Yo pasaba las vacaciones de verano con mi familia en Escocia.
—Si yo fuera tú y tuviera una familia en el sur de Francia, les visitaría cada fin de semana, aunque no tuvieran piscina ni yate.
Gideon me miró sacudiendo la cabeza.
—Ah, ?sí? ?Y se puede saber cómo te las arreglarías si además tuvieras que saltar al pasado cada pocas horas? No es una experiencia placentera precisamente cuando uno va a ciento cincuenta por la autopista.
—Oh, vaya.
De algún modo, toda esta historia de los viajes en el tiempo era demasiado nueva para mí para que hubiera podido pensar en las consecuencias que comportaba. Solo había doce portadores del gen —distribuidos a través de los siglos—, y aún no podía hacerme del todo a la idea de ser una de ellos.
De hecho, se suponía que le correspondía a mi prima Charlotte, que se había preparado concienzudamente para el papel; pero mi madre, por razones inextricables, había falseado la fecha de mi nacimiento, y ahora estábamos metidas en este embrollo. Igual que Gideon, me enfrentaba a la elección de saltar en el tiempo de una forma controlada con el cronógrafo o arriesgarme a que el salto me sorprendiera en cualquier momento y en cualquier lugar, lo que, como sabía por propia experiencia, no resultaba precisamente agradable.
—Naturalmente deberías llevarte contigo el cronógrafo para tener la posibilidad de elapsar de vez en cuando a una época sin peligro —dije reflexionando en voz alta.
Gideon soltó un resoplido desganado.
—Sí, claro, de ese modo se puede viajar relajadamente y al mismo tiempo visitar muchos lugares históricos por el camino; pero aparte de que nunca me permitirían pasear por la región con el cronógrafo en la mochila, ?qué harías tú mientras tanto sin el aparato? —Miró más allá de mí, hacia la ventana—. Gracias a Lucy y a Paul solo queda uno, ?lo has olvidado?
De nuevo había pasión en su voz, como siempre que la conversación iba a parar a Lucy y a Paul.
Me encogí de hombros y también miré por la ventana. El taxi avanzaba a paso de tortuga en dirección a Picadilly. Fantástico. El atasco habitual a la salida del trabajo en la City. Probablemente habríamos llegado antes a pie.
—?Está claro que aún no eres del todo consciente de que a partir de ahora no tendrás muchas ocasiones de salir de esta isla, Gwendolyn! —La voz de Gideon reflejaba amargura—. O de esta ciudad. En lugar de llevarte de vacaciones a Escocia, tu familia debería haberte ense?ado el mundo. Ahora ya es demasiado tarde para eso. Hazte a la idea de que en adelante solo podrás ver todos esos lugares con los que sue?as en Google Earth.
El taxista sacó un libro de bolsillo despachurrado de la guantera, se reclinó en su asiento y empezó a leer tranquilamente.
—Pero... tú has estado en Bélgica y en París —dije—. Para viajar desde allí al pasado y conseguir la sangre de ese como-se-llame y el chisme ese...
—Sí, claro —me interrumpió—. Junto con mi tío, tres Vigilantes y una figurinista. ?Un viaje fabuloso! Aparte de que Bélgica ya es de por sí un país de lo más exótico. ?No so?amos todos con poder viajar algún día aunque solo sean tres días a Bélgica?
Intimidada por este arranque repentino, pregunté en voz baja: —?Y adonde irías si pudieras elegir?
—?Quieres decir si no me hubiera caído encima esta maldición de los viajes en el tiempo? Dios, la verdad es que no sabría por dónde empezar. Chile, Brasil, Perú, Costa Rica, Nicaragua, Canadá, Alaska, Vietnam, Nepal, Australia, Nueva Zelanda... —Sonrió débilmente—. Pues eso, prácticamente a todas partes del mundo, excepto a la Luna. Pero no es precisamente divertido pensar en lo que uno nunca podrá hacer. Tenemos que resignarnos a la idea de que nuestra vida, desde el punto de vista técnicoviajero, resultará más bien monótona.
—Si omitimos los viajes en el tiempo.
Me había puesto roja, porque había dicho ?nuestra vida?, y de algún modo aquello sonaba tan... íntimo.
—Eso es algo así como una justicia compensatoria por el eterno control y el hecho de tener que estar encerrado —dijo Gideon—. Si no estuvieran los viajes en el tiempo, hace mucho que me habría muerto de aburrimiento.
Paradójico, pero cierto.
—Pues a mí, para darle un poco de emoción a la vida, me bastaría con ver de vez en cuando una buena película de suspense, la verdad.
Miré con envidia a un ciclista que avanzaba serpenteando a través del embotellamiento. ?Quería volver a casa de una vez! Pero los coches que teníamos delante no se movían ni un milímetro, lo que sin duda le parecía perfecto a nuestro taxista lector.
—Si tu familia vive en el sur de Francia, ?dónde vives tú ahora? —le pregunté a Gideon.
—Desde hace muy poco tengo un piso en Chelsea. Pero en realidad solo voy allí para ducharme y dormir, si es que lo consigo.