—Lo sé —repliqué—. Me llamo Gwendolyn. ?Y tú?
—Para ti sigo siendo el doctor White —repuso el doctor White.
—Yo me llamo Robert —dijo el fantasma.
—Es un nombre muy bonito —dije yo.
—Muchas gracias —respondió el doctor White—. Tú también tienes unas venas muy bonitas.
Apenas había notado el pinchazo. Cuidadosamente, el doctor White llenó un tubito con mi sangre. Luego cambió el tubito lleno por uno vacío y también dejó que se llenara.
—No habla contigo, Jake —aseguró mister George.
—Ah, ?no? ?Y con quien habla, pues?
—Con Robert —repuse yo.
El doctor White levantó la cabeza bruscamente. Por primera vez me miró directamente a los ojos.
—?Cómo dices?
—Nada, es igual.
El doctor White masculló unas palabras ininteligibles y mister George me dirigió una sonrisa de complicidad.
Llamaron a la puerta. Era mistress Jenkins, la secretaria de las gafas gruesas, que entró en la habitación.
—Vaya, por fin ha llegado —gru?ó el doctor White—. Ya puedes ahuecar el ala, Thomas. Mistress Jenkins se encargará de vigilar. Puede sentarse en la silla, ahí detrás. Pero haga el favor de mantener la boca cerrada.
—Tan encantador como siempre —observó mistress Jenkins, pero obedeció y se sentó en la silla que le habían indicado.
—Nos vemos enseguida —se despidió mister George, no sin antes levantar uno de los tubitos con mi sangre—. Voy a llenar el depósito —a?adió sonriendo.
—?Dónde está ese cronógrafo? ?Y qué aspecto tiene? —pregunté cuando la puerta se hubo cerrado detrás de mister George—. ?Se puede sentar uno dentro?
—La última persona que me preguntó por el cronógrafo lo robó apenas dos a?os más tarde. —El doctor White apartó la cánula de mi brazo y apretó un pedazo de gasa contra el pinchazo—. De modo que estoy seguro de que comprenderás que me abstenga de contestar a tus preguntas.
—?Robaron el cronógrafo?
El chiquillo fantasma llamado Robert afirmó enérgicamente con la cabeza.
—Tu encantadora prima Lucy en persona —informó el doctor White—. Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi aquí sentada. Tenía un aspecto tan inocente e ingenuo como el que tú tienes ahora.
—Lucy es simpática —dijo Robert—. Me gusta.
Como era un fantasma, probablemente tenía la sensación de que había visto a Lucy por última vez justo el día anterior.
—?Lucy robó el cronógrafo? ?Y por qué lo hizo?
—?Qué sé yo? Trastorno esquizoide de la personalidad, probablemente —gru?o el doctor White—. Por lo visto, es cosa de familia. Todas las Montrose son unas histéricas. Y Lucy disponía, además, de una buena reserva de energía criminal.
—?Doctor White! —le recriminó mistress Jenkins—. ?Eso no es verdad!
—?No habíamos quedado en que mantendría la boca cerrada? —preguntó el doctor White.
—Pero si Lucy robó el cronógrafo, ?cómo puede ser que yo ahora esté aquí? —pregunté.
—Oh, sí, ?cómo es posible? —El doctor White soltó la correa de mi brazo—. Pues porque existe un segundo cronógrafo, listilla. ?Cuándo te pusieron la última vacuna contra el tétanos?
—No lo sé. ?De modo que hay varios cronógrafos?
—No, solo esos dos —repuso el doctor White mientras percutía mi antebrazo—. Veo que no te has vacunado contra el tétanos ni la difteria. ?Alguna enfermedad crónica? ?Alergias?
—No. Tampoco estoy vacunada contra la peste, el cólera ni la viruela —dije recordando a James—. De hecho, ?existe una vacuna contra la viruela? Creo que un amigo mío murió de eso.
—Me resulta difícil creerlo —repuso el doctor White—. Hace mucho tiempo que la viruela está erradicada.
—Es que mi amigo hace mucho tiempo que murió.
—Pues yo siempre había creído que la viruela es como se llamaba antes al sarampión —terció mistress Jenkins.
—Y yo había creído que nos habíamos puesto de acuerdo en que callaría, mistress Jenkins.
Mistress Jenkins calló.
—?Por qué es tan desagradable con todo el mundo? —pregunté—. ?Ay!
—Solo ha sido un pinchacito de nada —me tranquilizó el doctor White.
—?Para qué era?
—No te gustaría saberlo, créeme.
Dejé escapar un suspiro. El peque?o fantasma llamado Robert también suspiró.
—?Siempre se comporta así? —le pregunté.
—La mayoría de las veces —respondió Robert.
—No lo hace con mala intención —intervino mistress Jenkins.
—?Mistress Jenkins!
—Está bien.
—De momento, hemos acabado. La próxima vez ya tendré tus valores sanguíneos y tal vez tu encantadora mamá pueda encontrar tu carnet de vacunación y tu historia clínica.
—Nunca he estado enferma. ?Ahora ya estoy vacunada contra la peste?