Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—Tu madre parece ser una persona especialmente testaruda, ?no es cierto, querida? —El conde había acabado la lectura y doblaba de nuevo la carta—. En cuanto a los motivos que hacen que actúe así es algo sobre lo que solo podemos especular —dijo acercándose a unos pasos.

Bajo aquella mirada penetrante no se me ocurrió ni una palabra más del texto del himno nacional. Pero entonces caí en la cuenta de que el conde era viejo, algo que no había podido notar debido a la distancia y al miedo que sentía. A pesar de que se mantenía bien erguido, de que sus ojos centelleaban literalmente de energía y su voz tenía un tono vivaz y juvenil, las huellas de la edad eran claramente perceptibles. La piel de la cara y de las manos estaba acartonada como si fuera de pergamino, las venas azules se transparentaban bajo ella y, a través de la capa de maquillaje, también podían distinguirse claramente las arrugas. La edad le daba un aire de fragilidad que casi me inspiraba lástima.

En cualquier caso, de pronto dejé de sentir miedo. El conde no era más que un hombre viejo, mucho mayor que mi abuela.

—Gwendolyn no está informada sobre los motivos de su madre ni sobre los acontecimientos que han llevado a esta situación —informó Gideon—. Ella no está al corriente de nada.

—Extra?o, muy extra?o —dijo el conde mientras me rodeaba lentamente—. Efectivamente, no nos hemos visto nunca.

Claro que no nos habíamos visto: ?de qué otro modo hubiéramos podido hacerlo?

—Pero no estarías aquí si no fueras el rubí. ?Rojo rubí con la magia del cuervo dotado, sol mayor cierra el círculo que los doce han formado.? —Acabada su ronda, el conde se plantó frente a mí y me miró a los ojos—. ?Cuál es tu magia, muchacha?

?…from shore to shore. Lord make the nations see…?

?Bah! ?Qué estaba haciendo? Era solo un anciano. Debía tratarle con cortesía y respeto, y no quedarme mirándole paralizada como un conejo ante una serpiente.

—No lo sé, sir.

—?Qué hay de especial en ti? Revélamelo.

?Qué había especial en mí? ?Aparte del hecho de que desde hacía dos días podía viajar al pasado? De repente volví a oír la voz de la tía Glenda que decía: ?Ya de bebé podía verse que Charlotte había nacido para hacer grandes cosas. Ella no puede compararse con unos ni?os normales como vosotros?.

—Creo que en mí no hay nada especial, sir.

El conde charqueó la lengua.

—Posiblemente tengas razón. Al fin y al cabo, solo es una poesía. Una poesía de origen dudoso. —Súbitamente pareció perder todo interés en mí y se volvió hacia Gideon—. Querido hijo, he leído lleno de admiración la relación de tus logros. ?Lancelot de Villiers localizado en Bélgica! William de Villiers, Cecilia Woodville, la hechizadora aguamarina, y los gemelos, a los que nunca llegué a conocer, también han sido cortados. E imagínese, lord Brompton, que este joven ha visitado incluso en París a madame Jeanne d’Urfé, nacida Pontcarré, y la ha convencido para que efectuara una peque?a donación de sangre.

—?Habla de la madame d’Urfé a quien mi padre debe agradecer su amistad con la Pompadour y, en última instancia, también con usted?

—No conozco a otra —dijo el conde.

—Pero madame d’Urfé murió hace diez a?os.

—Siete para ser exactos —repuso el conde—. En esa época yo me encontraba en la corte del margrave Karl Alexander von Ansbach. Debo decir que me siento muy unido a Alemania, donde el interés por la masonería y la alquimia es gratamente alto. Además, según me anunciaron ya hace muchos a?os, moriré también en Alemania.

—Solo está tratando de desviar mi atención —dijo lord Brompton—. ?Cómo puede haber visitado este joven a madame d’Urfé en París cuando hace siete a?os era solo un ni?o?

—Mi querido lord, sigue pensando de un modo equivocado. Pregunte a Gideon cuándo tuvo el placer de extraer la sangre de madame d’Urfé.

El lord dirigió una mirada interrogativa a Gideon.

—En mayo de 1759.

Lord Brompton soltó una risotada.

—Pero eso es imposible. Por entonces usted mismo apenas tenía veinte a?os.

También el conde rió. Parecía divertido.

—1759… La vieja traficante de secretos nunca me habló de esto —dijo.

—En esa época también usted se encontraba en París, pero tenía orden estricta de no cruzarme en su camino.

—A causa del continuum, lo sé. —El conde suspiró—. A veces mis propias leyes me resultan un poco irritantes…Pero volvamos a la querida Jeanne. ?Tuviste que utilizar la fuerza? En mi caso no se mostró excesivamente cooperativa.

—Me lo explicó —observó Gideon—. Y también me habló de cómo la había engatusado para conseguir el cronógrafo.

—?Engatusarla? No tenía ni idea del tesoro que había heredado de su abuela. El pobre y maltratado aparato yacía abandonado en una caja polvorienta en un desván. Tarde o temprano hubiera caído en el olvido para siempre. Yo lo salvé y le devolví su valor original. Y gracias a los genios que aún han de entrar en mi logia en el futuro, hoy puede funcionar de nuevo. Es casi un milagro.