Hoy hemos recibido una excitante visita al futuro. El undécimo en el Círculo de los Doce, Gideon de Villiers, elapsará en adelante cada noche tres horas en nuestra casa.
Le hemos preparado un lugar para dormir en el despacho de sir Walter.
Allí se está fresco y tranquilo y el joven estará a resguardo de miradas curiosas y preguntas tontas. Durante su visita de hoy pasaron por casualidad un montón de oficiales de servicio. Y solo por casualidad todos tenían algunas preguntas que hacerle sobre el futuro.
El joven recomendó la compra de acciones de Apple, sea eso lo que fuere.
Robert Peel, Círculo Interior
10
—Manto: terciopelo veneciano forrado con tafetán de seda; vestido: lindo estampado alemán, orlas de encaje de Devonshire y corpi?o de brocado de seda recamado.
Madame Rossini extendió con cuidado las prendas sobre la mesa. Después de la comida, mistress Jenkins había vuelto a llevarme al cuarto de costura. Allí me encontraba más a gusto que en el austero comedor. En la peque?a habitación había telas maravillosas por todas partes, y madame Rossini, con su cuello de tortuga, tal vez era la única persona de la que ni siquiera mi madre podía desconfiar.
—Todo en azul uniforme con ornamentos en crema, un elegante conjunto de tarde —continuó—. Y los correspondientes zapatos de brocado de seda a juego. Mucho más cómodos de lo que parecen. Por suerte, tú y el palo de gallinero calzan el mismo número. —Apartó mi uniforme de la escuela cogiéndolo con la punta de los dedos—. Uf, qué horror, cualquier chica, por bonita que sea, tiene que parecer un espantapájaros con esta cosa. Si al menos se pudiera acortar la falda a la moda. ?Y ese espantoso color amarillo orín! ?Quien haya ideado semejante disfraz debe de odiar a muerte a las escolares!
—?Puedo conservar la ropa interior?
—Solo las braguitas —respondió madame Rossini. (Ella pronunciaba una especia de braquitáss que sonaba muy simpático)—. No encaja con la época, pero no creo que nadie mire bajo la falda. Y si lo hace, le das un buen puntapié que le haga ver las estrellas. No lo parece, pero las puntas de estos zapatos están reforzadas con hierro. ?Has ido al lavado? Es importante que vayas, porque una vez que te hayas puesto el vestido será difícil…
—Sí, ya me lo ha preguntado tres veces, madame Rossini.
—Solo quiero asegurarme de que todo vaya bien.
Yo no paraba de sorprenderme por la forma en que se preocupaban por mí allí y la atención que prestaban a los peque?os detalles. Después de comer, mistress Jenkins incluso me había dado un neceser sin estrenas para que pudiera lavarme los dientes y la cara.
De entrada me había imaginado que el corsé me cortaría la respiración y me presionaría el estómago repleto de asado de ternera, pero en realidad era sorprendente cómodo.
—Y yo que pensaba que las mujeres caían desvanecidas una tras otra cuando se embutían en estas cosas…
—Bueno, de hecho a veces pasaba. Primero porque lo ataban demasiado fuerte. Y luego porque el ambiente podía cortarse con un cuchillo, porque nadie se lavaba y solo se perfumaban —dijo madame Rossini, y sacudió la cabeza solo de imaginarlo—. En las pelucas vivían chinches y pulgas, y he leído en algún sitio que a veces incluso había ratones que construían allí sus nidos. Así eran las cosas: coexistían la moda más hermosa que imaginarse uno pueda con un sentido de la higiene nulo. Por otro lado, tú no llevas un corsé como esas pobres criaturas, tú llevas una creación especial à la madame Rossini, cómoda como una segunda piel.
—Ah, vaya.
Me sentí terriblemente excitada al meterme en la ropa interior con el miri?aque.
—Me parece como si tuviera que andar cargando con una enorme jaula para pájaros.
—No, para nada en absoluto —me aseguró madame Rossini, mientras me pasaba el vestido con cuidado por encima de la cabeza—. Este miri?aque es minúsculo en comparación con los que se llevaban en Versalles en la misma época. Cuatro metros y medio de perímetro, sin exagerar. Y, además, el tuyo no es de barbas de ballena, sino de fibra de carbono de alta tecnología súper ligera. De todas maneras, nadie lo va a notar.
En torno a mí ondeaba una tela azul claro con zarcillos floreados color crema que también hubiera podido quedar muy bonita como tapicería de un sofá. Pero tenía que admitir que el vestido, a pesar de su longitud y de su monstruoso perímetro, era muy cómodo y realmente me iba como un guante.
—Hechizadora —dijo madame Rossini, y me empujó ante el espejo.
—?Oh! —exclamé sorprendida.
?Quién hubiera dicho que una funda de sofá podía tener un aspecto tan maravilloso? Y yo con ella. Qué delicada se veía mi cintura, y qué azules mis ojos. Solo el escote hacía pensar en el de una cantante de ópera a punto de reventar.
—Habrá que a?adir un poco de encaje —dijo madame Rossini, que me había seguido la mirada—. Al fin y al cabo, es un vestido de tarde. Pero por la noche una debe ense?ar lo que tiene. ?Espero que tengamos el placer de hacerte también un vestido de baile! Ahora nos ocuparemos de tu pelo.