Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—No llores más —dijo él sin saber qué hacer—. Todo irá bien.

No, nada iba bien. Todo era espantoso. La frenética persecución de esta noche, cuando me habían tomado por una ladrona, los ojos siniestros de Rakoczy, el conde con su voz helada y aterradora y la mano que me oprimía el cuello, y finalmente el pobre Wilbour y ese hombre al que había clavado una espada en la espalda. ?Y ahora, para colmo, ver que ni siquiera conseguía decirle lo que pensaba a Gideon sin estallar en lágrimas y soportar que él tuviera que consolarme!

Me dejé llevar por las emociones.

?Por Dios, dónde estaba mi sentido de la dignidad! Avergonzada, me enjuagué las lágrimas con la mano.

—?Un pa?uelo? —preguntó Gideon, y sonriendo se sacó del bolsillo un pa?uelo amarillo limón con puntas de encaje—. Por desgracia, en el rococó aún no había Kleenex, pero te lo regalo.

Iba a cogerlo cuando una limusina negra se detuvo a nuestro lado.

En el interior del coche nos esperaba mister George, con la calva perlada de sudor. Al verle, los pensamientos que daban vueltas sin parar en mi cabeza se calmaron un poco y me sobrevino un cansancio mortal.

—Estábamos muertos de angustia —indicó mister George—. Oh, Dios mío, Gideon, ?qué te ha pasado en el brazo? ?Estás sangrando! ?Y Gwendolyn parece terriblemente trastornada! ?Está herida?

—Solo agotada —repuso Gideon escuetamente—. La llevaremos a casa.

—Pero eso no puede ser. Tenemos que examinarlos a los dos y hay que curar tu herida enseguida.

—Hace rato que ha dejado de sangrar, solo es un ara?azo, de verdad. Gwendolyn quiere irse a casa.

—Tal vez aún no haya elapsado lo suficiente. Y ma?ana tiene que ir a la escuela y…

La voz de Gideon volvió a adoptar su característico tono arrogante, pero esta vez no iba dirigido a mí.

—Mister George, ha estado tres horas fuera, tiempo suficiente para que pueda pasar tranquila las próximas dieciocho horas.

—Probablemente, sí —repuso miester Geoge—. Pero va contra las reglas y, además, deberíamos saber si…

—?Mister George!

Finalmente, mister George cedió: se volvió y golpeó con los nudillos la ventana de la cabina del conductor. El panel se deslizó hacia abajo con un zumbido.

—Gire a la derecha en Berkeley Street —indicó—. Daremos un peque?o rodeo. Boudonplace, número 81.

Respiré aliviada cuando el coche empezó a rodar por Berkeley Street. Por fin podía ir a casa con mamá.

Mister George me miraba muy serio. Era una mirada compasiva, como si nunca antes hubiera visto a alguien tan digno de lástima.

—?Qué demonios ha pasado?

La sensación plomiza de cansancio persistía.

—Nuestro carruaje fue atacado por tres hombres en Hyde Park —explicó Gideon—. El cochero murió de un disparo.

—Oh, Dios mío —exclamó mister George—. Aunque no comprendo por qué, tiene sentido.

—?Qué sentido?

—Está en los Anales. 14 de septiembre de 1782. Un Vigilante de segunda fila llamado James Wilbour aparece muerto en Hyde Park. Una bala de pistola le ha arrancado media cara. Nunca se descubrió quién había sido el autor del ataque.

—Pues ahora lo sabemos —repuso Gideon indignado—. Ya sé qué aspecto tenía su asesino, pero no conozco su nombre.

—Y yo lo maté —murmuré con voz apagada.

—?Qué?

—Se lanzó contra el que había atacado a Wilbour y le clavó la espada en la espalda —explicó Gideon.

—?Qué hizo qué? —preguntó mister George con los ojos dilatados de asombro.

—Eran dos contra uno —murmuré—. No podía quedarme mirando.

—Eran tres contra uno —me corrigió Gideon—. Y ya había acabado con uno de ellos. Te dije que debías quedarte en el carruaje pasara lo que pasase.

—No parecía que pudieras aguantar mucho tiempo más —repuse sin mirarle.

Gideon calló.

Mister George miró a Gideon, luego a mí, y finalmente dijo sacudiendo la cabeza:

—?Qué desastre! ?Tu madre me matará, Gwendolyn! Se suponía que debía ser una acción totalmente inofensiva. Una conversación con el conde, en la misma casa, sin riesgo alguno. No hubieras debido correr peligro ni por un segundo. Y en lugar de eso has viajado por media ciudad y te han atacado unos salteadores… ?Gideon, por Dios! ?En qué estabas pensando?

—Todo hubiera ido perfectamente si alguien no nos hubiera traicionado —replicó Gideon, que ahora parecía furioso—. Alguien que estaba en situación de convencer a Wilbour para que nos llevara a una cita en el parque.

—Pero ?por qué iba a querer matarlos nadie? ?Y quién podía saber que harían esta visita justo ese día? Todo esto no tiene ningún sentido. —Mister George se mordió el labio—. Oh, ya hemos llegado.

Miré hacia arriba. Sí, ahí estaba nuestra casa, con todas las ventanas iluminadas. En algún lugar allí dentro me esperaba mamá. Y mi cama.

—Gracias —dijo Gideon.

Me volví hacia él.

—?Por qué?