Me había soltado el brazo. Por lo visto, creía que ya estaba en condiciones de sostenerme sobre mis piernas sin su ayuda.
—?Por qué no llevabas una pistola? —le espeté—. ?El otro hombre tenía una!
—No una, sino dos —repuso Gideon.
—?Y por qué no las utilizó?
—Lo hizo. Mató al pobre Wilbour y el disparo de la segunda pistola no me acertó por poco.
—Pero ?por qué no volvió a disparar?
—?A ti qué te parece? Pues porque cada pistola tiene un solo disparo —aclaró Gideon—. Las peque?as y prácticas armas de fuego que conoces de las películas de James Bond aún no se habían inventado.
—?Pero ahora sí que se han inventado! ?Por qué te llevas al pasado una estúpida espada y no una pistola como Dios manda?
—No soy ningún asesino a sueldo —contestó Gideon.
—Pero esto es… quiero decir, ?qué ventaja tiene, si no, venir del futuro? ?Oh! ?Pero si estamos aquí!
Habíamos ido a parar justo Apsley House, en Hyde Park Corner, donde paseantes nocturnos, corredores y propietarios de perros nos miraban con curiosidad.
—Cogeremos un taxi hasta Temple —dijo Gideon.
—?Llevas dinero encima?
—?Claro que no!
—Bueno, yo llevo el móvil —dije, y lo pesqué de mi escote.
—?Ah, el ?cofrecillo plateado?! ?Ya me había imaginado algo así! Cabeza de… ?trae aquí!
—?Oye, que es mío!
—?Y qué? ?Conoces el número por casualidad?
Gideon ya estaba marcando.
—Perdóneme, querida. —Una se?ora mayor me estaba tirando de la manga—. No he podido resistirme a preguntárselo. ?Es usted del teatro?
—Hummm…, sí —repuse.
—Ah, me lo figuraba. —La se?ora tenía dificultades para retener a su pachón, que tiraba de la correa hacia otro perro que se encontraba a pocos metros—. Tiene un aspecto tan maravillosamente auténtico… Eso solo pueden conseguirlo las figurinistas. ?Sabe?, yo de joven también cosí mucho… ?Polly, mala, no tires así!
—Enseguida vienen a recogernos —murmuró Gideon mientras me devolvía el móvil—. Iremos andando hasta la esquina de Piccadilly.
—?Y dónde se puede admirar su obra? —preguntó la se?ora.
—Hummm… Por desgracia, esta noche era la última representación —repuse.
—Oh, qué lástima.
—Sí. Yo también lo siento.
Gideon me arrastró hacia delante.
—Adiós.
—No entiendo cómo pudieron encontrarnos esos hombres, ni quién pudo ordenar a Wilbour que nos llevara a Hyde Park. No había tiempo para preparar una emboscada.
Gideon caminaba murmurando entre dientes. Allí en la calle aún despertábamos más curiosidad que en el parque.
—?Hablas conmigo? —le pregunté.
—Alguien sabía que estaríamos allí. Pero ?cómo pudo enterarse?
—Wilbour… su ojo estaba…
De pronto tuve una imperiosa necesidad de vomitar.
—?Qué estás haciendo?
Me entraron arcadas, pero no vomité.
—?Gwendolyn, tenemos que llegar ahí abajo! Respira hondo y se te pasará.
Me quedé donde estaba. Aquello me superaba.
—?Qué se me pasará? —Aunque en realidad tenía ganas de ponerme a chillar, me obligué a hablar despacio y claro—. ?Pasará también el hecho de que acabo de matar a un hombre? ?Pasará también que mi vida haya dado un giro de trecientos sesenta grados de la noche a la ma?ana? ?Pasará también que un maldito engreído con el pelo largo y medias de seda que toca el violín no tenga otra cosa que hacer que darme órdenes sin parar aunque hace un momento haya salvado su asquerosa vida? Si me lo preguntas, ?te diré que no me faltan motivos para vomitar! Y, por si te interesa, ?tú eres uno de ellos!
Perfecto, la última frase tal vez había sonado un poco chillona, pero no demasiado. De pronto me di cuenta de lo bien que te quedas soltándolo todo de una vez. Por primera vez en ese día me sentí realmente liberada y por primera vez dejé de sentirme mal.
Gideon me miraba tan desconcertado que me hubiera puesto a reír si no me hubiera sentido tan desesperada. ?Menuda novedad! ?Parecía que por fin también él se había quedado sin habla!
—Ahora quiero ir a casa —espeté, tratando de poner término a mi discurso triunfal de la forma más digna posible.
Por desgracia, no lo conseguí del todo, porque, al pensar en mi familia, de repente mis labios empezaron a temblar y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas.
?Maldita sea, ahora no!
—No pasa nada, tranquila —me calmó Gideon.
La sorprendente suavidad de su tono fue demasiado para mi capacidad de autocontrol. Las lágrimas empezaron a rodarme por las mejillas sin que pudiera evitarlo.
—Oye, Gwendolyn, lo siento. —De repente se acercó a mí, me cogió de los hombros y me atrajo hacia él—. Soy un idiota, he olvidado lo que esto debe de representar para ti —me murmuró al oído—. Y eso que todavía puedo recordar lo extra?o que me sentí cuando salté por primera vez, a pesar de las muchas horas de esgrima, pero no hablar de las clases de violín…
Me pasó la mano por los cabellos, y yo me puse a sollozar aún más fuerte.