—Madame dijo, además, que había estado a punto de estrangularla solo porque no conocía la fecha de nacimientos y el apellido de soltera de su bisabuela.
?Estrangularla? Pero ?Eso era espantoso!
—Sí, es cierto. Ese tipo de lagunas me han llevado una enorme cantidad de tiempo en hojear antiguos registros parroquiales en lugar de dedicarlo a tareas más importantes. Jeanne es una persona extremadamente rencorosa. Por eso me parece aún más extraordinario que hayas conseguido que quiera cooperar.
Gideon Sonrió.
—No fue fácil. Pero, por lo visto, le inspiré confianza. Además, bailé la gavota con ella. Y escuché pacientemente cómo se quejaba de usted.
—Qué injusticia. De hecho, le facilité una excitante aventura con Casanova, y aunque él solo pensaba en su dinero, muchas mujeres la envidiarían solo por eso. Y compartí fraternalmente mi cronógrafo con ella. Si no me hubiera tenido… —El conde volvió de nuevo hacia mí, visiblemente divertido—. Una mujer desagradecida, tu antepasada. Por desgracia, no fue bendecida con una gran inteligencia. Creo que la pobre mujer nunca llegó a comprender del todo qué ocurría con ella. Además, estaba ofendida porque el círculo de los Doce solo le había correspondido la citrina ??Por qué usted puede ser una esmeralda y yo solo una triste citrina??, decía. ?Nadie que se respete un poco lleva citrinas hoy día.? —El conde rió entre dientes—. Era realmente de una simpleza extraordinaria. Me gustaría saber con cuánta frecuencia saltaba en el tiempo en sus últimos a?os. Tal vez no lo hiciera en absoluto. De todos modos, nunca fue una gran saltadora. A veces pasaba todo un mes sin que desapareciera. Diría que la sangre femenina es considerablemente más flemática que la nuestra. Igual que la mente femenina es inferior en rapidez a la masculina. ?No estás de acuerdo conmigo, muchacha?
Viejo machista, pensé mientras entornaba los ojos, estúpido charlatán engreído. ?Dios mío! ?Es que estaba loca? ?No debía pensar en nada!
Pero, por lo visto, las capacidades adivinatorias del conde no eran tan notables, porque se limitó a reír de nuevo entre dientes, complacido.
—No es muy habladora, ?Verdad?
—Solo un poco tímida —repuso Gideon.
?Intimidada? hubiera sido más correcto.
—No hay mujeres tímidas —le contradijo el conde—. Detrás de un parpadeo aparentemente tímido solo se oculta su simpleza.
Cada vez estaba más convencida de que no tenía motivos para temer a ese hombre. Solo era un abuelete enamorado de sí mismo al que le encantaba escucharse.
—Parece que no tiene una gran opinión del género femenino —dijo lord Brompton.
—?De ningún modo! Amo a las mujeres. ?De verdad! Solo que no creo que posean el tipo de entendimiento que hace avanzar a la humanidad. Por eso en mi logia no hay lugar para ellas. —El conde obsequió a lord Brompton con una sonrisa radiantes antes de a?adir—: Por otra parte, no es raro que para muchos hombres este sea el argumento definitivo para solicitar la entrada, mi querido lord.
—?Y, a pesar de todo, las mujeres los adoran! Mi padre no se cansaba de hablar de sus éxitos con las damas. Según decía, tanto aquí en Londres como en París, siempre las tuvieron rendidas a sus pies.
El conde se sumergió en los recuerdos de su época de gran seductor.
—No es particularmente difícil engatusar a las mujeres y someterlas a nuestra voluntad, mi querido lord. Todas son iguales. Si no tuviera asuntos más importantes de que ocuparme, hace tiempo que habría escrito un manual para hombres con consejos sobre el trato correcto con las féminas.
Sí, claro. De hecho, ya había encontrado un título adecuado para su obra. Al éxito por el estrangulamiento, o Cómo ablandar a las mujeres parloteando durante horas. Casi se me escapó la risa al pensarlo; pero entonces me di cuenta de que Rakoczy me observaba con mucha atención, e inmediatamente se me pasaron las ganas de pensar bobadas.
?Debía de estar loca! Los ojos negros se clavaron en los míos durante un segundo, y enseguida bajé la vista hacia el suelo de mosaico tratando de luchar contra el pánico que amenazaba con dominarme. En todo caso, estaba claro que el conde no era la persona de la que debía precaverme, aunque eso no significaba en absoluto que pudiera sentirme segura.
—Todo esto es muy entretenido —convino lord Brompton mientras sus pliegues se sacudían de satisfacción—. Con usted y sus acompa?antes, el teatro ha perdido a unos grandes actores. Como decía mi padre, con usted uno siempre puede confiar en ser testigo de historias sorprendentes y casi inverosímiles, mi querido conde. Pero, por desgracia, no puede probar ninguna de ellas. Hasta el momento, no me ha presentado ni una sola demostración que sostenga lo que dice.
—?Una demostración! —exclamó el conde—. Mi querido lord, realmente es un alma desconfiada. Haría tiempo que habría pendido la paciencia con usted si no me sintiera en deuda con su padre, a quien Dios tenga en su gloria. Y si mi interés por su dinero y su influencia no fuera tan grande.
Lord Brompton sonrió un poco incómodo.