—Ya llegan los refuerzos —anunció Paul sin volverse.
—La verdad es que miente más que habla —repuso Gideon. El mayordomo se hizo a un lado para dejar entrar en la habitación a una esbelta muchacha pelirroja, un poco mayor para ser la hija de lady Tilney.
—No me lo puedo creer —exclamó la joven mirándome como si nunca hubiera visto antes nada tan raro.
—?Puedes creerlo, princesa! —repuso Paul en un tono tierno y un poco preocupado.
La joven permanecía clavada en la puerta, como petrificada.
—Tú eres Lucy —dije. El parecido familiar era más que evidente.
—Gwendolyn —suspiró Lucy.
—Sí, esta es Gwendolyn —dijo Paul—. Y el tipo que la mantiene agarrada como si fuera su osito de peluche preferido es mi sobrino primo o como se llame eso. Por desgracia, lo único que quiere es marcharse.
—?No, por favor! —suplicó Lucy—. Tenemos que hablar con ustedes.
—En otra ocasión —cortó Gideon secamente—. Tal vez en algún momento en que no estemos rodeados de extra?os.
—?Es importante! —exclamó Lucy.
Gideon rió.
—?Sí, estoy seguro!
—Puedes irte sí quieres, chico —afirmó Paul—. Millhouse te acompa?ará hasta la puerta. Pero Gwendolyn se quedará un poco más. Tengo la sensación de que es más fácil hablar con ella. Aún no ha pasado por todo ese lavado de cerebro... ?Oh, mierda!
La maldición iba dirigida a la peque?a pistola negra que había aparecido como por ensalmo en la mano de Gideon, que la giró muy despacio para apuntar a Lucy.
—Ahora Gwendolyn y yo abandonaremos la casa tranquilamente —anunció—, Lucy nos acompa?ará hasta la puerta.
—Eres un cerdo —susurró Paul, que se había levantado bruscamente. Su mirada se paseaba indecisa entre Millhouse, Lucy y nosotros dos.
—Vuelve a sentarte —ordenó Gideon—. Su voz era helada, pero yo podía sentir cómo se le había acelerado el pulso. Mientras con la mano libre seguía manteniéndome firmemente apretada contra él, a?adió dirigiéndose a Millhouse—: Y usted, siéntese, por favor. Aún quedan un montón de sándwiches.
Paul volvió a sentarse y miró hacia la puerta lateral. —Una palabra a Frank y disparo —advirtió Gideon. Aunque Lucy le miraba con los ojos abiertos de par en par, no parecía tener ningún miedo. Al contrario que Paul, que realmente parecía creer que Gideon hablaba en serio.
—Haz lo que dice —le dijo a Millhouse, y el mayordomo abandonó su puesto en el umbral y se sentó a la mesa lanzándonos miradas furiosas.
—Ya le has visto, ?verdad? —Lucy miró a Gideon directamente a los ojos—. Ya te has encontrado con el conde de Saint Germain.
—Tres veces —repuso Gideon—. Y él sabe muy bien lo que se proponen. Media vuelta, —Colocó el ca?ón de la pistola directamente contra la nuca de Lucy—. ?Adelante!
—Princesa…
—No pasa nada, Paul.
—Le han dado una maldita automática Smith and Wesson. Pensaba que eso iba contra las doce reglas de oro.
—En la calle la dejaremos ir —afirmó Gideon—. Pero si antes se mueve alguien aquí arriba, dispararé. Ven, Gwendolyn. Tendrán que intentarlo otra vez sí quieren conseguir tu sangre.
Dudé un momento.
—Tal vez es verdad que solo quieren hablar —murmuré. Me interesaba terriblemente saber lo que Lucy y Paul tenían que decir. Pero, por otro lado, si realmente eran tan inofensivos, ?por qué habían apostado a estos guardias de corps en la habitación? Y con armas. De nuevo me vinieron a la memoria los hombres del parque.
—Puedes estar segura de que no solo quieren hablar —repuso Gideon.
—Es inútil —se?aló Paul—. Le han lavado el cerebro.
—Es el conde —dijo Lucy—. Puede ser muy convincente, como sabes.
—?Volveremos a vernos! —saludó Gideon. Entretanto ya habíamos llegado al rellano.
—?Debo tomarlo como una amenaza? —exclamó Paul—. ?Nos veremos, sí, puedes contar con ello!
Gideon mantuvo la pistola apuntada contra la nuca de Lucy hasta que llegamos a la puerta de la casa.
Yo esperaba que en cualquier momento el hombre al que llamaban Frank saliera disparado de la otra habitación, pero no apareció nadie. Y tampoco mi tatarabuela se veía por ningún sitio.
—No deben permitir que el Círculo se cierre —balbució Lucy nerviosamente—. Y no deben volver a visitar nunca al conde en el pasado, ?sobre todo, Gwendolyn no debe encontrarse con él!
—?No les escuches!
Gideon se vio obligado a soltarme mientras apuntaba a Lucy con la pistola con una mano y con la otra abría la puerta para mirar a la calle. Desde arriba llegaba un murmullo de voces. Miré angustiada hacia la escalera. Allí arriba había tres hombres y una pistola, y allí arriba debían quedarse.
—Ya lo he visto —respondí a Lucy—. Ayer.
—?Oh, no! —La cara de Lucy se puso un poco más pálida aún—. ?él conoce tu magia?
—?Qué magia?
—La magia del cuervo —respondió Lucy.
—La magia del cuervo es solo un mito.