Mistress Jenkins rió.
—Oh, él no lo sabe. Firmé una cláusula de confidencialidad en mi contrato. No puedo revelar nada de lo que suceda aquí ni a mi marido ni a nadie.
—?Y si no?
Probablemente entre esos muros se pudrían los restos de un montón de secretarias parlanchinas.
—Si no, perdería mi trabajo —repuso mistress Jenkins, y parecía como si la idea de dejar su puesto le resultara realmente penosa—. De todos modos, nadie me creería —a?adió alegremente—. Y el que menos mi marido. El pobre carece por completo de imaginación. Piensa que estoy todo el día revolviendo aburridos expedientes en un bufete de abogados perfectamente normal… ?Oh, no! ?Los expedientes! —Se detuvo en seco—. ?Me he olvidado de ellos! El doctor White me matará. —Me miró indecisa—. ?Podrás seguir los últimos metros sin mí? En la esquina a la izquierda, y luego la segunda puerta a la derecha.
—Girar a la izquierda en la esquina y la segunda puerta a la derecha, no hay problema.
—?Eres un encanto!
Mistress Jenkins ya había salido corriendo, lo que constituía para mí todo un enigma con esos tacones tan altos. Mientras tanto podía tomarme mi tiempo para recorrer los ?últimos metros? yo sola y mirar con calma las pinturas murales (descoloridas), golpear una de las armaduras (oxidada) y pasar el dedo por el marco de uno de los cuadros (polvoriento). Al doblar la esquina, oí voces.
—Espera, Charlotte.
Retrocedí apresuradamente y me aplasté contra la pared. Charlotte había salido de la Sala del Dragón, seguida por Gideon, que la llevaba sujeta del brazo. Confiaba en que no me hubieras descubierto.
—Todo lo que está pasando es tan terriblemente penoso y humillante… —dijo Charlotte.
—No, de ninguna manera; todo esto no es culpa tuya.
Qué suave y cari?osa podía sonar su voz.
?Está enamorado como un loco de ella?, pensé, y por alguna estúpida razón sentí una punzada en el corazón. Me pegué aún más contra la pared, aunque me hubiera encantado ver qué pasaba. ?Estarían haciendo manitas?
Charlotte parecía inconsolable.
—?Falsos síntomas! Quería que se me tragara la tierra. Realmente estaba convencida de que podía pasar en cualquier momento…
—Yo hubiera pensado exactamente lo mismo en tu caso —la tranquilizó Gideon—. Tu tía debe de estar loca para haber mantenido esto en secreto durante tantos a?os. La verdad es que tu prima me da lástima.
—?Tú crees?
—?Piénsalo un poco! ?Cómo va a poder arreglárselas? No tiene ni la menor idea… ?Cómo va a ponerse al día de todo lo que hemos aprendido en los últimos diez a?os?
—Es verdad, pobre Gwendolyn —dijo Charlotte, aunque de algún modo no sonaba realmente compasiva—. Pero también tiene sus puntos fuertes.
Eso sí que era un detalle.
—Soltar risitas con su amiga, escribir SMS y recitar de memoria el reparto de un montón de películas. Eso sí puede hacerlo muy bien.
Pues no, no era un detalle.
Asomé con cuidado la cabeza.
—Sí —convino Gideon—. Es justo lo que he pensado hace un rato de verla por primera vez. Oye, realmente te echaré de menos; sin ir más lejos, en las clases de esgrima.
Charlotte suspiró.
—Nos lo pasábamos bien, ?verdad?
—Sí. ?Pero piensa en las posibilidades que se te abren a partir de ahora, Charlotte! ?Te envidio por eso! Ahora eres libre y puedes hacer lo que quieras.
—?Nuca he querido nada aparte de esto!
—Sí, porque no tenías opción —le aseguró Gideon—. Pero ahora el mundo entero se abre ante ti. Mientras yo no puedo mantenerme alejado más de un día de este conde… cronógrafo y me paso las noches en el a?o 1953, tú podrás estudiar en el extranjero y hacer largos viajes. ?Créeme, me encantaría cambiarme por ti!
La puerta de la Sala del Dragón volvió a abrirse y lady Arista y la tía Glenda salieron al pasillo. Rápidamente escondí la cabeza.
—Ya verás como al final se arrepentirán —dijo la tía Glenda.
—?Glenda, por favor! Somos una familia —espetó lady Arista—. Tenemos que mantenernos unidos.
—Díselo a Grace —dijo la tía Glenda—. Ha sido ella la que nos ha colocado a todos en esta situación imposible. ?Protegerla! ?Ja! ?Nadie en su sano juicio creería ni una palabra de lo que dice! No después de todo lo que pasó. Pero este ya no es nuestro problema. Ven, Charlotte.
—Las acompa?o al coche —se ofreció Gideon.
?Pelota!
Esperé hasta que sus pasos dejaron de oírse, y luego me arriesgué a salir de mi puesto de escucha. Lady Arista seguía allí, frotándose cansadamente la frente con un dedo. De pronto tenía un aspecto totalmente diferente al habitual: se veía viejísima. Toda su disciplina de profesora de ballet parecía haberla abandonado e incluso los rasgos de su rostro estaban un poco desencajados. Me daba pena verla así.
—Hola —susurré en voz baja—. ?Te encuentras bien?