Rubí (Edelstein-Trilogie #1)

Inmediatamente mi abuela recuperó la compostura. Todos los bastones que se había tragado parecieron recolocarse y encajar en sus posiciones.

—Vaya, ya estás aquí —dijo, y su mirada inquisitiva se detuvo en mi blusa—. ?No es una mancha eso? Ni?a, realmente deberías aprender a prestar un poco más de atención a tu aspecto.





Los intervalos entre los saltos en el tiempo varían —siempre que no sean controlados por el cronógrafo— de un portador del gen a otro. Si bien el conde de Saint Germain, en sus observaciones, llegó a la conclusión de que los portadores del gen femeninos saltan con una frecuencia y una duración significativamente inferiores a los masculinos, en la actualidad no podemos dar por válida esta afirmación.

La duración de los saltos en el tiempo incontrolados varía, desde el inicio de los registros, entre ocho minutos, doce segundos (salto de iniciación de Timothy de Villiers, 5 de mayo de 1892) y dos horas y cuatro minutos (Margret Tilney, 2o salto, 22 de marzo de 1894).

La ventana temporal que el cronógrafo facilita para los saltos en el tiempo es de, como mínimo, treinta minutos, y como máximo, cuatro horas.

Se desconoce si en alguna ocasión se han producido saltos en el propio tiempo vital. En sus escritos, el conde de Saint Germain parte de la base de que, a causa del continuum (v. Leyes del continuum, volumen 3),

esto no es posible.

Los ajustes del cronógrafo hacen igualmente

imposible un envió de vuelta

al propio tiempo vital.



De las Crónicas de los Vigilantes, Volumen 2, ?Leyes generales?





9


Mamá me abrazó como si hubiera estado ausente al menos tres a?os. Tuve que repetirle un millón de veces que me encontraba bien antes de que dejara de preguntar.

—?Tú también estás bien, mamá?

—Sí, cari?o, estoy bien.

—Bueno, veo que todo el mundo está bien—comentó mister De Villiers burlonamente—. Me alegra que lo hayamos aclarado. —Y se acercó tanto a nosotras que incluso pude oler su agua de colonia (una mezcla especiada y afrutada con un toque de canela que me hizo venir aún más hambre)—. ?Y qué vamos a hacer contigo ahora, Grace? —a?adió, apuntando fijamente a mamá con sus ojos de lobo.

—He dicho la verdad.

—Sí, al menos por lo que hace a las cualidades de Gwendolyn —convino De Villieers—. Pero aún queda por aclarar por qué la comadrona, que en esa época se mostró tan cooperadora como para falsificar el certificado de nacimiento, ha tenido que salir repentinamente de viaje precisamente hoy.

Mamá se encogió de hombros.

—Yo no le daría tanta importancia a algo que debe de ser solo una cualidad, Falk.

—Encuentro igualmente extra?o que en un caso de posible parto prematuro, la madre se decida a dar a luz en casa. Cualquier mujer mínimamente sensata se haría llevar a un hospital al sentir los primeros dolores.

Había que reconocer que en eso tenía razón.

—Sencillamente, todo ocurrió muy rápido —replicó mamá sin parpadear—. Aún tuve suerte de que la comadrona estuviera presente.

—Bien, pero incluso así, en un parto prematuro, después del nacimiento, cualquiera hubiera ido enseguida al hospital para que examinara al bebé.

—Y lo hicimos.

—Pero al día siguiente —dijo de Villiers—. En el informe del hospital se hizo constar que, aunque el ni?o fue examinado a fondo, la madre rechazó someterse a una revisión. ?Por qué, Grace?

Mamá se echó a reír.

—Creo que me entenderías mejor si tú mismo hubieras dado a luz y hubieras pasado ya por una decena de exámenes ginecológicos. Yo me encontraba perfectamente y solo quería asegurarme de que el bebé no tenía ningún problema. Lo que no entiendo es cómo has podido acceder tan rápido a un informe del hospital. Pensaba que las informaciones de ese tipo eran confidenciales.

—Por mí, puedes denunciar al hospital por violación de la ley de protección de datos —dijo mister De Villiers—. Mientras tanto, nosotros seguiremos buscando a la comadrona. Estoy intrigadísimo por saber lo que esa mujer tiene que contarnos.

La puerta se abrió y mister George y mister White entraron acompa?ados por mistress Jekins, que cargaba con un montón de expedientes.

Detrás de ellos llegó Gideon arrastrando los pies. Esta vez me tomé mi tiempo para observar detenidamente el resto de su cuerpo y no solo su atractivo rostro. Busqué algo que no me gustara para no tener que sentirme tan imperfecta a su lado; pero, por desgracia, no pude encontrar nada. No era patizambo (?de jugar al polo!) ni tenía los brazos demasiado largos ni los lóbulos de las orejas demasiado grandes (lo que, según afirmaba Leslie, podía considerarse un signo de taca?ería). Y la forma en que se apoyaba con el trasero en el escritorio con los brazos cruzados sobre el pecho no podía ser más guay.

Lo único criticable era el pelo largo que casi le llegaba hasta los hombros. Pero ni ese pensamiento estúpido daba resultado, pues su cabello era tan sano y brillante que instintivamente me pregunté qué se sentiría al tocarlo.