Sonreí. ?Nueve semanas para recibir una carta! ?Y la gente aún se quejaba de la informalidad del servicio de correos inglés! Bien, al parecer me encontraba en una época en que las cartas aún se enviaban con palomas mensajeras, o, mejor aún, con caracoles.
Me senté en la silla del escritorio y leí unas cuantas cartas más, lo cual me pareció una ocupación bastante aburrida. Además, los nombres tampoco me decían nada. A continuación registré los peque?os cofres. El primero que abrí estaba lleno de sellos con motivos artísticamente labrados. Busqué una estrella de doce puntas, pero solo había coronas, letras imbricadas unas con otras y bonitos motivos florales. También velas de cera de todos los colores, incluso de oro y plata.
El siguiente cofre estaba cerrado. Tal vez hubiera una llave en alguno de los cajones. Esta peque?a búsqueda del tesoro empezaba a ponerse francamente divertida. Si lo que encontraba en el cofre me gustaba, sencillamente me lo llevaría a modo de prueba. De hecho, con la galleta había funcionado. Le llevaría un peque?o recuerdo a Leslie; eso tenía que estar permitido.
En los cajones del escritorio encontré más ca?ones de pluma y tinteros, cartas guardadas en sus sobres, libros de notas encuadernados, una especie de estilete, un cuchillito en forma de hoz y… llaves.
Muchas, muchísimas llaves de todas las formas y tama?os. Leslie hubiera estado encantada. Seguramente en esa habitación había una cerradura para cada una de esas llaves y tras cada cerradura un peque?o secreto, o mejor, un tesoro.
Probé unas cuantas llaves que parecían bastante peque?as para entrar en la cerradura del cofre, pero la que encajaba no estaba allí. Lástima. Seguramente contenía joyas valiosas. ?Y si me llevaba el cofre entero? No; era poco manejable y demasiado grande para el bolsillo interior de mi chaqueta.
En la siguiente caja había una pipa muy bonita, artísticamente tallada, probablemente de marfil, pero aquel no era un regalo apropiado para Leslie. ?Y si le llevaba uno de los sellos? ?O ese bonito estilete? ?O uno de los libros?
Naturalmente, sé de sobra que no está bien robar, pero aquella era una situación excepcional y me parecía que tenía derecho a una compensación. Además, tenía que comprobar si funcionaba lo de llevarse objetos del pasado al presente. De hecho, yo, que me sentía moralmente indignada cuando Leslie cogía más de una de las tapas de degustación gratuitas que ofrecían en Harrods o —como hacía poco— arrancaba una flor de un macizo del parque, me sorprendí de no sentir el menor remordimiento.
El único problema era que no conseguía decidirme. El estilete parecía el objeto más valioso. Si las piedras de la empu?adura eran auténticas, seguro que valía una fortuna. Pero ?qué iba a hacer Leslie con un estilete? Seguro que le gustaría más un sello. Pero ?cuál?
El vértigo me liberó de la necesidad de tomar una decisión. Cuando el escritorio empezó a difuminarse ante mis ojos, cogí el primer objeto que tuve tiempo de agarrar.
Aterricé suavemente sobre mis pies. Al principio, la luz me cegó. Rápidamente me metí en el bolsillo, junto al móvil, la llave que había cogido en el último segundo y miré a mi alrededor. Todo estaba exactamente igual que antes, mientras bebía té con mister George. El ambiente de la habitación estaba agradablemente caldeado gracias a la chimenea encendida.
Pero mister George no estaba solo. Le acompa?aban Falk de Villiers y el antipático y gris doctor White (junto con el peque?o fantasma rubio). Los tres hombres conversaban en voz baja en el centro de la habitación, mientras Gideon de Villiers les contemplaba con aire indolente, con la espalda poyada en uno de los armarios de la biblioteca. él fue el primero que me vio.
—Hola, Wendy —me saludó.
—Gwendolyn —repliqué.
?Por Dios, no era tan difícil de recordar! Yo no le llamaba ?Gisbert?, ?no?
Los tres hombres se volvieron y se me quedaron mirando: el doctor White con los ojos entornados y aire receloso, y mister George visiblemente contento.
—Han sido casi quince minutos —se?aló— ?Cómo te encuentras, Gwendolyn? ?Te sientes bien?
Asentí.
—?Te ha visto alguien?
—No había nadie. No me he movido del sitio, tal como me había dicho. —Alargué a mister George la linterna portátil y su anillo de sello— ?Dónde está mi madre?
—Está arriba con los demás —repuso escuetamente mister De Villiers.
—Quiero hablar con ella.
—No te preocupes, más tarde podrás hacerlo —observó mister George—. Pero antes… Oh, la verdad es que no sé por dónde empezar.
El hombre estaba radiante. ?De qué demonios se alegraba tanto?
—Ya conoces a mi sobrino, Gideon —me informó mister De Villiers—. él ya pasó hace dos a?os por lo que tú estás viviendo ahora. Solo que estaba mejor preparado. Será difícil ponerte al día y recuperar el tiempo perdido estos a?os.
—?Difícil? Yo más bien diría que imposible —replicó el doctor White.
—Tampoco hace ninguna falta —aclaró Gideon—. Puedo hacerlo todo mucho mejor solo.