—?Puedes hacer grabado con ella?
Sacudí la cabeza y sostuve el móvil en alto, de modo que lord Brompton y Rakoczy aparecieran en la pantalla.
—Sonrían, por favor. Muy bien, ya está.
Como había mucha luz, no se encendió el flash. Lástima, porque seguro que aquello hubiera causado una gran impresión.
—?Qué ha sido eso?
Lord Brompton había levantado con sorprendente rapidez sus kilos de grasa de la silla para acercarse. Le ense?é la imagen en la pantalla. él y Rakoczy habían salido perfectos.
—Pero… ?Qué es esto? ?Cómo es posible?
—Lo llamamos fotografiar —dije.
Los gruesos dedos de lord Brompton acariciaron entusiasmados el móvil.
—?Fantástico! Rakoczy, tienes que ver esto.
—No, gracias —respondió Rakoczy con desgana.
—No sé cómo lo haces, pero es el mejor truco que he visto nunca. ?Oh! ?Y ahora qué ha pasado?
En la pantalla había aparecido Leslie. Lord Brompton había apretado una tecla.
—Esta es mi amiga Leslie —dije con nostalgia—. La fotografía es de la semana pasada. ?Ve esto, detrás de ella?, es la Marylebone High Street, el bocadillo es de Pret a Manger y ahí está Aveda, ?ve? Mi madre siempre compra la laca para el pelo en esta tienda. —De pronto sentí una terrible a?oranza—. Y esto es un trozo de taxi. Una especie de carruaje que funciona sin caballos…
—?Qué pides por esta cajita de trucos? ?Te pagaré el precio que pongas!
—Hummm… no, lo siento, no está en venta. Aún la necesito —dije Encogiéndome de hombros en un gesto de disculpa.
Cerré la cajita de trucos, quiero decir el móvil, y lo volví a deslizar en su escondite del escote justo a tiempo, porque un instante después la puerta se abrió y el conde y Gideon volvieron a entrar en la habitación; el conde sonriendo complacido, y Gideon más bien serio. Ahora también Rakoczy se levantó de su silla.
Gideon me dirigió una mirada inquisidora, que le devolví con aire retador. ?Acaso había creído que aprovecharía el intervalo para poner pies en polvorosa? Aunque en realidad le hubiera estado bien. Al fin y al cabo, tanto insistir en que no nos separáramos en ningún caso, para luego dejarme sola a la primera de cambio.
—?Y bien? ?Le gustaría vivir en el siglo XXI, lord Brompton? —preguntó el conde.
—?Desde luego! Qué deliciosas ocurrencias tienes —repuso lord Brompton al tiempo que daba palmadas satisfecho—. Ha sido realmente divertido.
—Sabía que lo apreciaría. Pero hubiera podido ofrecer una silla a la pobre muchacha.
—Oh, ya lo he hecho, pero ha preferido seguir de pie. —Lord Brompton se inclinó hacia delante y murmuró en tono confidencial—: Realmente, me gustaría mucho adquirir ese cofrecillo plateado, querido conde.
—?Un cofrecillo plateado?
—Por desgracia, ahora tenemos que despedirnos —observó Gideon mientras cruzaba la habitación en dos zancadas y se colocaba a mi lado.
—?Comprendo, comprendo! Naturalmente, el siglo XXI les está aguardando —dijo lord Brompton—. Muchas gracias por la visita. Ha sido maravillosamente divertido.
—No puedo sino darle la razón en eso —convino el conde.
—Espero que volvamos a tener el placer de verles —dijo lord Brompton.
Rakoczy no dijo nada. Solo me miraba. Y de pronto sentí como si una mano helada me sujetara la garganta. Asustada, traté de coger aire y miré hacia abajo. No se veía nada. Y, sin embargo, sentía claramente los dedos que se cerraban en torno a mi cuello.
?Puedo apretar cuando quiera.?
No era Rakoczy quien lo decía, sino el conde, si bien sus labios no se habían movido.
Desconcertada, dirigí la mirada hacia su mano. Estaba a más de cuatro metro. ?Cómo podía estar colada al mismo tiempo en torno a mi cuello? ?Y por qué oía su voz en mi cabeza cuando no estaba hablando?
?No sé qué papel representas en esto, muchacha, o si realmente eres importante, pero no tolero que nadie infrinja mis reglas. Esto es solo una advertencia. ?Lo has comprendido?? La presión de los dedos se intensificó.
Yo estaba como paralizada por el miedo. Solo podía mirarle fijamente y tratar de coger aire. ?Es que nadie se daba cuenta de lo que me estaba ocurriendo?
?Digo que si lo has comprendido.?
—Sí —susurré.
Enseguida la presión cedió y la mano se apartó de mi cuello, dejando que el aire entrara de nuevo libremente en mis pulmones.
El conde frunció los labios y agitó la mu?eca.
—Volveremos a vernos— saludó.
Gideon se inclinó, y los tres hombres le devolvieron la reverencia. Solo yo me quedé tiesa como un palo, incapaz de mover ni un músculo, hasta que Gideon me cogió de la mano y me sacó de la habitación.