—Cualquier chica lo encontraría genial —reconocí—. Al menos, físicamente. Pero todo el rato me está sacando de quicio y no para de hacerse el mandón y sencillamente es… increíblemente... increíblemente...
—…. ?genial? — Leslie me sonrió cari?osamente—. ?Tú también lo eres, de verdad! Eres la chica más genial que conozco, exceptuándome a mí. Y, además, tú también puedes hacerte la mandona. Ahora ven, quiero ver la limusina con la que vendrán a recogerte.
James inclinó la cabeza rígidamente cuando pasamos junto a su nicho.
—Espera un momento —le dije a Leslie —. Tengo que preguntarle una cosa a James.
Cuando me detuve, la expresión ofendida del rostro de James desapareció para dar paso a una sonrisa de satisfacción.
—He vuelto a reflexionar sobre nuestra última conversación —dijo.
—?Sobre los besos?
—?No! Sobre la viruela. Es posible que realmente la contrajera. Cambiando de tema, sus cabellos tienen hoy un brillo muy bonito.
—Gracias. James, ?puedes hacerme un favor?
—Espero que no tenga nada que ver con los besos.
Se me escapó la risa.
—No sería mala idea —dije—. Pero lo que me interesa ahora son los modales.
—?Los modales?
—Siempre te estás quejando de que no tengo modales, y tienes razón. Por eso quería pedirte que me ense?aras la forma correcta de comportarse en tu época. Cómo hay que hablar, cómo hay que doblar la rodilla, cómo hay que... en fin, qué sé yo, todas esas cosas.
—?Cómo se aguanta un abanico? ?Cómo hay que bailar? ?Qué normas de comportamiento hay que seguir cuando el príncipe regente se encuentra en la sala?
—?Exacto!
—Pues sí, puedo ense?árselo —aseguró James.
—Eres un encanto —repuse yo, y antes de volverme de nuevo para marcharme—: Esto... ?James? ?También sabes manejar la espada?
—Naturalmente —dijo James—. No está bien que lo diga yo, pero entre mis amigos del club se me considera uno de los mejores espadachines. El propio Galliano dice que tengo un talento extraordinario.
—?Fantástico! —exclamé—. Eres un amigo de verdad.
—?Quieres que el fantasma te ense?e a manejar la espada? —Leslie había seguido nuestra conversación muy interesada, aunque naturalmente solo había podido oír mi parte—. ?Un fantasma puede sostener una espada?
—Ya lo veremos —repuse—. En cualquier caso, conoce a la perfección el siglo XVIII, porque, al fin y al cabo, es de donde viene.
Gordon Gelderman nos alcanzó en las escaleras.
—Has vuelto a hablar con el nicho, Gwendolyn. Lo he visto perfectamente.
—Sí, es mi nicho preferido, Gordon. Se ofende si no hablo con él.
—?Ya sabes que eres muy rara?
—Sí, querido Gordon, lo sé, pero al menos no estoy cambiando la voz como tú.
—Eso pasará —repuso Gordon.
—Lo mejor sería que fueras tú quien pasaras —dijo Leslie.
—Ay perdón, seguro que quieren volver a charlar de sus cosas —se mofó Gordon, que siempre se pegaba como una lapa—. Hoy solo han estado cuchicheando cinco horas. ?Nos veremos después en el cine?
—No —respondió Leslie.
—De todos modos, tampoco puedo —se?aló Gordon, mientras nos seguía como una sombra por el vestíbulo—. Tengo que escribir esa estúpida redacción sobre los anillos de sello. ?He dicho ya que odio a mister Whitman?
—Solo un centenar de veces.
Antes de salir afuera, vi la limusina parada ante la puerta de la escuela. Mi corazón se puso a palpitar un poco más rápido. Aún me sentía terriblemente avergonzada cuando pensaba en la noche anterior, —?Uau! ?Menuda carroza! —Gordon dejó escapar un silbido—. Tal vez los rumores que dicen que la hija de Madonna viene a nuestra escuela de incógnita y bajo un nombre falso son ciertos.
—Claro —dijo Leslie parpadeando al sol—. Y por eso vienen a recogerla con una limusina, para que pase de incógnito.
Unos cuantos alumnos contemplaban el coche, boquiabiertos. También Cynthia y su amiga Sarah se habían quedado paradas en las escaleras mirando con los ojos abiertos como platos, si bien sus miradas no apuntaban a la limusina, sino un poco más a la derecha.
—Y yo que creía que la empollona no tenía nada que ver con chicos —comentó Sarah—. Y menos con ejemplares de lujo como este.
—Tal vez sea su primo —repuso Cynthia—. O su hermano.
Mi mano se cerró con fuerza sobre el brazo de Leslie. Gideon en carne y hueso se encontraba en el patio de nuestra escuela, muy relajado, en vaqueros y camiseta, hablando con Charlotte. Leslie enseguida comprendió lo que pasaba.
—Y yo que pensaba que llevaba el pelo largo —dijo en ro?o de reproche.
—Y lo lleva —repuse yo.
—Medio largo —aclaró Leslie—. Hay una diferencia. Esa medida sí que es genial.
—Es marica, me apuesto cincuenta libras a que es marica —soltó Gordon, y apoyó el brazo en mi hombro para poder ver mejor entre Cynthia y yo.