—Tal vez… tal vez realmente no hubiera aguantado mucho más —confesó esbozando una peque?a sonrisa—. Creo que has salvado mi patética vida.
No sabía qué decir. Lo único que podía hacer era mirarle, cuando me di cuenta de que mi labio inferior se ponía a temblar.
Rápidamente, Gideon volvió a sacar su pa?uelo de puntillas, y esta vez lo cogí.
—Será mejor que te limpies la cara con él; si no, tu madre acabará por pensar que has estado llorando.
Se suponía que debía hacerme reír, pero en ese momento era sencillamente imposible, si bien no me puse a lloriquear de nuevo como una tonta.
El conductor abrió la puerta del coche y mister George bajó.
—La acompa?o hasta la entrada, Gideon. Será solamente un minuto.
—Buenas noches —conseguí balbucear.
—Que duermas bien —murmuró Gideon sonriendo—. Hasta ma?ana.
???
—?Gwen! ?Gwenny! —Caroline me zarandeaba para despertarme—. Llegarás tarde si no te levantas enseguida.
Me tapé la cabeza con la manta, irritada. No quería despertarme; aún estando medio dormida, sabía perfectamente que me esperaban recuerdos terribles si abandonaba el bienhechor estado de somnolencia.
—?De verdad, Gwenny! ?Ya son y cuarto!
Apreté en vano los ojos con fuerza. Demasiado tarde. Los recuerdos se habían lanzado sobre mí como… hummm… Atila sobre… ?los vándalos? (Realmente era una nulidad en historia.)
Los acontecimientos de los dos últimos días pasaron ante mí como una película en tecnicolor. Pero no recordaba cómo había llegado a mi cama; solo que mister Bernhard me había abierto la puerta la noche anterior.
—Buenas noches, miss Gwendolyn. Buenas noches, mister George.
—Buenas noches, mister Bernhard. Traigo a Gwendolyn a casa un poco antes de lo planeado. Por favor, transmita mis saludos a lady Arista.
—Desde luego, sir. Buenas noches, sir.
Los rasgos de mister Bernhard habían permanecido tan inmóviles como siempre mientras cerraba la puerta detrás de mister George.
—Bonito vestido, miss Gwendolyn —había dicho luego dirigiéndose a mí—. ?De finales del siglo XVIII?
—Sí, eso creo.
Estaba tan cansada que hubiera podido hacerme un ovillo sobre la alfombra y quedarme dormida allí mismo. Nunca me había alegrado tanto de poder meterme en mi cama como en ese momento. Solo temía cruzarme en mi camino al tercer piso con la tía Glenda, Charlotte y lady Arista y tener que soportar un montón de reproches preguntas y comentarios sarcásticos.
—Por desgracia, las se?oras ya han cenado, pero he preparado un peque?o piscolabis para usted en la cocina.
—Oh, realmente es muy amable de su parte, mister Bernhard, pero…
—Quiere irse a la cama —repuso mister Bernhard esbozando una sonrisa apenas perceptible—. Las se?oras están en la sala de música y no la oirán si se desliza como un gato. Luego informaré a su madre de que está aquí y le daré la cena para que se la lleve arriba.
Estaba demasiado cansada para sombrarme de su tacto y sus atenciones. Me había limitado a murmurar ?Muchas gracias, mister Bernhard? y había subido las escaleras. Solo recordaba vagamente el piscolabis y la conversación con mamá, porque para entonces ya estaba medio dormida. Seguro que no había podido masticar ni un bocado; aunque también podía ser que me hubieran traído una sopa.
—?Oh, qué bonito! —Caroline había descubierto el vestido, que estaba colgado sobre una silla junto con la ropa interior con fruncidos—. ?Lo has traído del pasado?
—No, ya lo llevaba puesto antes. —Me incorporé—. ?Mamá te ha explicado la noticia?
Caroline asintió.
—La verdad es que no pudo explicar mucho. La tía Glenda chillaba tanto que ahora seguro que también lo saben los vecinos. Tal como hablaba, parecía que mamá fuera una vulgar estafadora que le había robado a la pobre Charlotte su gen de los viajes en el tiempo.
—?Y Charlotte?
—Se fue a su habitación y no ha vuelto a salir, a pesar de las súplicas de la tía Glenda. La tía Glenda se puso a gritar que le habían destrozado la vida a Charlotte y que todo era culpa de mamá. La abuela dijo que la tía Glenda debía tomarse una pastilla, porque si no se vería obligada a llamar a un médico. Y, entretanto, la tía Maddy no paraba de hablar del águila, el zafiro, el serbal y el reloj de la torre.
—Debió de ser terrible —comenté.
—Terriblemente emocionante —repuso Caroline—. A Nick y a mí nos parece muy bien que tengas tú el gen y no que sea Charlotte. Creo que tú lo puedes hacer todo igual de bien que Charlotte, aunque la tía Glenda diga que tienes el cerebro del tama?o de un guisante y dos pies izquierdos. Es tan basta… —Acarició la tela brillante del corpi?o—. ?Te pondrás el vestido para mí hoy después de la escuela?
—Claro —murmuré—. Pero también puedes probártelo tú, si quieres.
Caroline rió entre dientes.