Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

—No. La verdad es que tampoco serviría de gran cosa. Solo protege durante medio a?o y los efectos secundarios son considerables. De todos modos, si por mí fuera, nunca viajarías a un a?o con peste. Puedes vestirte. Mistress Jenkins te acompa?ará con los demás arriba. Yo vendré dentro de un minuto.

Mistress Jenkins se levantó.

—Ven, Gwendolyn. Seguro que tienes hambre. Enseguida estará la comida. Hoy mistress Mallory ha preparado una exquisitez: asado de ternera con espárragos.

De hecho, sí que tenía hambre, tanta que incluso me habría comido un plato asado de ternera con espárragos entero, un plato que por lo general no me entusiasmaba.

—?Sabes?, en realidad el doctor es un hombre de buen corazón —me dijo mistress Jenkins mientras subíamos—. Solo que le resulta un poco difícil ser amable.

—Sí, ya se ve.

—Antes era completamente distinto, siempre estaba alegre y de buen humor. Entonces ya llevaba esos horribles trajes negros, pero al menos se ponía corbatas de colores. Eso fue antes de que su hijo muriera… una terrible tragedia. Desde entonces está como cambiado.

—Robert.

—Exacto, el ni?o se llamaba Robert —confirmó mistress Jenkins—. ?Mister George ya te ha hablado de él?

—No.

—Un chiquillo encantador. Se ahogó en la piscina de unos conocidos el día de su cumplea?os, imagínate. —Mientras andaba, mistress Jenkins contó los a?os con los dedos—. Ya hace dieciocho a?os de eso. Pobre doctor.

Pobre Robert. Pero al menos no tenía el aspecto de un ahogado. Algunos fantasmas parecían divertirse yendo por ahí como habían muerto. Afortunadamente, aún no me había topado con ninguno con un hacha clavada en la cabeza, o sin cabeza.

Mistress Jenkins llamó a una puerta.

—Haremos una paradita para ver a madame Rossini. Tiene que medirte.

—?Medirme? ?Para qué? —pregunté, pero la habitación en que me introdujo mistress Jenkins ya me había dado la respuesta: era un cuarto de costura. En medio de las telas, los vestidos, las máquinas de coser, los maniquíes, las tijeras y los carretes de hilo me sonreía una mujer rolliza con una exuberante cabellera de un color rubio rojizo.

—Bienvenida —me saludó con acento francés—. Tú debes de ser Gwendolyn. Yo soy madame Rossini y me ocuparé de tu vestuario. —La mujer sostuvo en alto una cintra métrica—. Al fin y al cabo, no podemos dejar que te pasees por ahí en el de Maricasta?a con este espantoso uniforme escolar, n’ est-ce pas?

Asentí. Los unifogmes escolares, como decía madame, eran realmente espantosós, fuera en el siglo que fuera.

—Seguramente se producirían tumultos si anduvieras así por la calle —dijo retorciéndose las manos con la cinta.

—Lo siento, pero tenemos que darnos prisa, nos esperan arriba —se excusó mistress Jenkins.

—Acabaré enseguida. ?Quieres quitarte la chaqueta, por favor? —Madame Rossini me rodeó la cintura con la cinta—. Magnífico. Y ahora las caderas. Oh, como una joven potrilla. Creo que podremos aprovechas muchas cosas de las que preparé para la otra, con algún peque?o cambio aquí y allá.

Sin duda, con ?la otra? se refería a Charlotte. Me qué mirando un vestido de un delicado color amarillo con orlas de puntilla blancas y translúcidas que colgaba de una percha y parecía sacado del fondo de vestuario de Orgullo y prejuicio. Seguro que Charlotte hubiera estado encantadora vestida con él.

—Charlotte es más alta y delgada que yo —dije.

—Sí, un poco —dijo madame Rossini—. Un palo de gallinero —(Se me escapó una risita porque había dicho callinegó)—. Pero no es ningún problema. —Me pasó la cinta métrica en torno al cuello y la cabeza—. Para los sombreros y las pelucas —explicó sonriéndome—. Qué agradable coser para una morenita, para variar. Con las pelirrojas hay que ir siempre con tanto cuidado… Conservo esta magnífica pieza de tafetán desde hace a?os, un color como de sol poniente. Podrías ser la primera a la que le sienta bien este color…

—?Madame Rossini, por favor!

Mistress Jenkins se?aló su reloj de pulsera.

—Sí, sí, enseguida estoy —dijo madame Rossini mientras daba vueltas a mi alrededor y me medía incluso el empeine—. ?Estos hombres, siempre corriendo! Pero la moda y la belleza están re?idas con las prisas. —Finalmente me dio una palmadita amistosa y dijo—: Hasta luego, cuello de cisne.

Me fijé en que ella apenas tenía cuello. Su cabeza parecía apoyarse directamente sobre los hombros. Pero era realmente simpática.

—Hasta luego, madame Rossini.

En cuanto dejamos a la modista, mistress Jenkins salió a paso raudo y tuve que esforzarme para no quedarme atrás, a pesar de que ella llevaba tacones altos y yo, en cambio, mis cómodos y un poco toscos zapatos azul oscuro de la escuela.

—Enseguida llegamos.

De nuevo nos encontramos ante un interminable corredor. No podía entender cómo eran capaces de orientarse en aquel laberinto.

—?Vive usted aquí?

—No, vivo en Islington —repuso mistress Jenkins—. A las cinco salgo del trabajo y me voy a casa con mi marido.

—?Qué dice su marido de que trabaje para una logia secreta que tiene un máquina del tiempo en el sótano?