Gideon puso los ojos en blanco.
—Imagina que pierdes tu móvil en el pasado —dijo el se?or de Villiers—. Probablemente el que lo encuentre no sabrá que hacer con él, pero también es posible que sí. Y entonces tu móvil cambiaría el pasado. ?O una pistola! Prefiero no pensar en lo que podría pasar si a la humanidad se le ocurriera utilizar armas sofisticadas antes aún de lo que lo ha hecho.
—Además, estos objetos serían una prueba de su existencia y también de la nuestra —aseguró el doctor White—. Al menor descuido todo podría cambiar, y el continuum estaría en peligro.
Me mordí el labio mientras reflexionaba sobre hasta qué punto un espray de pimienta que se perdiera, pongamos por caso, en el siglo XVIII podría cambiar el futuro de la humanidad. Tal vez lo hiciera solo para bien, si iba a dar con la persona adecuada...
Míster George alargó la mano.
—Yo me encargo de guardarlo mientras tanto.
Suspirando me llevé la mano al escote y le entregué el móvil.
—?Pero luego quiero que me lo devuelva enseguida!
—?Estamos listos de una vez? —preguntó el doctor White—. El cronógrafo está preparado.
Sí, estaba lista. Sentí un ligero cosquilleo en el estómago y tuve que admitir que eso me gustaba mucho más que tener que meterme en un sótano en un a?o aburrido para hacer los deberes.
Gideon me dirigió una mirada escrutadora. Tal vez estaba pensando en qué más podía haber escondido. Le miré con cara de inocencia. Hasta la vez siguiente no podría llevarme el espray. Realmente, era una lástima.
—?Preparada, Gwendolyn? —preguntó finalmente.
Le sonreí.
—Estoy lista si tú lo estás.
Vivimos tiempos desquiciados ?Oh nefasta suerte,
que me hiciste nacer para enmendarlos!
Hamlet
William Shakespeare
(1564 – 1616)
15
Una calesa de los Vigilantes nos llevó de Temple a Belgravia siguiendo la orilla del Támesis, y esta vez pude reconocer en el exterior muchas cosas del Londres que conocía. El sol iluminaba el Big Ben y la catedral de Westminster, y, para mi gran alegría, por las anchas avenidas paseaban personas con sombreros, sombrillas y vestidos claros como el mío, los parques brillaban con el verdor de la primavera y las calles estaban bien pavimentadas y sin pizca de lodo.
—?Es como el escenario de un musical! —exclamé—. Yo también quiero tener una sombrilla como esas.
—Hemos ido a parar a un buen día —repuso Gideon—. Y a un buen a?o.
Mi compa?ero de viaje había dejado su sombrero de copa en el sótano, y, como yo hubiera hecho lo mismo en su lugar, no malgasté ni una palabra en comentarlo.
—?Por qué no esperamos sencillamente a Margret en Temple, cuando venga a elapsar? —le pregunté.
—Ya lo he intentado dos veces, pero no ha sido fácil convencer a los Vigilantes de mis buenas intenciones, a pesar de la contrase?a y el anillo y todo el resto. Siempre es difícil prever las reacciones de los Vigilantes del pasado. En la duda, tienden a ponerse del lado de los viajeros del tiempo que conocen y deben proteger, en lugar del de un visitante del futuro al que apenas conocen o no conocen en absoluto, tal como hicieron la noche pasada y esta ma?ana. Tal vez tengamos más éxito si la visitamos en su casa. En todo caso, tendremos más posibilidades de sorprenderle.
—Pero ?no podría ser que estuviera vigilada día y noche por alguien que esté esperando a que aparezcamos? De hecho, ella cuenta con eso desde hace muchos a?os, ?no?
—En los Anales de los Vigilantes no se habla para nada de una protección personal adicional. Solo del novicio de rigor que mantiene vigilada la casa de cada viajero del tiempo.
—El hombre de negro —exclamé—. En nuestra casa también hay uno.
—Y por lo que se ve, no demasiado discreto —dijo Gideon, sonriendo.
—No, en absoluto. Mi hermana peque?a dice que es un mago. —Aquello me hizo pensar en que no le había preguntado a Gideon por su familia—. ?Tú también tienes hermanos?
—Un hermano peque?o —contestó—. Bueno, ya no es tan peque?o. Tiene diecisiete a?os.
—?Y tú?
—Diecinueve —repuso Gideon—. En fin, casi.
—Si ya no vas a la escuela, ?qué haces aparte de viajar por el pasado?
Y tocar el violín, Y toda esa clase de cosas.
—Oficialmente estoy matriculado en la Universidad de Londres —dijo—, pero creo que este trimestre voy a tener que dejarlo.
—?En qué facultad?
—Eres bastante curiosa, ?no?
—Me limito a dar un poco de conversación —repuse (había sacado la frase de James)—. Vamos, dime. ?Qué estudias?
—Medicina.
Había sonado un poco cortado.
Reprimí un ??oh!? de sorpresa y volví a mirar por la ventana. Medicina... Interesante, sí, muy interesante.
—?Ese que estaba hoy en el instituto es tu novio?
—?Qué? ?De quién hablas?
Le miré perpleja.
—El tipo que tenías detrás, el que te apoyaba la mano en el hombro.
Lo había dicho como de pasada, casi con desinterés.