Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

Durante una fracción de segundo dudó, y eso fue suficiente para que uno de los hombres de negro tocara de nuevo casi en el mismo sitio en que la manga ya estaba desgarrada. Esta vez fluyó la sangre, pero Gideon siguió peleando como si no hubiera ocurrido nada.

—No aguantarás mucho más —gritó el hombre en tono triunfal, y se lanzó con fuerzas renovadas contra su adversario—. Reza ahora que puedes, porque pronto te encontrarás frente al Creador.

Sujeté la empu?adura de la espada con las dos manos y salí corriendo, ignorando la mirada horrorizada de Gideon. Los hombres no me oyeron llegar y solo percibieron mi presencia cuando la espada ya había penetrado a través del vestido negro en la espalda de uno de ellos, sin la menos resistencia y casi sin ruido. Durante un espantoso instante pensé que había fallado y que tal vez la espada había entrado justo por la rendija entre el cuerpo y el brazo; pero entonces el hombre dejó escapar un estertor, soltó el arma y se desplomó como un tronco partido. No solté la espada hasta que lo vi tendido en el suelo.

Oh, Dios mío.

Gideon aprovechó la reacción de espanto del otro hombre para alcanzarle con un golpe que también le hizo caer de rodillas.

—?Te has vuelto loca? —me gritó mientras alejaba de una patada la espada de su adversario y le colocaba la punta de su hoja contra el cuello.

El cuerpo del hombre se desvaneció.

—Por favor…. Déjame con vida—dijo.

Mis dientes empezaron a casta?ear.

?No puede ser verdad que acabe de hundir una espada en el cuerpo de un hombre?

El hombre dejó escapar un último estertor. En cuanto al otro, daba la sensación de que iba a ponerse a llorar de un momento a otro.

—?Quiénes son y qué quieren de nosotros? —preguntó Gideon fríamente.

—Solo he cumplido órdenes. ?Por favor!

—?Quién los ha mandado?

Una gota de sangre se formó en el cuello del hombre bajo la punta de la espada. Gideon había apretado los labios como si le costara dominarse y tuviera que hacer un gran esfuerzo para mantenerla inmóvil.

—No conozco ningún nombre. Lo juro.

La cara deformada por el miedo empezó a difuminarse ante mi vista, el verde del prado empezó a dar vueltas y, casi aliviada, me dejé caer en el remolino y cerré los ojos.





13


Había aterrizado en blando sobre mi propia falda, pero no estaba en condiciones de levantarme de nuevo. Parecía que todos los huesos de mis piernas se hubieran volatilizado, temblaba de arriba abajo y mis dientes casta?eaban salvajemente.

—?Levántate! —Gideon me tendió una mano. Había vuelto a colocarse la espada en el cinturón, y me estremecí al ver que tenía sangre pegada—. ?Vamos, Gwendolyn! La gente empieza a mirar.

Ya hacía rato que se había hecho de noche, pero habíamos aterrizado bajo una farola en algún lugar del parque. Un corredor con cascos en las orejas nos dirigió una mirada de extra?eza al pasar.

—?No te había dicho que te quedaras en el coche? —Como no reaccionaba, Gideon me sujetó el brazo y me estiró hacia arriba. Estaba pálido como un muerto—. Esto ha sido totalmente irresponsable y… terriblemente peligroso y… —Tragó saliva y me miró a los ojos—. Y, maldita sea, muy valiente por tu parte.

—Pensaba que se notaría al tocar las costillas —murmuré sin parar de casta?ear los dientes—. No pensaba que fuera una sensación… parecida a cuando cortas una tarta. ?Cómo es que ese hombre no tenía huesos?

—Seguro que tenía —repuso Gideon—. Tuviste suerte y la hoja pasó entre ellos.

—?Se morirá?

Gideon se encogió de hombros.

—Si fue un pinchazo limpio, no. Pero la cirugía del siglo XVIII no puede compararse precisamente con la de Anatomía de Grey.

?Qué demonios significaba un pinchazo limpio?

?Cómo podía ser limpio un pinchazo?

?Qué había hecho? ?Muy posiblemente acababa de matar a un hombre!

La idea casi hizo que volviera a desplomarme, per Gideon me sostuvo.

—Ven, tenemos que volver a Temple. Los otros estarán preocupados.

Por lo visto, sabía exactamente en qué lugar del parque nos encontrábamos, porque me arrastró con paso decidido camino abajo, pasando junto a dos mujeres que paseaban a sus perros y que nos miraron intrigadas.

—Por favor, deja de hacer ruido con los dientes. Es siniestro —imploró Gideon.

—Soy una asesina —murmuré yo.

—?No has oído nunca la expresión ?en defensa propia?? Te defendiste a ti misma, o, mejor dicho, a mí, para ser exactos.

Gideon esbozó una sonrisa, y en ese momento se me ocurrió que hacía solo una hora hubiera jurado que nunca sería capaz de reconocer algo así.

Y de hecho no lo era.

—No es que fuera necesario… —objetó.

—?Ya lo creo que era necesario! ?Cómo tienes el brazo? ?Estás sangrando!

—No tiene importancia. El doctor White lo curará.

Durante un rato caminamos juntos sin decir nada. El aire fresco de la noche me sentó bien: poco a poco mi pulso se tranquilizó y mis dientes dejaron de casta?etear.

—Me dio un vuelco el corazón cuando te vi ahí de pronto —confesó Gideon finalmente.