Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

Gideon empezó luchar contra los dos hombres al mismo tiempo. Los tres combatientes permanecían en silencio: solo se oían sus jadeos y el tintineo de las espadas al chocar. Durante unos segundos contemplé fascinada la habilidad con que se movía Gideon. Era como una escena de película: cada ataque, cada golpe, cada salto parecía formar parte de una coreografía que unos especialistas hubieran estado ensayando durante días. Pero cuando uno de los hombres gritó y cayó de rodillas mientras la sangre manaba como una fuerte de su cuello, volví a la realidad. Aquello no era ninguna película, aquello era verdad. Y por más que las espadas pudieran ser un arma mortal (el hombre herido estaba tendido en el suelo estremeciéndose y lanzando terribles gritos de dolor), no creía que pudieran hacer gran cosa frente a una pistola. ?Por qué, entonces, Gideon no llevaba una? Hubiera sido muy fácil traer de casa un arma tan práctica. ?Y dónde se había metido el cochero? ?Por qué no estaba combatiendo junto a Gideon?

Entretanto, el jinete se había acercado y había saltado de su caballo. Observé, estupefacta, que también él había desenvainado una espada, con la que se abalanzó contra Gideon. ?Por qué no utilizaba la pistola? La había lanzado a la hierba, donde no podía servirle a nadie.

—?Quiénes son? ?Qué quieren? —preguntó Gideon.

—Su vida y nada más —dijo el último hombre que había llegado.

—?Pues no conseguirán arrebatármela!

—?Lo haremos! ?Puedes estar seguro!

De nuevo el combate ante la ventana se desarrolló como una coreografía, en la que el tercer asaltante, el hombre herido, permanecía inerte en el suelo mientras los otros luchaban en torno a su cuerpo.

Gideon paraba todos los ataques como si adivinara por adelantado qué se proponían hacer sus oponentes, pero era evidente que los otros también habían recibido clases de esgrima desde la más tierna infancia. En un momento dado vi cómo la espada de uno de ellos silbaba en el aire apuntando al hombro de Gideon, que estaba ocupado parando el golpe del otro.

Una ágil finta lateral impidió en el último momento que le alcanzara un golpe que seguramente le hubiera arrancado medio brazo. Oí la madera astillarse cuando la espada golpeó contra el carruaje.

?Aquello no podía estar sucediendo! ?Quiénes eran esos tipos y qué querían de nosotros?

Rápidamente me deslicé hacia atrás sobre el banco y espié por la otra ventana. ?Es que nadie veía lo que estaba pasando? ?Realmente podían atacarle a uno en plena tarde en Hyde Park? Tenía la sensación de que hacía una eternidad que había empezado la pelea.

Aunque Gideon se defendía bien pese a encontrarse en inferioridad numérica, no daba la sensación de que pudiera llegar a colocarse nunca en una posición de ventaja. Los dos hombres lo irían acorralando y al final serían ellos los vencedores.

No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado desde el disparo o de cuánto faltaba aún para nuestro salto en el tiempo. Seguramente demasiado para confiar en que desapareciéramos ante los ojos de los asaltantes. Ya no podía soportar seguir sentada en el carruaje mirando cómo aquellos dos tipos se preparaban para matar a Gideon.

?Y si saltaba por la ventana e iba a pedir ayuda?

Por un momento temí que la enorme falda no pasara por la abertura, pero un segundo más tarde me encontraba de pie sobre la arena, en el camino, tratando de orientarme.

Al otro lado del carruaje solo se oían jadeos, maldiciones y el despiadado tintineo del metal contra el metal.

—Entrégate, estás perdido —resopló uno de los desconocidos.

—?Nunca! —respondió Gideon.

Sigilosamente me moví hacia delante en dirección a los caballos. Estuve a punto de tropezar con algo amarillo y tuve que hacer un gran esfuerzo para no soltar un grito. Era el hombre de la levita amarilla. Se había deslizado del pescante y yacía de espalda sobre la arena. Horrorizada, vi que le faltaba parte de la cara y que sus ropas estaban empapadas en sangre. El ojo de la mitad intacta del rostro estaba muy abierto y miraba al vacío.

El disparo de antes iba destinado a él. Era una visión espantosa, y sentí cómo se me revolvía el estómago. Nunca antes hacía visto un cadáver. ?Lo que hubiera dado por estar sentada ahora en el cine y poder sencillamente mirar a otro lado!

Pero esto era real. Este hombre estaba muerto, y solo a unos pasos Gideon se encontraba también en peligro de muerte.

Un tintineo me arrancó de mi parálisis. Gideon lanzó un gemido que me devolvió a la realidad.

Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, ya había cogido la espada del muerto y la había desenvainado.

Pesaba más de lo que había imaginado, pero enseguida hizo que me sintiera mejor. Aunque no tenía ni idea de cómo debía manejarla, era lo bastante puntiaguda y afilada para tranquilizarme un poco.

Los gritos de combate no cesaban. Me arriesgué a asomar la cabeza y vi que los dos hombres habían conseguido acorralar a Gideon contra el carruaje. Unos mechones de pelo se habían soltado de su coleta y le caían en desorden sobre la frente. En una de las mangas tenía una profunda desgarradura, pero, para mi alivio, no pude ver sangre por ninguna parte. Aún seguía indemne.

Eché una última ojeada a mi alrededor en busca de alguien que pudiera ayudarnos antes de balancear la espada en la mano y avanzar con decisión. Al menos mi aparición distraería a los dos hombres y tal vez Gideon pudiera obtener ventaja en la pelea.

Sin embargo, ocurrió justo lo contrario. Como los dos hombres luchaban de espaldas a mí, no me vieron, mientras que los ojos de Gideon se dilataron de espanto al descubrirme.