Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

Mamá me devolvió la sonrisa mientras volvíamos con deliberada lentitud hacia la puerta.

—Oh, sí. Paul tenía exactamente los mismos ojos. Pero, al contrario que su hermano mayor, no había en él ni sombra de arrogancia. No me extra?a que Lucy se enamorara…

—Me encantaría saber qué se ha hecho de ellos.

—Me temo que tarde o temprano lo sabrás.

—Dame la llave —dijo Falk de Villiers con impaciencia, y mamá le tendió el manojo de llaves a través de la reja de la puerta—. He llamado a un coche para que las lleve.

—Nos veremos ma?ana en el desayuno, Gwendolyn —dijo lady Arista, y me sujetó la barbilla con la mano—. ?ánimo, ni?a! Eres una Montrose, y las Montrose mantienen la compostura siempre bajo cualquier circunstancia.

—Haré lo que pueda, abuela.

—Así me gusta. ?Bueno, ya está bien! —exclamó moviendo los brazos como si quisiera espantar a una mosca—. ?Qué se ha creído esta gente, que soy la reina de Inglaterra?

A los turistas, sin embargo, debía parecerles tan británica, con su elegante sombrero, el paraguas y el abrigo a juego, que la fotografiaron desde todos los ángulos.

Mamá volvió a abrazarme.

—El Secreto ya ha costado unas cuantas vidas —me susurró al oído—. No lo olvides.

Con sentimientos encontrados, seguí con la mirada a mi madre y mi abuela hasta que doblaron la esquina y desaparecieron de mi vista.

Mister George me cogió la mano y me la estrechó con fuerza.

—No tengas miedo, Gwendolyn. No estás sola.

Exacto, no estaba sola. Estaba con gente en la que no podía confiar. ?En ninguno de ellos?, había dicho mamá. Miré los amistosos ojos azules de mister George y busqué en ellos algo peligroso, insincero, pero no descubrí nada.

?No confíes en nadie. Ni siquiera en tus propias sensaciones.?

—Ven, vamos adentro. Tienes que comer algo.

—Espero que la conversación con tu madre haya sido esclarecedora para ti —dijo mister De Villiers de camino hacia arriba—. Déjame adivinar: te habrá prevenido contra nosotros, diciendo que carecemos de escrúpulos y no somos de gente de fiar, ?me equivoco?

—Eso lo sabrá usted mejor que yo —repuse—. Pero en realidad hemos hablado de que en una época mi madre y usted tuvieron algo.

Mister De Villiers enarcó las cejar sorprendido.

—?Eso te ha dicho? —exclamó ligeramente arrobado—. Hace mucho de eso. Yo era joven y…

—… y fácil de impresionar —acabé yo—. Eso mismo ha dicho mi madre.

Mister George soltó una carcajada.

—?Pues sí, es verdad! Lo había olvidado por completo. Tú y Grace Montrose hacían buena pareja, Falk. Aunque solo durara tres semanas. Hasta que te aplastó en la camisa un pedazo de pastel de queso en aquel baile de beneficencia en Holland House y dijo que nunca volvería a dirigirte la palabra.

—Era tarta de frambuesa —repuso mister De Villiers gui?ándome un ojo—. En realidad, quería tirármela a la cara, pero por suerte solo me dio en la camisa. La mancha no salió nunca. Y todo porque estaba celosa de una chica cuyo nombre no puedo recordar siquiera.

—Larisa Crofts, hija del ministro de Finanzas —apuntó mister George.

—?De verdad? —Mister De Villiers parecía sinceramente sorprendido—. ?Del actual o del de entonces?

—Del de entonces.

—?Era guapa?

—Por desgracia.

—De todos modos, Grace me partió el corazón porque empezó a salir con un chico de la escuela cuyo nombre no recuerdo muy bien.

—Claro. Porque le partiste la nariz y sus padres estuvieron a punto de denunciarte —repuso mister George.

—?Es eso verdad?

Yo estaba absolutamente fascinada.

—Fue un accidente —aclaró mister De Villiers—. Jugábamos juntos en un equipo de rugby.

—Cuántos abismos insondables se abren ante nuestros ojos, ?no es cierto, Gewendolyn?

Mister George aún reía divertido al abrir la puerta de la Sala del Dragón.

—Desde luego.

Me detuve al ver a Gideon, que nos miraba con el gesto torcido, sentado a la mesa del centro de la habitación.

Mister De Villiers me empujó hacia delante.

—No fue nada serio —dijo—. Las relaciones amorosas entre los De Villiers y los Montrose no parecen contar con el favor de los hados. Podría decirse que están condenadas de antemano al fracaso.

—Creo que esta advertencia es totalmente innecesaria, tío —dijo Gideon cruzándose de brazos—. Definitivamente, ella no es mi tipo.

Con ?ella? se refería a mí, pero tardé varios segundos en similar la ofensa. Mi primer impulso fue replicarse algo del estilo ?A mí tampoco me van los tipos creídos? o ?Vaya, qué alivio. De hecho, ya tengo novio. Uno con buenos modales?. Pero al final me limité a cerrar la boca.

Muy bien. Yo no era su tipo. ?Y qué? Pues nada.

La verdad es que me importaba un pimiento.





De los Anales de los Vigilantes.





4 de agosto de 1953