronógrafo.
A estas alturas ya solo faltaban Lucy, Paul, lady Tilney y otra buena se?ora, una dama de la corte de cuyo nombre nunca podía acordarme. Gideon y yo debíamos tratar de hacernos con unas gotas de sangre de cada uno de ellos.
Ahora bien, la pregunta crucial era: ?qué pasaría exactamente cuando los doce viajeros del tiempo se hubieran registrado en el cronógrafo y el Círculo se hubiera cerrado? Nadie parecía conocer exactamente la respuesta a esta pregunta. De hecho, los Vigilantes se comportaban como auténticos lemmings en lo que se refería al conde. ?La veneración ciega no era nada comparado con aquello!
A mí, en cambio, se me hacía textualmente un nudo en la garganta cuando pensaba en Saint Germain, ya que mi único encuentro con él en el pasado no podía decirse que hubiera sido agradable, sino más bien todo lo contrario.
Delante de mí, mister George subía resoplando los escalones de la entrada.
Había algo reconfortante en su peque?a figura rechoncha. De hecho, él era el único, en toda la sociedad, que me inspiraba un poco de confianza.
Aparte de Gideon, aunque en realidad lo que tenía con él no podía llamarse confianza.
El edificio de la logia no se diferenciaba exteriormente del resto de casas que se levantaban en las estrechas callejuelas en torno a la Temple-Church, que albergaban principalmente despachos de abogados y locales para profesores del Instituto de Jurisprudencia. Pero yo sabía que el cuartel general de la sociedad era mucho mayor y mucho menos modesto de lo que aparentaba exteriormente, y que se extendía sobre todo bajo tierra, ocupando una enorme superficie.
Un poco antes de llegar a la puerta, Gideon me retuvo un momento y me susurró:
—He dicho que estabas muy afectada por lo ocurrido, de manera que procura mostrarte un poco aturdida si quieres irte pronto a casa.
—Pensaba que era lo que estaba haciendo —murmuré.
—Los esperan en la Sala del Dragón —dijo jadeando mister George desde el pasillo—. Deberías adelantarse; yo le pediré a mistress Jenkins que les traiga algo de comer. Deben estar hambrientos. ?Alguna petición especial?
Antes de que pudiera formular mi petición, Gideon me había cogido del brazo y me arrastraba hacia delante.
—?Lo máximo posible de todo! —tuve tiempo de gritar a mister George por encima del hombro, antes de que Gideon me remolcara a través de una puerta hasta otro pasillo más ancho mientras yo me esforzaba en no tropezar con la falda.
La gárgola brincaba ágilmente a nuestro lado.
—Encuentro que tu amiguito no tiene muy buenos modales —dijo—.
Normalmente, así se tira de una cabra para llevarla al mercado.
—No corras tanto, haz el favor —le dije a Gideon.
—Cuanto antes hayamos dejado atrás este asunto, antes podrás volver a casa.
?Su voz había sonado realmente preocupada, o solo pretendía librarse de mí?
—Sí, pero... ?no se te ha ocurrido que tal vez yo también quiera participar en esto? Tengo un montón de preguntas pendientes, y estoy harta de que nadie me dé respuestas.
Gideon aflojó un poco el paso.
—De todos modos, hoy ya nadie te dará respuestas; hoy solo quieren saber cómo es posible que Lucy y Paul nos estuvieran esperando. Y, por desgracia, tú sigues siendo nuestra principal sospechosa.
Ese ?nuestra? me hizo sentir una punzada en el corazón, y me puso furiosa.
—?Yo soy la única que no tiene ni idea de qué va todo esto!