Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—?Te refieres a Gordon Gelderman? Pero ?qué dices?

—Si no es tu novio, ?cómo es que te puede tocar?

—Es que no puede, para ser sincera, no me fijé en que lo hiciera.

Y no me había fijado porque estaba demasiado ocupada mirando cómo Gideon intercambiaba arrumacos con Charlotte. Al recordarlo, se me encendieron las mejillas. El la había besado. O casi.

—?Cómo es que te has sonrojado? ?Es por ese Gordon Gallahan?

—Gelderman —le corregí.

—Lo que sea. Tenía aspecto de idiota.

Me eché a reír.

—No es solo el aspecto —dije— Y, además, besa horriblemente.

—Tampoco quería saber tanto. —Gideon se agachó, se ató los cordones de los zapatos, y después de incorporarse, cruzó los brazos sobre el pecho y miró por la ventana—. ?Mira, esto ya es Belgrave Road! ?Estás emocionada por ver a tu tatarabuela?

—Sí, muchísimo.

Enseguida me olvide de lo que habíamos hablado. Qué extra?o era todo aquello. Mi tatarabuela, a la que estaba a punto de visitar, era un poco más joven que mi madre.

Por lo visto, se había casado bien, porque la casa de Eaton Place ante la que se detuvo la calesa era una imponente mansión se?orial. Y el mayordomo que nos abrió la puerta también lo era. Era aún más se?orial que mister Bernhard. ?Incluso llevaba guantes blancos!

El hombre nos miró con desconfianza cuando Gideon le tendió una tarjeta y le anunció que éramos una visita sorpresa para el té y que estaba seguro de que su vieja amiga, lady Tilney, se alegraría mucho de saber que Gwendolyn Shepherd había venido a visitarla.

—Me parece que no te encuentra bastante refinado sin sombrero ni patillas —observé cuando el mayordomo se marchó con la tarjeta.

—Y sin bigote —se?aló Gideon—. Lord Tilney tiene uno que le va de oreja a oreja. ?Ves? Ahí delante hay un retrato suyo.

—Madre mía.

Mi tatarabuela tenía un gusto francamente extravagante en materia de hombres. Su marido tenía el tipo de bigote que hay que fijar con rulos por la noche.

—?Y si sencillamente manda al mayordomo a decirnos que no está en casa? —pregunté—. Tal vez no tenga ganas de volver a verte tan pronto.

—Está bien eso de tan pronto. Para ella, hace dieciocho a?os de mi última visita.

—?Tanto ya?

En la escalera había aparecido una mujer alta y delgada, con el cabello pelirrojo recogido en un peinado bastante parecido al mío. Me recordaba a lady Arista, pero treinta a?os más joven. Vi, sorprendida, que su forma de caminar también era calcada a la de mi abuela.

Cuando la mujer se detuvo frente a mí, las dos permanecimos calladas, totalmente concentradas en nuestra contemplación mutua. También pude reconocer algo de mi madre en mi tatarabuela. Y no sé qué o a quién vio lady Tílney en mí, pero el hecho es que asintió y sonrió como sí le complaciera mi aspecto.

Gideon esperó un momento antes de decir:

—Lady Tilney, tengo la misma petición que hacerle que hace dieciocho a?os. Necesitamos un poco de su sangre.

—Y yo sigo diciendo lo mismo que hace dieciocho a?os. No tendrás mi sangre. —Se volvió hacía mí—. Pero puedo ofrecerles un té. Aunque aún es un poco pronto para eso. Ante una taza de té se conversa mejor.

—En ese caso estaremos encantados de tomar una tacita —repuso Gideon galantemente.

Seguimos a mi tatarabuela escaleras arriba hasta una habitación que daba a la calle. Junto a la ventana había una mesita redonda servida para tres personas, con platos, tazas, cubiertos, pan, mantequilla, mermelada, y en el centro una bandeja con unos finísimos sándwiches de pepino y scones.

—Casi se diría que nos estaba esperando —dije mientras Gideon examinaba con detenimiento la habitación.

Lady Tilney sonrió de nuevo.

—Sí, ?verdad? Realmente lo parece, pero, de hecho, espero a otros invitados, tomen asiento, por favor.

—No, gracias, dadas las circunstancias preferimos seguir de pie —repuso Gideon, que de pronto se había puesto muy tenso—. Tampoco queremos molestarla mucho rato. Solo queríamos obtener un par de respuestas.

—?Y cuáles son las preguntas?

—?De qué conoce mi nombre? —pregunté—, ?Quién le ha hablado de mí?

—Tuve una visita del futuro. —Su sonrisa se hizo más amplia—.

Me pasa a menudo.

—Lady Tilney, la última vez ya traté de explicarle que esa visita le proporcionó datos totalmente falsos —aclaró Gideon—. Comete un grave error al confiar en las personas equivocadas.

—Yo también se lo digo siempre —dijo una voz de hombre. En la puerta había aparecido un joven que se acercó con paso indolente—. Margret, digo siempre, cometes un grave error al confiar en las personas equivocadas. Oh, esto tiene un aspecto delicioso. ?Son para nosotros?

Gideon, que al verle había cogido aire bruscamente, tendió el brazo hacia mí y me sujetó por la mu?eca. —?No des ni un paso más! —resopló.

El otro hombre levanto una ceja.

—Solo voy a coger un sándwich, si no tienes inconveniente.