Daba pena ver toda esa perfección desperdiciada.
—Todo está preparado —advirtió mister George gui?ándome un ojo—. La máquina del tiempo ya está lista para funcionar.
Robert, el chiquillo fantasma, me saludó tímidamente con la mano y yo le devolví el saludo.
—Bien, ya estamos todos los que tenemos que estar —informó mister De Villiers—. Por desgracia, Glenda y Charlotte han tenido que irse, pero me han encargado que les envíe a todos un cordial saludo de su parte.
—Sí, seguro —dijo el doctor White.
—?Pobre muchacha! Dos días soportando esos falsos dolores deben de haber sido una experiencia nada agradable —se lamentó mister George, y en su cara redonda se dibujó una mueca de sincera compasión.
—Por no hablar de su madre —murmuró el doctor White, mientras hojeaba el archivador que había traído mistress Jekins—. Todo un castigo para la pobre ni?a.
—Mistress Jekins, ?cómo lleva madame Rossini el vestuario de Gwendolyn?
—Pero si acaba de… Voy a preguntar.
Mistress Jenkins volvió a salir rápidamente por la puerta.
Mister George se frotó las manos, ansioso por entrar en acción.
—Bien, parece que ya podemos empezar.
—Pero no la pondrán en peligro, ?Verdad? —dijo mamá volviéndose hacia mister George—. La mantendrán al margen de ese asunto.
—Desde luego que la mantendremos al margen —repuso Gideon.
—Haremos todo lo necesario para proteger a Gwendolyn —aseguró mister George.
—No podemos mantenerla al margen, Grace —dijo mister De Villiers—. Ella es parte de ?ese asunto?. Deberías haberlo tenido claro desde el principio, antes de empezar tu estúpido juego del escondite.
—Gracias a usted, la muchacha se encuentra totalmente falta de preparación y de conocimientos —dijo el doctor White—. Lo que naturalmente dificultará en gran medida nuestra misión, aunque supongo que ese era precisamente su propósito.
—Mi propósito era no poner a Gwendolyn en peligro —aseveró mamá.
—Ya he llegado muy lejos solo —a?adió Gideon—. Y también puedo seguir solo hasta el final.
—Eso es justamente lo que esperaba oír —espetó mamá.
?También puedo seguir solo hasta el final? ?Dios santo! Tuve que hacer un esfuerzo para que no se me escapara la risa. Parecía salido de una de esas disparatadas películas de acción en las que un musculitos de expresión melancólica y aire reconcentrado salva al mundo combatiendo, más solo que el uno, contra un ejército de ninjas, una flota de barcos enemigos o un pueblo repleto de bandidos armados hasta los dientes.
—Ya veremos para qué tareas puede ser apropiada —terció mister De Villiers.
—Tenemos su sangre —dijo Gideon—. No necesitamos nada más de ella. Por mí, puede venir aquí cada día y elapsar, y todos contentos.
?Cómo? ??Elapsar?? Sonaba como uno de esos conceptos con los que mister Whitman acostumbraba a desconcertarnos en las clases de inglés. ?En principio no es un mal planteamiento interpretativo, Gordon, pero la próxima vez recuerda que hay casos en los que la elipsión es, si no obligada, más que recomendable.? ?O era ?elisión?? Tanto daba, porque ni Gordon ni yo ni nadie en la clase habíamos entendido de qué hablaba. Con excepción de Charlotte, naturalmente.
Mister George se fijó en mi cara de desconcierto.
—Con el término ?elapsar? nos referimos a una sangría controlada de tu cupo de salto temporal en la que te enviamos unas horas al pasado con el cronógrafo —explicó—. De este modo evitamos que se produzcan saltos incontrolados. —Y a?adió volviéndose hacia los otros—: Estoy seguro de que, con el tiempo, Gwendolyn nos sorprenderá a todos con su potencial. Ella…
—?Ella es una cría! —le interrumpió Gideon—. No tiene ni idea de nada.
Me puse roja de indignación. ?Cómo era capaz de soltar semejante impertinencia, ese estúpido y engreído…jugador de polo? Y qué forma tan despectiva de mirarme…
—Eso no es verdad —repliqué.
?Yo no era ninguna cría! Tenía dieciséis a?os y medio. Era tan vieja como Charlotte. A mi edad, María Antonieta hacía tiempo que se había casado. (No lo sabía por la clase de historia, sino por la película con Kirsten Dunst que Leslie y yo habíamos visto en DVD.) Y Juana de Arco tenía solo quince a?os cuando…
—Ah, ?no? —La voz de Gideon rezumaba sarcasmo—. ?Qué sabes de historia, por ejemplo?
—Lo suficiente —dije (?No acababan de ponerme un sobresaliente en el examen?) —?De verdad? Muy bien. Veamos, ?Quién reinó en Inglaterra después de Jorge I?
No tenía ni la más remota idea.
—?Jorge II? —respondí al tuntún.
?Bien! Parecía decepcionado. Debía de ser correcto.
—?Y sabrías decirme qué casa real sustituyó a los Estuardo en 1702 y por qué?
Se acabó la suerte.