—Es la puerta siguiente. —Mister George se?aló a la izquierda—. Te esperaré aquí.
En el servicio —una habitación peque?a que olía a desinfectante con un váter y un lavabo— me saqué el móvil del bolsillo. Naturalmente no había cobertura. Lástima, porque me moría de ganas de informar a Leslie de todo. De todas maneras, el reloj funcionaba, y me quedé atónita al ver que solo era mediodía. Tenía la sensación de que ya hacía días que estaba aquí. Y, De hecho, tenía que ir de verdad al lavabo.
Cuando volví a salir, mister George me sonrió con cara de alivio. Por lo visto, tenía miedo de que hubiera desaparecido. En la Sala de Documentos volví a sentarme en el sofá y mister George se sentó en un sillón frente a mí.
—Bien, sigamos con el juego de las preguntas —prosiguió—. Pero esta vez alternaremos una pregunta tú y una pregunta yo.
—Muy bien —dije—. Usted primero.
—?Tiene sed?
—Si. Un vaso de agua me vendría bien. O un té, si tiene...
De hecho, allí abajo había agua, sumos y vino, además de un hervidor de té. Mister George preparó una tetera de Earl Grey.
—Ahora tú —dijo cuando volvió a sentarse.
—Si la capacidad de viajar en el tiempo está determinada por un gen, ?cómo es que la fecha de nacimiento desempe?a un papel en esto? ?Cómo es que no le han sacado sangre a Charlotte hace tiempo para buscar el gen? ?Y cómo es que no la han podido enviar con el cronógrafo a un pasado sin riesgos, antes de que salte por sí sola en el tiempo y pueda ponerse en peligro?
—Bien, para empezar, nosotros creemos que se trata de un gen, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Lo único que sabemos con certeza es que hay algo en la sangre que los diferencia de la gente normal, pero aún no hemos descubierto el factor X, a pesar de que hace muchos a?os que lo investigamos y de que encontrarás entre nosotros a los mejores científicos del mundo. El descubrimiento de este gen o lo que quiera que sea en la sangre haría las cosas mucho más fáciles, créeme. Pero, tal como estamos, dependemos de los cálculos y observaciones realizados por generaciones anteriores.
—Si se hubiera cargado el cronógrafo con la sangre de Charlotte, ?Qué hubiera pasado?
—En el peor de los casos, lo hubiéramos inutilizado —contestó mister George—. ?Y por favor, Gwendolyn, estamos hablando de una minúscula gotita de sangre, no rellenar un depósito! Ahora me toca el turno a mí. Si pudieras elegir, ?a qué época te gustaría más viajar?
Reflexioné.
—No me gustaría ir muy lejos en el pasado. Solo diez a?os atrás. Entonces podría volver a mi padre y hablar con él.
—Si, es un deseo comprensible —convino mister George con aire apesadumbrado—. Pero no puede ser. Nadie puede viajar dentro de la época en que ha vivido. Como muy pronto, puedes viajar al período anterior a tu nacimiento.
—Oh...
Era un lástima, porque ya me estaba imaginado viajando de nuevo a la época de la escuela primaria, justo al día en que un chico llamado Gregory Forbes me había llamado ?rana asquerosa? en el patio y me había dado cuatro patadas seguidas en la espinilla. Hubiera aparecido allí como una superwoman, y seguro que Gregory Forbes no hubiera vuelto a pegar nunca más a las ni?as.
—Te toca a ti otra vez —dijo mister George.
—Se suponía que yo tenía que trazar un círculo de tiza en el lugar donde Charlotte hubiera desaparecido. ?Para qué hubiera servido eso?
Mister George sacudió la cabeza.
—Olvídate de esa tontería. Tu tía Glenda insistió en que debíamos hacer vigilar el lugar. Entonces hubiéramos enviado a Gideon con la descripción de la posición al pasado y los Vigilantes hubieran esperado a Charlotte y la hubieran protegido hasta que hubiera vuelto a saltar.
—Sí, pero era imposible saber a qué época saltaría. ?Los Vigilantes hubieran podido tener que hacer guardia allí las veinticuatro horas del día durante décadas!
—Sí. —Mister George suspiro—. ?Exacto! Pero ahora me toca a mí. ?Aún te acuerdas de tu abuelo?
—Claro. Tenía diez a?os cuando murió. Era muy distinto a lady Arista, divertido y nada severo. Siempre nos explicaba historias de miedo a mi hermano y a mí. ?Usted lo conocía?
—?Oh, sí! Era mi mentor y mi mejor amigo.
Mister George miró un rato el fuego con aire pensativo.
—?Quién era ese chiquillo? —pregunté.
—?Qué chiquillo?
—El que estaba agarrado a la chaqueta del doctor White.
—?Cómo dices?
Mister George apartó la mirada del fuego y me miró sorprendido.
?Por Dios! Tampoco era tan difícil de entender.
—Un chiquillo rubio de unos siete a?os. Estaba junto al doctor White —pronuncié marcando cada una de las silabas.
—Pero allí no había ningún chiquillo —repuso mister George—. ?Te estás burlando de mí?
—No —contesté.
De repente comprendí lo que había visto, y me irritó no haberme dado cuenta enseguida.
—?Un chiquillo rubio, dices? ?De siete a?os?
—Olvídelo.