Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—Sírvete tranquilamente.

Mientras mi tatarabuela abandonaba la habitación, el mayordomo se plantó en el umbral de la puerta, A pesar de los guantes blancos, en ese momento parecía el portero de un club de mala fama.

Gideon maldijo en voz baja.

—No deben preocuparse por Millhouse —afirmo el joven—. Aunque dicen que una vez le partió la nuca a un hombre por descuido, ?No es cierto, Millhouse?

Le miré fijamente. No podía hacer otra cosa. Tenía los mismos ojos que Falk de Villiers, amarillos como el ámbar. Como un lobo.

—?Gwendolyn Shepherd!

Al sonreír, aún se parecía más a Falk de Villiers, solo que era al menos veinte a?os más joven y sus cortos cabellos eran del color del azabache. Su mirada me daba miedo: era afable, pero en ella había algo que no podía acabar de definir. ?Tal vez rabia o dolor?

—Es un placer para mí conocerte.

Su voz había enronquecido por un instante. Me tendió la mano, pero Gideon me sujeto con los brazos atrayéndome hacia él.

—?No la toques!

De nuevo arqueó las cejas.

—?De qué tienes miedo, muchacho?

—?Sé muy bien que quieres de ella!

Podía sentir los latidos del corazón de Gideon en mi espalda.

—?Sangre? —El hombre cogió uno de los minúsculos y finísimos sándwiches y se lo echó a la boca. Luego nos ense?ó las palmas de las manos y dijo—: Ninguna jeringa, ningún escalpelo, ?Lo ves? Y ahora deja a la muchacha, la estás aplastando. —De nuevo esa curiosa mirada que me apuntaba—. Mi nombre es Paul, Paul de Villiers.

—Ya lo imaginaba —repuse—. Usted es el hombre que indujo a mi prima Lucy a robar el cronógrafo ?Por qué lo hizo?

Paul de Villiers hizo una mueca.

—Encuentro raro que me trates de usted.

—Y yo encuentro raro que me conozca.

—Deja de hablar con él —me advirtió Gideon.

Mientras tanto su abrazo se había aflojado un poco, y ahora solo me mantenía apretada contra él con un brazo mientras con el otro abría una puerca lateral que tenía detrás para echar un vistazo a la habitación contigua. Otro hombre enguantado se había plantado ante ella.

—Este es Frank —dijo Paul— Y como no es tan grande y fuerte como Millhouse, lleva una pistola, ?ves?

—Sí —gru?ó Gideon, y volvió a cerrar la puerta.

Gideon no se había equivocado. Efectivamente habíamos caído en una trampa. Pero ?cómo era posible? Margret Tilney no podía haber servido la mesa para nosotros y colocado a un hombre con una pistola en la habitación contigua cada uno de los días de su vida. —?Cómo sabía que estaríamos aquí hoy? —pregunté a Paul.

—Bueno... Si te dijera que no lo sabía en absoluto, que solo pasaba casualmente por aquí, seguro que no me creerías, ?o sí? —Pescó un scone de la mesa y se dejó caer en una silla—. ?Cómo están tus queridos, padres?

—?Cierra la boca! —susurró Gideon,

—?Vamos, supongo que podré preguntarle cómo están sus padres, no!

—Bien —repuse—. Al menos mamá. Mi padre murió.

Paul parecía horrorizado.

—?Muerto? ?Pero si Nicolás tenía una salud de hierro, estaba fuerte como un roble!

—Tenía leucemia —dije—. Murió cuando yo tenía siete a?os.

—Oh Dios mío. Lo siento muchísimo. —Paul me dirigió una mirada triste y seria—. Seguro que fue espantoso para ti tener que crecer sin un padre.

—Deja de hablar con él —volvió a decir Gideon—. Solo trata de retenernos hasta que llame refuerzos.

—?Sigues creyendo que voy tras su sangre?

Los ojos amarillos tenían un brillo peligroso.

—En efecto —repuso Gideon.

—?Y crees que Milihouse, Frank, yo y la pistola no nos bastaríamos para controlarle? —preguntó Paul sarcásticamente.

—En efecto —volvió a decir Gideon.

—Oh, claro, estoy seguro de que mi querido hermano y los otros Vigilantes se habrán encargado de convertirte en una maquina de combate —se burló Paul—. Al fin y al cabo eras tú quien tenía que sacarlos del atolladero. O, mejor dicho, al cronógrafo. Nosotros teníamos que aprender un poco de esgrima y el obligatorio violín por simple tradición, pero apuesto a que tu también has aprendido taekwondo y todo ese género de cosas. Supongo que es imprescindible cuando uno tiene que viajar al pasado para sacarle sangre a la gente.

—Hasta ahora esas personas han entregado su sangre voluntariamente.

—?Solo porque no sabían adonde conduciría eso!

—?No! ?Porque no querían destruir aquello por lo que los Vigilantes han investigado, han trabajado y han velado durante siglos!

—?Bla bla bla! También nosotros hemos tenido que soportar a lo largo de nuestras vidas esta patética cháchara, pero nosotros conocemos la verdad sobre las intenciones del conde de Saint Germain.

—?Y cuál es la verdad? —solté instintivamente. En la escalera se oyeron pasos.