El conde se pasó al francés y pronunció unas palabras que no entendí a la primera (En ese instante estaba cantando para mis adentros el himno nacional, lo que no facilitaba las cosas), pero que, con cierto retraso y con algunas lagunas provocadas por mi falta de vocabulario, pude traducir así: ?Y tú, linda muchacha, debes de ser una laguna de la buena laguna Jeanne d’Urfé. Me habían dicho que eras pelirroja?
En fin, supongo, que, como decía siempre nuestro profesor de francés, el aprendizaje del vocabulario es efectivamente el abecé para la comprensión de una lengua extranjera. Y, por desgracia, tampoco conocía a ninguna Jeanne d’Urfé, de manera que no conseguí desentra?ar el significado exacto de sus palabras.
—No entiende el francés —repuso Gideon en francés—. Y no es la muchacha que esperaba.
—?Cómo es posible? —El conde sacudió la cabeza—. Como mucho tendrá lagunas de vocabulario.
—Por desgracia, se preparó a la muchacha equivocada para cubrir esas lagunas.
Sí, por desgracia.
—?Un error? La verdad es que todo esto es un grave error.
—Esta es Gwendolyn Shepherd. Gwendolyn es prima de Charlotte Montrose, de la que le hablé ayer.
—?De modo qué también es una nieta de lord Montrose, el último laguna, y por tanto una prima de laguna?
El conde de Saint Germain me observó con sus ojos oscuros y yo empecé a cantar otra vez mentalmente.
?Send her victorius, happy and glorius…?
—Lo que sencillamente no puedo entender es laguna laguna.
—Nuestros científicos dicen que es perfectamente posible que los laguna genéticos puedan…
El conde levantó la mano para interrumpir a Gideon.
—?Lo sé, lo sé! Según las leyes de la ciencia es posible que efectivamente sea así. Pero, de todas maneras, tengo un mal presentimiento.
En eso coincidíamos.
—?De modo que nada de francés? —me preguntó esta vez en alemán.
El alemán me iba un poco mejor (un notable constante desde hacía ya cuatro a?os), pero también aquí se pusieron de manifiesto algunas lagunas.
—?Por qué está tan mal preparada?
—No está preparada en absoluto, marquis. No habla ninguna lengua extranjera —Ahora Gideon hablaba en alemán—. Y, además, está totalmente laguna en todos los aspectos. Charlotte y Gwendolyn nacieron el mismo día; pero, por equivocación, se partió de la base de que Gwendolyn cumplía a?os un día más tarde.
—Pero ?cómo se pudo pasar por alto algo así? —Vaya, por fin entendía todo lo que decían. Habían vuelto a pasarse al inglés, lengua que el conde hablaba sin ningún acento—. ?Por qué tengo la sensación de que los vigilantes en tu época ya no se toman realmente en serio su trabajo?
—Creo que la respuesta se encuentra en esta carta.
Gideon sacó un sobre lacrado del bolsillo interior de su levita y se lo tendió al conde.
Me perforó con una mirada fulminante.
?…frustrate their knavish tricks, on thee our hopes we fix, God sabe us all…?
Me apresuré a desviar la mirada de sus ojos oscuros y me dediqué a observar a los otros dos hombres. Lord Brompton daba la impresión de tener aún más lagunas que yo (con la boca ligeramente entreabierta sobre sus numerosas papadas, el lord tenía un aspecto bobalicón), y el otro hombre, Rakoczy, estaba muy ocupado mirándose las u?as.
Aún era joven, rondaría los treinta, y tenía los cabellos oscuros y una cara larga y afilada. Hubiera podido ser francamente atractivo de no haber sido por sus labios, que se deformaban en un rictus de desagrado como si acabara de probar algo extremadamente repugnante, y de no haber sido también por su piel, que lucía una palidez enfermiza.
Estaba pensando en si no se habría aplicado polvos gris claro cuando de pronto levantó la vista y miró directamente hacia mí. Sus ojos eran negros como la pez —no podía distinguir dónde acababa el iris y empezaba la pupila— y parecían extra?amente muertos, pero no sabía decir por qué.
Automáticamente empecé a recitar de nuevo el ?God save the Queen?. Entretanto, el conde había roto el sello y había abierto la carta. Después de lanzar un suspiro, empezó a leer. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba. Yo seguía inmóvil en el mismo sitio de antes.
?Not in this land alone, but be God’s mercies known…?
?Qué ponía en la carta? ?Quién la había escrito? Lord Bromptom y Rakoczy también parecía interesados en ella. Lord Bromptom estiraba su grueso cuello para tratar de echar un vistazo a lo escrito, mientras que Rakoczy se concentraba más en la cara del conde. Al parecer, la mueca de asco era de nacimiento.
Cuando volvió de nuevo al rostro hacia mí, todos los pelos del brazo se me pusieron de punta. Los ojos parecía agujeros negros, y en ese momento supe por qué parecían tan muertos: Les faltaba el peque?o reflejo luminoso, la chispa que normalmente da viveza a la mirada. Aquello no solo era extra?o, sino francamente siniestro. Estaba contenta de que entre esos ojos y yo hubiera al menos cinco metros de distancia.