—?Es demasiado grande para mí, Gwenny! Y ahora tienes que levantarte en serio; si no, no te darán el desayuno.
No me desperté de verdad hasta que no estuve bajo la ducha, y, mientras me lavaba el pelo, mis pensamientos no dejaron de girar en torno a la noche anterior, o, para ser más exactos, en torno a la media hora (tiempo percibido) que había pasado en brazos de Gideon llorando a lágrima viva.
Recordé cómo me había atraído hacia él y me había acariciado los cabellos. Estaba tan trastornada que hasta ese momento no había pensado en absoluto en lo cerca que habíamos estado de pronto el uno del otro, lo que solo contribuía a que entonces me resultara aún más penoso recordarlo. Sobre todo porque, en contra de su estilo habitual, había estado realmente muy cari?oso (aunque solo por pura compasión), y yo me había propuesto firmemente aborrecerle hasta el fin de mis días.
—?Gwenny! —Caroline golpeaba la puerta del lavabo—. ?Acaba de una vez! No puedes pasarte toda la vida en el ba?o.
Tenía razón. No podía quedarme allí eternamente. Tenía que volver a salir a la nueva vida que me había tocado de pronto. Cerré el grifo del agua caliente y dejé que el agua helada corriera sobre mí hasta hacer desaparecer de mi cuerpo hasta el menor rastro de suciedad. Mi uniforme de la escuela se había quedado en el cuarto de costura de madame Rossini y tenía dos blusas en la ropa sucia, por lo que tuvo que ponerme el de repuesto, que ya me iba un poco peque?o. La blusa se tensaba sobre el pecho y la falda era un pelín corta. Tanto daba. Los zapatos azul marino también se habían quedado en Temple, de modo que me puse mis deportivas negras; aunque de hecho estaba prohibido, no era probable que el director Gilles entrara en clase precisamente hoy para hacer una ronda de inspección de calzado.
No tenía tiempo de usar el secador, de manera que me sequé los cabellos con una toalla tan bien como pude y me pasé el peine. El pelo, mojado y liso, me caía sobre los hombros. No quedaba ni rastro de los suaves rizos de madame Rossini había hecho surgir el día anterior como por arte de magia.
Durante un rato contemplé mi cara en el espejo. No podía decirse que estuviera fresca como una rosa, pero sí mejor de lo que podía esperarse. Me repartí por las mejillas y la frente un poco de la crema antiarrugas de mamá. Como repetía siempre mi madre, nunca es demasiado pronto para empezar.
No me hubiera importado en absoluto prescindir del desayuno, pero, por otro lado, tarde o temprano tendría que encontrarme con Charlotte y la tía Glenda, de modo que cuanto antes lo hiciera mejor.
Al llegar al primer piso, mucho antes de entrar en el comedor, ya las oí hablar.
—El gran pájaro es un símbolo de desgracia —oí que decía la tía abuela Maddy.
—?Caramba, menudo novedad! A la tía Maddy le encantaba dormir, y el desayuno era para ella la única comida prescindible del día. Normalmente, nunca se levantaba antes de las diez—. Me gustaría que alguien me escuchara —continuó.
—?Maddy, por favor! Nadie sería capaz de sacar nada en claro de tu visión. Ya hemos tenido que oírla al menos diez veces.
La que hablaba era lady Arista.
—Eso es —convino la tía Glenda—. Si oigo una vez más las palabras ?huevo de zafiro?, me pondré a gritar.
—Buenos días —saludé.
Siguió un corto silencio en el que todos me miraron con los ojos tan abiertos como los de Dolly, la oveja clonada.
—Buenos días, querida —dijo lady Arista finalmente—. Espero que hayas dormido bien.
—Sí, de maravilla, gracias. Estaba muy cansada.
—Seguro que todo esto te queda un poco grande —me espetó la tía Glenda mirándome de arriba abajo.
De hecho, era cierto. Me dejé caer en la silla, frente a Charlotte, que no había tocado su tostada. Mi prima me miró como si mi aparición fuera lo que le había hecho perder el apetito.
De todos modos, mamá y Nick me dirigieron una sonrisa de complicidad y Caroline me alargó una fuente de cereales con leche.
La tía Maddy, con su bata rosa, me saludó con la mano desde el otro extremo de la mesa.
—?Angelito! ?Estoy tan contenta de verte! Por fin podrás poner un poco de luz en toda esta confusión. Con el escándalo que había ayer en la noche era imposible enterarse de nada. Glenda empezó a revolver viejas historias de entonces, de cuando Lucy se fugó con ese guapo joven De Villiers. Nunca he entendido por qué armaron todos tanto alboroto, solo porque Grace la dejó vivir unos días en su casa. Una pensaría que todo este asunto es cosa del pasado; pero no, apenas empieza a crecer la hierba en algún sitio, llega algún camello y se pone a mordisquearla.
Caroline rió entre dientes. Sin duda se estaba imaginando a la tía Glenda como camello.
—Esto no es ninguna serie de la tele, tía Maddy —resopló la tía Glenda.