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Incluso después de que hubiéramos salido y hubiéramos subido al carruaje, seguía en tensión. Me sentía débil y abatida, y, de algún modo, también sucia. ?Cómo se las había arreglado el conde para hablar conmigo sin que los otros pudieran oírlo? ?Y cómo había conseguido tocarme, cuando estaba a cuatro metros de distancia? Mi madre tenía razón, lo que decían de él era cierto: ese hombre era capaz de penetrar en la mente de otras personas y controlar sus sensaciones. Me había dejado enga?ar por su parloteo arrogante y voluble y por su aparente fragilidad, y le había subestimado.
Qué estúpida había sido.
De hecho, había dado poca importancia a toda esta historia desde un principio.
El carruaje se había puesto en movimiento y se tambaleaba tan violentamente como a la ida. Gideon le había indicado al guarda de la levita amarilla que se apresurara. Como si hiciera falta. A la ida ya había llevado el coche como si no sintiera ningún aprecio por su vida.
—?Te encuentras bien? Parece como si hubieras visto un fantasma. —Gideon se quitó el abrigo y lo dejó a su lado—. Hace calor para ser septiembre.
—No ha sido ningún fantasma —dije (la voz me temblaba un poco y me sentía incapaz de mirarle a los ojos)—. Solo ha sido una de las ?demostraciones? del conde de Saint Germain.
—No ha estado precisamente amable contigo —comentó Gideon—. Pero era de esperar. Por lo visto, se había hecho una idea distinta de cómo tenías que ser.
Al ver que no respondía nada, continuó:
—En las profecías, el duodécimo viajero del tiempo siempre se describe como alguien especial. ?Con la magia del cuervo dotado.? Lo que quiera que signifique eso… En cualquier caso, el conde no parecía muy dispuesto a creerme cuando le dije que solo eras una vulgar colegiala.
Extra?amente, ese comentario hizo que se esfumara al instante la penosa sensación de impotencia que el contacto fantasmal había despertado en mí. En lugar de sentir debilidad y miedo, ahora me sentía ofendida hasta lo más hondo. Y furiosa. Me mordí con fuerza el labio inferior.
—?Gwendolyn?
—?Qué?
—No pretendía ofenderte. No lo he dicho en el sentido de ?ordinaria?, sino en el de ?corriente?, ?entiendes?
La cosa iba mejorando.
—Muy bien —dije fulminándole con la mirada—. No me importa nada lo que pienses de mí.
Me devolvió la mirada sin inmutarse.
—Tampoco puedes hacer nada por evitarlo.
—?Tú no me conoces en absoluto! —resoplé indignada.
—Es posible —repuso Gideon—, pero conozco a un montón de chicas como tú. Todas son iguales.
—?A un montón de chicas? ?Ja!
—Las chicas como tú solo se interesan por los peinados, la ropa, las películas y las estrellas del pop. Y todo el rato están soltando risitas y van siempre en grupo al lavabo. Y se burlan de Lisa porque se ha comprado una camiseta de cinco libras en Mark & Spencer.
Aunque estaba furiosa, no pude evitar soltar una carcajada.
—?Quieres decir que todas las chicas que conoces se burlan de Lisa porque se ha comprado una camiseta en Marks & Spencer?
—Ya entiendes lo que quiero decir.
—Sí, lo entiendo. —En realidad, no quería seguir hablando, pero sencillamente me salió así—: Tú piensas que todas las chicas que no son como Charlotte son superficiales y estúpidas, solo porque nosotras hemos tenido una infancia normal y no estábamos yendo continuamente a clases de esgrima y misterios. En realidad, nunca has tenido tiempo de conocer a una chica normal; por eso te has creado todo estos prejuicios.
—?Escucha, yo he estudiado en el instituto, exactamente igual que tú!
—?Sí, claro! —Las palabras sencillamente brotaban de mi interior como una catarata—. Aunque solo te hayas preparado la mitad de a fondo que Charlotte para tu vida de viajero del tiempo, no habrás tenido amigos ni del género masculino ni del femenino, y tu opinión sobre esa llamada ?chica corriente? estará basada en observaciones que habrás hecho mientras rumiabas solo en el patio. ?O vas a decirme que tus compa?eros de internado encontraban súper divertidos tus hobbies como el latín, el baile de la gavota y la conducción de carruajes?
En lugar de ofenderse, Gideon me miró divertido.
—Te has olvidado de lo tocar el violín —puntualizó echándose hacia atrás y cruzando los brazos sobre el pecho.
—?El violín? ?De verdad?
Mi rabia se desvaneció tan deprisa como había surgido. El violín, ?lo que faltaba!
—Al menos ahora tu cara tiene un poco más de color. Hace un momento estabas tan pálida como Miro Rakoczy.
Exacto, Rakoczy.
—?Cómo se escribe?
—R-a-k-o-c-z-y —deletreó Gideon—. ?Por qué lo preguntas?
—Me gustaría buscarlo en Google.
—Vaya, ?tanto te ha gustado?
—?Gustarme? Es un vampiro —dije—. Procede de Transilvania.
—Procede de Transilvania, pero no es ningún vampiro.
—?Y tú cómo lo sabes?