—Ya veremos —se?aló mister De Villiers.
—Creo que están infravalorando a la muchacha —aseveró mister George, y, adoptando un tono solemne, casi místico, exclamó—: ?Gwendolyn Shepherd, ahora formas parte de un secreto antiquísimo! Y ha llegado el momento de que aprendas a comprender en qué consiste dicho secreto. Primero deberías saber…
—No deberíamos precipitarnos —le interrumpió el doctor White—. Es posible que tenga el gen, pero eso no presupone ni mucho menos que podamos confiar en ella.
—O que comprenda siquiera de qué va esto —a?adió Gideon.
Por lo visto, ese estúpido engreído me consideraba un poco cortita.
—Quién sabe qué instrucciones habrá recibido esta chica de su madre —dijo el doctor White—. Y quién sabe de quién habrá recibido instrucciones. Solo tenemos este cronógrafo, y no podemos permitirnos un nuevo fiasco. Sencillamente me gustaría que meditáramos más a fondo la cuestión.
Mister George tenía el aspecto de alguien que acaba de recibir una bofetada.
—Las cosas también pueden hacerse complicadas sin necesidad —murmuró.
—De momento, me la llevo a mi Sala de Tratamiento —informó el doctor White—. No te lo tomes a mal, Thomas, pero ya tendremos tiempo para explicaciones.
Al oír aquellas palabras, un escalofrío me recorrió la espalda. Lo último que quería era ir a una ?Sala de Tratamiento? con ese doctor Frankenstein.
—Quiero ir con mamá —dije, aún a riesgo de sonar como una ni?a peque?a.
Gideon chasqueó la lengua con desdén.
—No tienes por qué tener miedo, Gwendolyn —aseguró mister George—, solo necesitamos un poco de sangre. Por otra parte, el doctor White también se encargará de proteger tu sistema inmunitario. Por desgracia, en el pasado acechan todo tipo de peligrosos agentes patógenos que el organismo humano no conoce en la actualidad. Ya verás, irá muy rápido.
?Realmente no era consciente de lo terrible que sonaba todo eso? ?Solo necesitamos un poco de sangre?, y ?Ya verás, irá muy rápido?. ?Dios mío!
—Pero es que yo… no quiero estar sola con el doctor Frank… White —corregí.
De todos modos, a esas alturas, tanto daba si ese hombre me encontraba descortés o no. Además, él también era un maleducado. Y por lo que hacía a Gideon, ?que pensara de mí lo que quisiera!
—El doctor White no es tan… insensible como pueda parecer a primera vista —aseguró mister George—. En realidad, no hace falta que…
—Sí hace falta —gru?o el doctor White.
Poco a poco empezaba a ponerme furiosa. ?Qué se había creído ese saco de huesos con cara de palo? ?Lo primero que debería hacer era comprarse un traje como Dios manda!
—Ah, ?sí? ?Y qué hará si me niego? —resoplé mientras observaba que los ojos chispeantes de indignación que me miraban detrás de las gafas de montura negra estaban rojos e inflamados.
?Vaya médico —pensé—, ni siquiera puede curarse a sí mismo.?
Antes de que el doctor White tuviera tiempo de reflexionar sobre lo que haría conmigo (mi imaginación representó al instante algunos detalles francamente desagradables), mister De Villiers se entrometió, para mi gran alivio, en la conversación.
—Le pediremos a mistress Jenkins que venga —afirmó en un tono que no admitía réplica—. Mister George te acompa?ará hasta que llegue.
Lancé una mirada triunfal al médico, una de esas que equivalen a sacar la lengua, pero el hombre me ignoró.
—Nos encontraremos dentro de media hora arriba, en la Sala del Dragón —a?adió mister De Villiers.
No quería hacerlo, pero, mientras salía, volví la cabeza y dirigí una rápida mirada a Gideon, para ver si mi triunfo sobre el doctor White le había impresionado. Por lo visto, no, porque me estaba mirando las piernas. Probablemente, las estaba comparando con las de Charlotte.
Lo tenía mal, porque las suyas eran más largas y finas. Y, además, seguro que ella no tenía ara?azos en las pantorrillas por haber estado arrastrándose entre trastos viejos y cocodrilos disecados la noche anterior.
???
La sala de Tratamiento del doctor White parecía una consulta de médico normal y corriente. Y mientras él se ponía la bata blanca sobre el traje y se lavaba las manos larga y cuidadosamente, también parecía un médico normal y corriente. Solo la figura del chiquillo fantasma rubio que tenía al lado resultaba un poco inhabitual.
—Chaqueta fuera y mangas remangadas —ordenó secamente el doctor White.
Mister George tradujo.
—Si eres tan amable, quítate la chaqueta, por favor, y súbete las mangas.
El peque?o fantasma miraba interesado. Cuando le sonreí, se refugió rápidamente detrás del doctor White, solo para sacar la cabeza de nuevo un segundo más tarde.
—?Me estás viendo?
Asentí.
—Mira hacia otro lado —gru?ó el doctor White mientras me hacía un torniquete en el brazo.
—No me importa ver sangre —repuse—. Aunque sea la mía.
—Los otros no pueden verme —afirmó el peque?o fantasma.