—Lucy ha dicho que debo preguntarle a mi abuelo. Seguramente no sabe que ha muerto. —Pensé en los ojos llenos de lágrimas de Lucy—. Pobre. Para ella debe de ser terrible no poder volver a ver nunca a su familia en el futuro.
Gideon no dijo nada. Durante un rato permanecimos en silencio. A través de una rendija de la cortina mire hacia el presbiterio. Una gárgola peque?a —tal vez me llegara a la rodilla—, con orejas puntiagudas y una cómica cola de lagartija, salió dando un brinco de la sombra de una columna y miró hacia nosotros.
Rápidamente apa?é la mirada. Si se daba cuenta de que podía verla, seguro que vendría a darme la lata. Sabía por propia experiencia que los fantasmas gárgola pueden ponerse muy pesados.
—? Estás seguro de que te puedes fiar del conde de Saint Germaín? —pregunté mientras la gárgola se acercaba dando saltitos.
Gideon cogió aire.
—Es un genio. Ha descubierto cosas que ningún hombre antes que él... Sí, confío en el conde. Piensen lo que piensen Lucy y Paul, están equivocados. —Suspiró—. En todo caso, hasta hace poco estaba totalmente seguro, cuando todo parecía tan lógico...
Por lo visto, la peque?a gárgola nos encontraba aburridos, porque trepó por una columna y desapareció en la tribuna del órgano.
—?Y ahora ya no te lo parece?
—?Solo sé que antes de que aparecieras tú lo tenía todo controlado! —repuso Gideon.
—?No estarás haciéndome responsable de que por primera vez en tu vida no todos bailen al son que tú tocas?
Levanté las cejas exactamente como había visto que él lo hacía. ?Era una sensación fantástica! Estuve a punto de sonreír, tan orgullosa me sentía de mí misma.
—?No! —Sacudió la cabeza y lanzó un gemido—. ?Gwendolyn! ?Por qué las cosas son tan complicadas contigo en comparación con Charlotte?
Se inclinó hacia delante, y vi en su mirada algo que nunca había visto antes.
—?Ah! ?De eso hablaban hoy en el patio de la escuela? —pregunté ofendida.
Acababa de ofrecerle la oportunidad perfecta para contraatacar. ?Un error de principiante!
—?Celosa? —preguntó rápidamente con una amplia sonrisa.
—?En absoluto!
—Charlotte siempre hacía lo que yo le decía. Tú no lo haces. Lo que resulta bastante estresante. Pero, de algún modo, también muy divertido y tierno.
Esta vez no fue solo su mirada lo que me desconcertó. Con vergüenza, me aparté un mechón de cabellos de la cara. Con la carrera, mi estúpido peinado se había deshecho del todo; seguramente las horquillas habían dejado una pista desde Eaton Place hasta la puerta de la iglesia.
—?Por qué no volvemos a Temple?
—A mí me parece que aquí se está muy bien. Si volvemos, se iniciará otra vez una de esas interminables discusiones. Y la verdad, de vez en cuando no me viene mal dejar de recibir órdenes del tío Falk durante un rato,
?Bien, había vuelto a recuperar la iniciativa!
—No es una sensación muy agradable, ?verdad? —le pregunté.
Sacudió la cabeza.
—No. Realmente, no.
Fuera, en la nave de la iglesia, se oyó un ruido que me hizo pegar un brinco. Volví a echar un vistazo a través de la cortina: era una anciana que encendía una vela ante un cepillo.
—?Y qué pasará si saltamos ahora mismo? No quiero aterrizar en el regazo de... un ni?o que va a hacer la primera comunión, por ejemplo... Además, no creo que el cura se mostrara muy entusiasmado al verme.
—No te preocupes. —Gideon rió bajito—. En nuestra época este confesionario nunca está ocupado. Podría decirse que está reservado para nosotros. El padre Jakobs lo llama ?el ascensor al submundo?. Naturalmente, es miembro de los Vigilantes.
—?Cuánto falta aún para nuestro salto?
Gideon miró el reloj.
—Todavía nos queda tiempo.
—Entonces deberíamos emplearlo en algo útil —Solté una risita—. ?No querrías confesar tus pecados, hijo mío?
Sencillamente me había salido así, sin pensarlo, y en ese instante comprendí finalmente qué estaba pasando allí.
?Estaba sentada con mister Gideon-antes-conocido-como-el-creído-insufrible en un confesionario en el penúltimo cambio de siglo flirteando descaradamente! ?Dios mío! ?Por qué Leslie no me había preparado un expediente lleno de indicaciones para el caso?
—Solo si tú también me confiesas tus pecados.
—Ya te gustaría, —Me apresuré a cambiar de tema. Definitivamente me encontraba en terreno resbaladizo—. La verdad es que tenías razón con lo de la trampa. Pero ?cómo podían saber Lucy y Paul que esta?amos allí precisamente hoy?
—No tengo ni la más remota idea —repuso Gideon, y de pronto se inclinó tanto hacia mí que nuestras narices quedaron a unos centímetros. En la penumbra sus ojos se veían muy oscuros—. Pero tal vez tú sí lo sepas.
Parpadeé irritada (doblemente irritada: primero por la pregunta, pero más aún por nuestra repentina proximidad)
—?Yo?